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La desoladora TV argentina

A punto de cumplir 60 años de existencia, la actual televisión argentina se hunde en la mediocridad y el desprestigio

Este año, la televisión argentina cumplirá 60 años de existencia. Sus fundadores buscaron que el nuevo medio fuese un gran propalador de las buenas artes, multiplicase los conocimientos con amenidad y brindara su pantalla a las mejores expresiones artísticas.
Bien podría decirse sin exagerar que la actual TV por aire funciona en las antípodas de aquellos auspiciosos comienzos: un espíritu prostibulario se extiende a toda hora, sin el menor respeto por el horario de protección al menor; el lenguaje ha desbarrancado hacia las expresiones más soeces; las agresiones verbales por temas graves o nimios se han convertido en su principal contenido, y la cultura del chimento chabacano avanza como una epidemia por toda la grilla, impulsada por las mediocres emisiones de archivo que repiten incansablemente los pasajes más escandalosos de cualquier programa.
En este desolador panorama, la TV argentina ha perdido diversidad y calidad. Los programas culturales se han refugiado en el cable, la ficción se ha resentido y todo parece girar en torno del ciclo de Marcelo Tinelli, que se ha vuelto hegemónico en los últimos años, ya que buena parte del resto de los programas lo comentan sin pausa y trabajan con la repetición de fragmentos de su show.

Todo puede empeorar, sin embargo. Este verano, los dos canales principales decidieron poner en pantalla en horario central sendos reality shows protagonizados por jóvenes ignotos que buscan volverse célebres gracias a presuntos amoríos, escándalos, escenas de pugilato, confesiones de intimidades sexuales o habilidades para la traición. Los dos ciclos tienen una presencia dominante en las pantallas; se los transmite más de una vez por día y con una publicidad insistente y machacona sobre sus supuestos atractivos.
A su vez, la telenovela de más audiencia durante 2010, que aún continúa en el aire, encadena distintos asesinatos que propicia o ejecuta su protagonista para vengar el suicidio de su madre.
Los canales de noticias que transmiten por cable suman a esta crispación generalizada un sobredimensionamiento de las noticias policiales o las informaciones de alto impacto, que repiten una y otra vez para desasosiego del televidente.
¿Para qué hablar de la pantalla pública, en la que 6, 7, 8 se ha convertido desde hace tiempo en una usina hiperoficialista desde la que se difama a todos aquellos que no reciten mansamente el catecismo K?
Hace pocas semanas, en la celebración de los 50 años de Canal 13, una de las hijas del fundador de aquella señal, Goar Mestre, dijo algo muy significativo cuando le tocó el turno de hablar. Señaló que su padre no se cansaba de repetir que su principal aporte a esa pantalla no habían sido tanto los inolvidables programas que autorizó que se emitiesen durante su gestión como todo lo que había impedido que saliera al aire. Por cierto, ese control no había sido el del censor que amordaza libertades, sino el del licenciatario responsable de un canal de TV que por su propia naturaleza masiva llega a chicos y grandes, y a públicos de distintas edades, pensamientos y credos que merecen ser respetados.
Ese mandato parece haber desaparecido por completo de las metas principales de los permisionarios que tienen en sus manos el funcionamiento de las principales ondas televisivas de Buenos Aires en la actualidad. La desaprensión con que dejan hacer a sus gerentes de programación no encuentra explicación posible: en la pantalla se ven y se oyen barbaridades que seguramente no permitirían que se repitiesen en sus hogares. Si eso es así, ¿por qué se desentienden de la TV basura que en su nombre ponen en el aire sus lugartenientes?
Mantener en tan bajo nivel la TV abierta no sólo es un crimen contra la educación informal de toda la sociedad argentina, sino especialmente una grosera discriminación social hacia sus clases más bajas que no pueden, como la audiencia más pudiente, acceder al mejor servicio de la TV por cable o a otros estímulos culturales y artísticos como el cine, los DVD o el teatro.
A las puertas ya de la TV digital y frente a la controvertida implementación de una ley de medios, el sistema de comunicación de mayor llegada a los hogares afronta singulares desafíos en medio de profundas transformaciones tecnológicas y políticas. Deberá decidir si sigue hundiéndose en el fango de la mediocridad hasta convertirse en un medio marginal y desprestigiado, o retoma aquella senda luminosa que la caracterizó en sus años iniciales. El público no es ajeno a esta disyuntiva y debe tomar conciencia de que su poder radica en lo que ve, pero también en lo que elige no ver.
No pidamos que la televisión mejore si no estamos dispuestos a dar el primer paso desde nuestra casa, siendo más responsables a la hora de pulsar el control remoto.