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La corrupción como base

Por Fernando H. Cardoso* El nuevo ministro de deportes de Brasil, Aldo Rebelo, afirmó recientemente que desmanes ocurridos en su ministerio se deben a que las organizaciones no gubernamentales (ONG) pasaron a tener mayor participación en la concretización de las políticas públicas.

Y sentenció que sólo hará convenios con las prefecturas (delegaciones municipales), ya no con sectores de la sociedad civil. O sea, en lugar de desenredar lo que ocurre en la administración federal y analizar las bases reales de la corrupción y el poder, encontró un chivo expiatorio afuera del gobierno.

En el caso, que yo sepa, es opinión de alguien que no tiene las manos sucias por desvío de recursos públicos. No se trata, sin embargo, de una simple cortina de humo para ocultar prácticas corruptas. Son palabras que expresan la visión del mundo del nuevo ministro: Lo que concierne al "Estado", al gobierno, es correcto; lo que viene de afuera, de la sociedad, trae impurezas. El mal, pues, estaría en las organizaciones no gubernamentales en sí mismas, no en el desvío de sus funciones ni en la falta de fiscalización, cuya responsabilidad es de los partidos y de los gobiernos.

Ese tipo de ideología viene asociado con otra perversión común: Fuera del partido y del gobierno, nada es ético. Ya lo que se hace dentro del gobierno para beneficiar al partido encuentra justificación y se vuelve ético por definición.

Se repite algo de otro escándalo que sacudió a Brasil, el de las mensualidades (que aparentemente cobraban algunos dirigentes políticos). En ese episodio ya estaba presente la ideología que santifica al Estado y hace de cuenta que no ve el desvío de los dineros públicos, aunque sea para ayudar a los partidos "populares" a mantenerse en el poder. Con una diferencia: En las mensualidades se desviaban recursos públicos y de empresas para pagar los gastos electorales y obtener el apoyo de algunos políticos. Ahora, son los partidos los que se acogen a los ministerios e, incluso fuera de la temporada electoral, construyen redes de recaudación por donde pasan recursos públicos que abastecen sus arcas y los bolsillos de algunos dirigentes, militantes y cómplices.

ANTIGUO PROBLEMA

Siempre existirán la corrupción y, más que ella, el "fisiologismo", el clientelismo tradicional. Después de la redemocratización, empezando por las prefecturas, el Partido de los Trabajadores (PT) -y no sólo éste- emprendió un camino de buscar recursos para el partido en las empresas de recolección de basura y en las de transporte público (sin ONG de por medio). Sin embargo, hay una diferencia esencial en la comparación de lo que se ve ahora en la esfera federal.

Antes, el desvío de recursos rozaba el poder pero no era condición para su ejercicio. Ahora, los partidos exigen ministerios y puestos administrativos para obtener recursos que permitan su expansión, atrayendo militantes y apoyos con los beneficios que extraen del Estado. Es con esta condición como dan votos en el congreso. Lo que era episódico se volvió "sistemático", lo que era una desviación individual de la conducta se convirtió en una práctica aceptada para garantizar la "gobernabilidad".

De esa manera, las "bases" de los gobiernos resultan más de la composición de intereses materiales que de la convergencia de opiniones. Con eso pierden su sentido las distinciones programáticas, por no hablar de las ideológicas: no importa que el partido se diga "de izquierda", como el Partido Comunista de Brasil (PCdeB), o centrista, como el Partido del Movimiento Democrático Brasileño, o de centro-derecha como el Partido de la República, ni qué epíteto tengan. A fin de cuentas, todos son condóminos del Estado.

Hay sólo dos lados, el de los condóminos y el de los que están fuera del reparto del botín. El antiguo lema de "dar para recibir", popularizado por un diputado en el gobierno de José Sarney, se refería a los nombramientos, al apadrinamiento que, eventualmente, podrían llevar a la corrupción, pero que en sí mismos no la eran. Se trataba de una forma tradicional y clientelista de hacer política.

Hoy es diferente. Además de la forma tradicional -que continúa existiendo- hay una nueva manera, "legitimada", de garantizar apoyos: el otorgamiento casi explícito de ministerios con los "portones cerrados" a los partidos socios del poder. Digo "legitimada" porque desde el asunto de las mensualidades, el propio presidente Lula da Silva no hizo otra cosa que justificar este sistema. Como hizo todavía ahora en el caso de la renuncia de dos ministros acusados de corrupción, a los que pidió que tuvieran el "cuero duro" (¿o quiso decir que fueran caraduras?) y se mantuvieran en los cargos. En un clima de bonanza económica, la aceptación tácita de este estado de cosas por un líder popular ayuda a convertir el desvío en norma más o menos aceptada por la sociedad.

VIEJA CANTINELA

Pues bien, me parece grave que en momentos en que la presidenta Dilma Rousseff esboza una reacción ante este lavado de manos, un ministro reitere la vieja cantilena: La contaminación es consecuencia de las ONG. Se olvida de que el gobierno tiene la responsabilidad primordial de cuidar la moral del Estado. No hay Estado que sea por sí mismo moral, ni partido que sea inmune a la corrupción por la gracia divina. Peor: No hay partido que no pueda volverse cómplice de un sistema que se base en la corrupción.

El "sistema" reacciona a esa argumentación diciendo que se trata de "moralismo udenista", en referencia a las críticas que la Unión Democrática Nacional (UDN) hacía a los gobiernos del pasado, como si al pueblo no le interesara la moral republicana. Bonito engaño. Es sólo discutir el tema relacionándolo, por ejemplo, con los desórdenes de la Copa para ver si el pueblo reacciona o no a los desmanes y a la corrupción. El alegato antimoralista es parte de la misma tonada de "legitimación" de los "imperfectos".

No me parece que la tan anunciada limpieza, todavía muy lejos de haber sido terminada, haya atraído apoyos populares a la presidenta. El obstáculo a una posible limpieza no es la falta de apoyo popular sino la resistencia del "sistema". Como se vio en el cambio de un ministro por otro del mismo partido, posiblemente también para preservar un ex titular del mismo ministerio que cambió al PCdoB por el PT y que hoy gobierna al Distrito Federal. Estamos ante un sistema político que empieza a tener a la corrupción como base, más que simplemente ante personas corruptas.

(*) Sociólogo y escritor, ex presidente de Brasil