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La contra agenda

Por Marina Dal Poggetto y Martín Vauthier. A un mes del contundente resultado electoral, mucha agua pasó bajo el puente. Todavía no se conoce quién va a ser el que dirija la economía que viene, pero ya hay señales ciertas sobre el camino a tomar.

Luego del traspié generado por el intento de contener la pérdida de reservas a través del cepo al mercado de cambios, y la consecuente salida de depósitos en dólares de los bancos (que vale aclarar mermó luego de que con una demora de dos semanas y una caída de US$1.700 millones -11,4% de los depósitos en moneda extranjera-, el BCRA pusiera a su disposición los dólares encajados en las reservas), arrancó con fuerza la contra agenda. Agenda que con sus más y sus menos va por el camino de intentar frenar la nominalidad de la economía y limitar la devaluación de la moneda. Generando en algún punto una consistencia que permita ir liberando el cepo al mercado cambiario y acotando la brecha.

En este sentido, al apretón monetario generado por la suba de 1.000 puntos básicos en la tasa de interés, se sumaron en las últimas semanas anuncios respecto al desarme de los subsidios (medida fuertemente demandada y en línea con la moderación en el ritmo de crecimiento del gasto público), y otras señales fuertes respecto al intento de limitar los aumentos acordados en las paritarias en el marco de un acuerdo de responsabilidad social empresaria-sindical con el Estado mediando. A la no convalidación de un aumento de 35% en la paritaria de los trabajadores rurales, se sumó un discurso contundente de la Presidenta respecto a la necesidad de empezar a hacer sintonía fina para evitar que los logros alcanzados por ‘el modelo’ se diluyan.

Por ahora, estas son sólo señales. Pero en el caso de los subsidios han ido un poco más allá con medidas concretas que apuntan a reducir su incidencia presupuestaria a un ritmo incluso más rápido que el esperado. La decisión de avanzar segmentando a la demanda y dejando atrás el esquema horizontal que tantas críticas viene generando en términos de inequidad e ineficiencia parece correcta. Hasta el momento, según surge de los números que se incluyeron en la presentación de las medidas, la reducción anunciada asciende a $4.600 millones (6% de la masa de subsidios), pero casi el 90% de esa reducción corresponde a subsidios a empresas, sólo $500 millones responden a una caída en los subsidios residenciales.

Ahora bien, más allá del planteo oficial respecto a que esto representa una baja de subsidios y ningún aumento tarifario, es evidente su incidencia en términos del bolsillo de los argentinos.

Por ahora de una porción acotada, pero que si se pretende maximizar el ahorro fiscal debería ensancharse rápidamente a más segmentos de la población (dejando afuera a los más necesitados) y a más sectores como el transporte. Y en este sentido, la quita del subsidio de una vez y no en forma gradual, puede llegar a generar rechazo y en vez de contribuir a frenar la nominalidad de la economía, aumentarla.

El plan 18% que había arrancado por su cuenta cuando la suba en la tasa de interés de los depósitos requerida para estabilizar la demanda de pesos pasó de 12% a 23% en plena corrida cambiaria, empezó a tener una consistencia mayor. Veremos si alcanza para estabilizar la tasa de interés un escalón más abajo, aflojando el cepo cambiario, o si por el contrario algo falla, la nominalidad sigue de largo y en algún momento la salida de capitales requiere un freno mayor de la economía para recomponer las cuentas externas, devaluación mediante.