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La caída de Strauss-Kahn

La ansiedad y el narcisismo invaden con frecuencia la vida de los poderosos, que en ocasiones se sienten invulnerables.

Se ha dicho que el poder embriaga, confunde, corrompe y hasta genera adicción, a la manera de un peligroso afrodisíaco. No a todos, ciertamente, sino a algunos. La reciente detención en Nueva York del ahora ex director ejecutivo del Fondo Monetario Internacional (FMI), Dominique Strauss-Kahn, en relación con una investigación judicial vinculada con una presunta agresión sexual en un hotel de esa ciudad, parece tener mucho que ver con ese fenómeno.

Es cierto que existe para todos la presunción de inocencia. También para el político francés. Por ello, no cabe abrir juicio respecto de su situación actual, antes de que el juez que interviene en el tema pronuncie su veredicto respecto de las acusaciones concretas formuladas contra él. No puede olvidarse, sin embargo, que en 2008 Strauss-Kahn fue investigado por un affaire con una colaboradora que era su subordinada, luego de lo cual admitió públicamente su "grave error de juicio". Error que quizás haya repetido, pese a que, además de su posición en el FMI era hasta no hace mucho el aspirante principal a la presidencia de su país, por el Partido Socialista.

Son muchos los casos en los que la conducta de quienes ostentan una importante cuota de poder deja que desear. Se trata de algo sumamente grave, porque pese a que es cierto que ninguna persona está por encima de la ley, también lo es que cuanto más alto es el cargo político que una persona de pronto ejerce, más grande es su responsabilidad y más clara su obligación de extremar la prudencia en el actuar.

La realidad nos muestra cómo los escándalos sexuales han dañado y hasta arruinado las carreras de muchos políticos o famosos. Incluso en los ambientes en los que, como Francia o Italia, el margen de tolerancia y discreción en este capítulo es amplio.

Cabe recordar, por ejemplo, la frivolidad inexcusable del premier italiano Silvio Berlusconi, investigado por la justicia de su país; la relación del ex presidente norteamericano Bill Clinton con la pasante Monica Lewinsky; la sorpresiva caída del presuntamente moralista ex gobernador de Nueva York Eliot Spitzer, también vinculado con la prostitución; los problemas extramatrimoniales del republicano Newt Gingrich, que sigue aspirando a la presidencia de su país; la vida íntima del recordado presidente de Francia François Mitterrand; el drama del ex presidente de Israel Moshe Katsav, condenado a siete años de prisión por una violación ocurrida en 1990, o los problemas de un Tiger Woods.

Todos esos casos muestran cómo la ansiedad y el narcisismo invaden frecuentemente la vida de los poderosos, y derivan a veces en una equivocada sensación de invulnerabilidad que no les permite ver que el poder que ejercen es efímero y, además, no es propio, desde que son mandatarios de quienes los eligen. También dan cuenta de cómo el prolongado exceso de tensiones a que algunos están sometidos puede desequilibrar emocionalmente a algunos, llegando hasta a alimentar toda suerte de obsesiones.

Por todo esto, los límites temporales en los mandatos y el respeto del equilibrio entre los poderes del Estado, destinados fundamentalmente a evitar los peligros de la concentración del poder en pocas manos, así como los controles al ejercicio mismo del poder, no sólo son mecanismos indispensables y sanos para la vida de la República, sino también para los propios funcionarios, en la medida que los anclan a la realidad.