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La angustiante irresponsabilidad

La muerte de la joven atropellada por un auto conducido por un menor debe ser una bisagra para una sociedad que parece incapaz de imponer límites e inculcar una conducta vial responsable.

La sociedad cordobesa, conmocionada desde hace una semana por el accidente en el que un auto manejado por un adolescente de 16 años atropelló de modo violento a una joven, sufre con dolor la muerte de la profesora de Educación Física Mariana Inés Ellena, de 22 años.

Una vida humana, ésa que es tan defendida desde discursos floridos y rimbombantes, quedó destruida en tan sólo un instante por una conducta estúpida, criminal e irresponsable que, por desgracia, no es aislada.

Al contrario, mientras el joven vive su propio infierno, agravado ahora en lo penal pero irreparable con seguridad para quien llevará esa carga para siempre, hay un resultado irremediable –la muerte de Mariana Inés–, con su terrible impacto sobre su familia y amigos.

Pero también, sin duda, quedará destruida la familia del victimario, acosada por los fantasmas de la culpa, arrepentida cuando ya es demasiado tarde por no haber puesto en su momento las cosas en su lugar. Es decir, nada bueno puede resultar de tan infausto suceso. Salvo la posibilidad de rechazar el facilismo de condenar al joven conductor como a un chivo expiatorio y convertir, en cambio, la tragedia en bisagra para una conducta pública, social y familiar demasiado complaciente con las transgresiones.

En ese sentido, hay una primera e ineludible responsabilidad parental, de los padres o de los parientes mayores, en la educación de un adolescente. Esa función no puede delegarse en otro, no puede "tercerizarse", porque requiere cariño, dedicación y compromiso para transmitir desde la cuna valores y sentido de la responsabilidad.

No se trata de regresar a preceptos decimonónicos capaces de degenerar en autoritarismo o maltrato, sino de un equilibrio elemental entre derechos y obligaciones, que vaya construyendo un concepto de legítima autoridad. El mejor momento y el mejor ambiente para internalizarlo en profundidad se da en el seno familiar.

Una segunda e ineludible responsabilidad corresponde a la escuela, que no tiene que limitarse a enseñar conocimientos, sino que debe reforzar esos valores, en colaboración con las familias y seguimientos personalizados. Sería prudente e indispensable, también, incorporar de una buena vez una educación vial sistemática y sostenida.

La tercera responsabilidad es de control y prevención públicos. Ciertos días y a ciertas horas, las calles de la ciudad de Córdoba (y también de otras urbes) se transforman en tierra de nadie, en escenario de las lamentables "picadas" o, por lo menos, en veloces autopistas para vehículos conducidos de una manera criminal.

No se respetan normas y no están los controles municipales y policiales para hacerlas respetar. Ojalá la sociedad asuma su responsabilidad y comprenda que, entre todos, podemos evitar que tragedias tan dolorosas como la que hoy nos conmueve se repitan.