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Jornada para la esperanza

Si alguno de los muchos escépticos en relación con la eficacia de las elecciones como garantía de renovación política saludable tuviese oportunidad de interrogar a Cristo -se alude a aquel pasaje evangélico en que se le preguntó hasta cuántas veces debe perdonarse a quien ofende-.

Sobre si siete votaciones deberían bastar para lograr el bien común que en teoría debiera producir el recambio de la conducción del Estado, probablemente el dueño de todas las respuestas contestaría que no sólo siete, sino hasta setenta veces siete, dando a entender que el número es infinito, por lo que nadie debería bajar los brazos, sino sumar su más responsable participación.

En otras palabras, que el deber ciudadano se mantiene inmutable, cualquiera hubiese sido el progreso que el ejercicio ciudadano del voto hubiese mostrado hasta ahora.

Desde ya, el escepticismo señalado no es ninguna caracterización que deba interpretarse como un déficit de esta coyuntura electoral. La reserva mental contra la política, contra los políticos y, por cierto, contra todas las actividades vinculadas con la política, es fenómeno que ya tiene historia y que es déficit cuya superación tiene fecha -si tuviese alguna- totalmente imprecisable.

Por suerte, no es el escepticismo, ni en la Argentina ni en Catamarca, el sentimiento único ni mayoritario ante la contienda cívica que se está librando hoy en todo el país. Aunque nadie podría suponer que con lo que ocurra hoy terminarán los problemas de los argentinos, son incontables los que no dudan de que en esta nueva etapa que se abre al destino de la patria se consolidará lo bueno de este presente y se rectificarán los yerros, no por una suerte de mecánica evolución, sino por consciente esfuerzo de los argentinos del poder y del llano.

Cada comicio es ocasión de esperanza. Y mucho más cuando, como en el caso de hoy, se elige la máxima autoridad del país y se termina de definir el esquema político de las provincias, todo lo cual constituirá el nuevo rostro gobernante de la nación.

Y esta esperanza no debe reprimirse. Cada voto deberá estar henchido de ella. Porque es verdad que lo que venga no podrá ser la exacta repetición de lo ya visto y porque si bien pueden mantenerse operadores del pasado, los tiempos no serán los mismos, ni tampoco los desafíos y las oportunidades ventajosas. En verdad, con cada elección, la Argentina renace.

Depende de todos que renazca cada vez más saludable, esto es, con más justicia, con mayor libertad, con más altos niveles de bienestar, con más fraternidad, con mayor equidad social, con más elevada calidad institucional, con más alto decoro internacional.

Con este espíritu, nadie quedaría sin percibir este domingo electoral como una jornada que, no obstante dejar a la vista tan crudamente el espesor de cada corriente política, revela su realidad más profunda de un todo indivisible, que es la nación, que espera que todas ellas profundicen su compromiso con el bien común de los argentinos.

Y habrá que ser constantes, si se creyera, como se ha sugerido al comienzo de esta nota, que la construcción de una patria verdaderamente plena demanda una cantidad ilimitada de intentos, esto es, de comicios, que son las vías republicanas para determinar los conductores de tan ambicioso e inacabable emprendimiento.

Las elecciones de hoy determinarán quiénes conducirán el país en los próximos cuatro años.