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John D. Rockefeller: uno de los capitalistas más importantes de la historia americana

Fue a la vez el hombre de negocios más admirado y al mismo tiempo el más odiado en Estados Unidos.

Considerado uno de los grandes “Robber Barons” (o industrialistas), ha cambiado de connotaciones muy negativas a comienzos de este siglo a connotaciones mixtas para finales del mismo. La historia de John D. Rockefeller es la historia de la industria petrolera estadounidense. El petróleo paso a ser de un producto no industrializado, a la principal industria económica mundial en manos de este magnate.

John D. Rockefeller no sólo creó la Standard Oil, que fue el más grande imperio de negocios en la Tierra a principios del siglo XX, sino que formó el más extenso imperio de filantropía, creando la Universidad de Chicago, el Spelman College, la Universidad Rockefeller, el Museo de Arte Moderno de Nueva York, The Cloisters, y la Fundación Rockefeller. Su relato muestra a uno de los personajes de negocios más despiadados e implacables de todos los tiempos que luego se convirtió en una de las mentes filantrópicas, caritativas y con mayor visión de futuro que el mundo haya visto jamás.

Nacido en Richford, Nueva York, el 8 de julio de 1839. Se trasladó con su familia a Cleveland, Ohio, a la edad de catorce años. Sin miedo al trabajo duro, tuvo su primer trabajo en la empresa Hewitt & Tuttle, a los 16 años, como contador asistente. A los veinte años, Rockefeller, que había prosperado bastante en su trabajo, se aventuró por cuenta propia a la comercialización de heno, carne, grano y otros bienes. Al cierre del primer año, su compañía ya había recaudado cuatrocientos cincuenta mil dólares. Estos hechos nos demuestran que desde joven, John tuvo predisposición al enriquecimiento; algo muy común dentro de la religión protestante, concretamente la iglesia bautista.

Rockefeller fue un hombre cuidadoso y estudioso que se abstuvo de tomar riesgos innecesarios. Percibió su primera oportunidad en el negocio del petróleo a principios de 1860, cuando pasaba por una mala racha financiera. Con la producción de crudo aumentando gradualmente en el oeste de Pennsylvania, decidió gastarse el total de sus ahorros y establecer una refinería cerca de Cleveland, a poca distancia de Pittsburgh, en 1863. Dos años después ésta se convirtió en la más grande de la zona y no pasaron muchos otros éxitos empresariales para que Rockefeller, de apenas veintiséis años de edad, se diera cuenta de que el negocio del petróleo era lo suyo.

En 1870, fundó junto a sus colaboradores la “Standard Oil Company”, que prosperó de inmediato gracias a las condiciones económicas/industriales favorables y gracias al ingenio de Rockefeller para agilizar las operaciones de la empresa. El nombre de la compañía, que en español significa “Petróleo normal”, se originó porque había muchas quejas de que el queroseno era muy peligroso e inflamable y él se preocupó por sacar una formula estable, dándole esa imagen “standard” a su producto que era tan demandada entonces. Además, fue la primera compañía que descubrió el potencial de la gasolina para los motores.

Con el éxito y el dinero, llegó a desplazar a la competencia y a empezar una monopolización del negocio. Los movimientos financieros de Standard Oil eran tan rápidos y radicales que en poco tiempo, específicamente en un plazo de dos años, controlaron la mayoría de las refinerías en el área de Cleveland. Hizo tratos, en principio favorables, con los ferrocarrileros de la zona para la distribución de su petróleo, concretamente con el acaudalado Cornelius Vanderbilt. Pero luego, Standard Oil se metió en el negocio de los oleoductos y terminales, creando así su propio sistema de transporte para dejar de depender de los ferrocarriles.

La huella de la empresa se hizo más grande cuando empezó a comprar a sus competidores, no sólo los más cercanos, sino también en otras regiones; persiguió la ambición de ser el único jugador de la industria, tanto de los EE.UU. como del mundo. Así que, en poco más de una década desde que se creó, ya Standard Oil tenía casi todo el monopolio del petróleo en los EE.UU.

Por desgracia, con este empuje tan agresivo que tuvo, el público y el Congreso de los Estados Unidos se dieron cuenta de su marcha implacable. Su comportamiento monopolístico no fue tomado con agrado. En el año 1890, el Congreso promulgó la Ley Sherman Antitrust, una famosa ley antimonopolios, y dos años más tarde, la Corte Suprema de Ohio consideró a Standard Oil una empresa que estaba violando la ley. Pero como siempre a un paso por delante, Rockefeller había disuelto la corporación en empresas más pequeñas y permitió que cada una de estas propiedades, bajo su tutela, fuera manejada por otros ejecutivos. La jerarquía global de Standard se mantuvo intacta, aunque las decisiones eran tomadas por una junta directiva.

Apenas nueve años después de que la gran compañía se rompió en más de treinta y cinco pedazos a causa de la legislación antimonopolio, las piezas se volvieron a juntar de nuevo en un holding, en 1911. Sin embargo, la Corte Suprema de Estados Unidos declaró a esta nueva entidad en violación de la Ley Antimonopolio Sherman, por lo que fue obligada a disolverse de nuevo. En la actualidad, muchas de esas empresas han evolucionado en grandes consorcios comerciales independientes del rubro petrolero y sus derivados, como ExxonMobil, ConocoPhilips y Chevron, todas aún pertenecientes a los bisnietos y tataranietos de Rockefeller.

Las ambiciones monopolísticas de Rockefeller, fundadas en su deseo por superar a cuanto industrialista hubiese en Estados Unidos, lo convirtieron en una persona despiadada que exigía mucho de las personas que trabajaban para él. Se dice que en esa época, las condiciones del trabajador promedio de la Standard Oil eran muy precarias y se consideraban como víctimas de explotación, de allí el que muchos aún consideren a John D. Rockefeller como un malvado o ese tipo de empresario que no debería existir.

John fue un devoto Bautista; era un abstemio, no fumaba y no frecuentaba las fiestas, a diferencia de sus competidores, que eran, según él, “viciosos e inmorales”; llegó a decir que la religión había sido uno de los pilares de su éxito; era extremadamente frugal, incluso se daba y permitía a su familia pocos lujos; y una vez jubilado (en 1895, a los cincuenta y seis años), se residenció en su rancho de Nueva York y se mantuvo ocupado colaborando con la iglesia local y haciendo obras de caridad. Se cree que, más que una decisión bien pensada, su jubilación a una edad usualmente temprana se debió a problemas de salud que desmejoraron en gran medida su calidad de vida.

Su vocación religiosa lo llevó, en un momento de su vida, a arrepentirse de todo lo malo que hubiese podido haber hecho para convertirse en el hombre más rico de la historia y a tomar una decisión trascendental: regalar casi todo su dinero a la caridad. Ese dinero ayudó a financiar la creación de la Universidad de Chicago (1892), a la que había donado más de ochenta millones de dólares para el momento de su muerte. También ayudó a fundar el Instituto Rockefeller para la Investigación Médica (más tarde llamado Universidad Rockefeller) en Nueva York y la Fundación Rockefeller, que creó un sistema de ayudas continuas, entregando así más de quinientos treinta millones de dólares a diversas causas benéficas.

Su único hijo varón, también llamado John, continuó con su legado filantrópico. Durante la Segunda Guerra Mundial, él ayudó a establecer la United Service Organizations (USO), y después de la guerra, donó el terreno para que se construyera la actual sede de las Naciones Unidas en Nueva York. También donó cinco millones de dólares para el Centro Lincoln para las Artes Escénicas de la ciudad de la misma ciudad.

En total, Rockefeller tuvo cinco hijos con su esposa, Laura. Estos fueron la primera generación de una familia que no sólo siguió una vasta tradición empresarial y filantrópica hasta nuestros días, sino que ocupó cargos políticos de envergadura para los Estados Unidos, como Nelson Rockefeller, que llegó a la vicepresidencia del país en 1974.

John D. Rockefeller, falleció el 23 de mayo de 1937, en Ormond Beach, Florida, a la edad de noventa y siete años. Para el momento de su muerte ya era considerado uno de los principales hombres de negocios de los Estados Unidos y se le reconoce por ayudar a dar forma a la cultura americana como la conocemos hoy en día.

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