DOLAR
OFICIAL $816.08
COMPRA
$875.65
VENTA
BLUE $1.18
COMPRA
$1.20
VENTA

Isabel Allende y su misterioso amante argentino por el que abandonó a su familia, ¿era Astor Piazzolla?

Una serie sobre la vida de la legendaria escritora chilena le pone nombre por primera vez al protagonista del intenso romance por el que tanto sufrió.


Extraído de Infobae

“No hay nada más afrodisíaco que una buena historia, y yo me acerqué a este hombre para robarle su historia”, dice una joven Isabel Allende, interpretada por la actriz Daniela Ramírez en la miniserie sobre su vida que se estrenó en Latinoamérica por Amazon Prime el mes pasado. La escritora viva más vendida de habla hispana se refiere a su segundo marido, el californiano William Gordon, con el que estuvo casada 27 años, pero vale para el amor que más culpa y sufrimiento le trajo, ese que ocultó durante años de puro arrepentida, y que, a los 79, parece dejar que se nombre por primera vez en la biopic cuyo guión supervisó personalmente: el compositor y bandoneonista Astor Piazzolla, al que hasta ahora apenas si había aludido en sus memorias como “un músico argentino”.

Es en el segundo de los tres capítulos de “Isabel” –la producción chilena que narra la intimidad de la construcción intelectual de la autora de La casa de los espíritus (1982) hasta su momento más duro, a los 50 años, con la muerte de su hija Paula, en cuyo libro homónimo se basan buena parte de los textos de Jonathan Cuchacovich– donde se desarrolla la trama de su apasionado encuentro con aquel misterioso amante argentino.

En 1973, tras el golpe de Estado y magnicidio de su tío, Salvador Allende, hermano de su padre Tomás, a quien nunca conoció, la escritora trasandina se exilió –primero sola, y después con su primer marido, Miguel Frías, y sus hijos, de entonces 10 y 7 años– en Caracas. Venía de romper con las convenciones y la pacatería de la tradicional clase alta chilena desde la vanguardia feminista de la revista Paula y se encontró con la exuberancia y la libertad sexual en pleno boom de la Venezuela petrolera. Y después de muchos meses de soledad y con su matrimonio en crisis, consiguió el primer trabajo fuera de su país cuando la llamaron para que hiciera las letras de una comedia musical.

En la escena se ve a una Allende de poco más de 30 años llegar ilusionada a la reunión con el productor que le presenta al argentino –encarnado por el actor Esteban Meloni (que según la escritora guarda un gran parecido físico con su antiguo amante)– que estará a cargo de los arreglos musicales de la obra. Lo llama, esa única vez, por el apellido Piazzolla.

La arrogancia y el evidente desprecio que demuestra ese personaje de bigote tupido y guitarra al hombro por su futura compañera –justo por ella, que viene de enfrentar sin pretensiones heroicas al conservadurismo más rancio y a la dictadura chilena que la amenazó de muerte y se metió hasta con sus hijos, Paula y Nicolás– hace que la tensión entre los dos se dé a primera vista. La atracción no tarda mucho más.

Se los ve entonces entonces tararear y componer canciones que él toca en un viejo piano de cola mientras entrecruzan relatos comunes de un pasado que los expulsó de su patria pero ahora los acerca: él dice haber escapado de la Triple A y que dejó en Buenos Aires a su mujer y a dos hijos a los que espera mandar a buscar con lo que gane en la obra. No será posible, porque el productor los estafa y el musical nunca se realiza, pero lo que parece una despedida es el comienzo de una aventura intensa como el calor de Caracas.

“Me enamoré como una adolescente. Durante meses me sumergí en una doble vida con una falta de discreción vergonzosa”, se escucha la voz en off de la Isabel de Daniela Ramírez. Lo que sigue son las imágenes de la pareja en la cama de un departamento pobre, que respetan a rajatabla uno de los dos pedidos de la autora de Eva Luna (1987): “Que no hubiera escenas sexuales en las que apareciera”. En especial, según confió a El Comercio de Lima: “Me habría dado un tremendo bochorno revivir las escenas con el amante argentino. Dije: ‘¡Dios mío! ¡Yo no quiero ver eso!’”. No son necesarias para entender la química entre la escritora y el trovador, que entre “placeres y canciones” termina por decirle que va a dejar a su mujer y que se va a Madrid, donde hay trabajo para los músicos. El diálogo a continuación no es muy distinto de otros diálogos en las vidas de las lectoras de Allende –que ha sido traducida a más de cuarenta lenguas en todo el mundo–, pero definirá para siempre el resto de la suya.

–Venite conmigo– le propone el amante.

–No puedo, mis hijos...– duda ella.

–Se vienen con nosotros.

–No, ¡pero tú te pegaste en la cabeza! Recién se están acostumbrando acá…, ¿sabes el daño que les puedo hacer? ¡No! Además yo tengo mi familia…

–¡Isabel! ¿Dónde estás ahora? No te mientas: estás acá, conmigo.

Al cabo de unos días, el argentino cumple con su palabra y parte a España. La escritora habla con su marido. Para entonces siente que su matrimonio está irremediablemente roto. Le anuncia que se va a Madrid con Paula y Nicolás, pero Frías se opone: le dice que los chicos se quedan con él en Venezuela y que no tendrá acceso a los ahorros familiares.

En 1978, Allende llega sola a encontrarse con el músico en un departamento sin luz y con un colchón en el piso al otro lado del Atlántico que le parece “un asco”. Pero en medio del desamparo del triple exilio de su país, de su maternidad y de una vida acomodada, vive su “luna de miel clandestina”. Desde Madrid le escribe a su madre, a cargo a los chicos en Venezuela –y con quien mantuvo hasta su muerte, en 2018, un intercambio epistolar que es casi un diario íntimo en el que registró toda su historia: “A pesar de la culpa y la pena, por primera vez en mucho tiempo siento algo, mamá. Me siento viva”.

Con 36 años y dos hijos que la esperan en un país que ni siquiera es su casa, le ganan finalmente esos pesares. “A las 5 am me despedí de quien podría haber sido el amor de mi vida y regresé a Caracas sin mirar atrás”, se escucha decir de nuevo a la voz de la actriz Daniela Ramírez. En el aeropuerto de la capital venezolana la espera su marido dispuesto a echarle un manto de silencio a lo que pasó en Madrid, ese silencio “con el que los chilenos enfrentan los dolores y las vergüenzas”. Todavía faltan cuatro años para que Isabel Allende vuelva a Madrid, aunque ya no detrás de un hombre, sino para presentar su primer bestseller y comenzar así la más larga y profunda de sus relaciones: con la literatura.

En eso coinciden las biografías de Allende y Piazzolla. Tampoco para el bandoneonista marplatense –que murió en julio de 1992, menos de dos meses después de la muerte de Paula, la hija de la escritora, que partió en dos su propia vida– hubo una relación más fuerte ni más definitiva que la música. Pero los conocedores de la biografía del gran renovador del tango no necesitan demasiados datos para darse cuenta, las coincidencias parecen terminar ahí. ¿Por qué entonces en la miniserie se desliza su nombre? ¿Pudo haber sido Astor Piazzolla el gran amor de Isabel Allende?

La dirección de arte de la miniserie Isabel revisó cientos de fotografías, entrevistas y videos que aportó la oficina de la escritora, que a cambio sólo puso como condición, además de que no hubiera escenas de sexo, “que tuvieran mucho cuidado con las personas que tienen vidas privadas”. Esa es una de las claves: sobre ella, el equipo de investigación del canal chileno Mega Media –el guionista, Cuchacovich; la productora ejecutiva, Isabel Miquel; y la periodista Carolina Narbona– tenía carta blanca. “Mi vida es pública, está escrita en mis memorias –les dijo Allende, que aunque tuvo acceso a todos los guiones asegura no haber intervenido–. Pueden decir lo que quieran de mí”.

Varios de los pasajes del guión están de hecho narrados por ella misma en su autobiografía Paula, que sirve de punto de partida para chequear la verdadera historia. “El hombre del cual me enamoré en 1978 era músico, un refugiado político más entre los miles provenientes del sur que llegaron a Caracas en la década del setenta. Había escapado de los escuadrones de la muerte, dejando atrás en Buenos Aires una mujer y dos hijos, mientras él buscaba donde instalarse y trabajar, con una flauta y una guitarra como únicas cartas de presentación”, escribe Allende en la novela en la que le narra sus memorias a su hija, que yace durante meses en coma, víctima de un desorden genético llamado porfiria, para que cuando despierte “no esté tan perdida”.

Sólo en ese párrafo parecen agotarse las posibilidades de que aquel amante cuya identidad jamás quiso revelar –un poco para preservarlo, y otro para evitarse a sí misma el remordimiento latente de haber abandonado a su familia– haya sido en efecto el creador de Adiós Nonino. Primero, porque –como lo ratificarán desde Daniel, su hijo, que llegó a tocar con él y hoy es guardián de la obra del maestro argentino; hasta Daniel Rosenfeld, director del documental Piazzolla, los años del Tiburón (uno de los mayores ejercicios de acercamiento al genio creativo del músico, basado en testimonios y archivos públicos y privados inéditos)– Astor Piazzolla nunca estuvo en el exilio y aunque tocó dos veces en Caracas, no vivió en esa ciudad. Durante los años de la última dictadura militar, se instaló en Roma, pero regresó varias veces a la Argentina y se consideraba a sí mismo “un emigrado, un autoexiliado”. “Elegí irme por miedo –dijo a la revista Semana en 1984–, pero pude quedarme y a lo mejor no me hubiera pasado nada”.

Como el amante argentino de Allende, Piazzolla sí tenía dos hijos (además de Daniel, Diana, que murió en 2009). Pero en 1978 ya se había separado hacía 12 años de la madre, Dedé Wolff, y sus “dos D” eran adultos: tenían 34 y 35 años. Es más, quién se exilió fue Diana, militante del peronismo de base, por quien se dice que el músico intercedió en un polémico almuerzo con Videla que años más tarde él llamaría “de la vergüenza”. Llegó a ser tratado de colaboracionista, pero su hija aseguró que no lo era: sólo buscaba salvarla. En la serie, el amante de Allende se define como comunista, lejos de un Piazzolla que nunca se sintió cómodo con las etiquetas ideológicas. Es conocida su frase: “No soy peronista, no soy comunista, soy bandoneonista”.

Y tampoco en eso hay coincidencias, porque ni en la serie ni en las memorias de Allende se menciona ningún bandoneón. Sólo hay un piano, una guitarra y una flauta con la que el enamorado la hipnotiza hasta llevarla a la cama. Claro que la escritora también dice que, desde que lo conoció, le impresionó el talento de ese argentino de mal carácter, irónico y agresivo, que “podía interpretar sin el menor esfuerzo vagas ideas en frases musicales precisas y tocar cualquier instrumento de oído”. Para ella, dice, aquel hombre “resultaba un genio”. Y entonces, claro, de nuevo las coincidencias, y las dudas.

“Se echó a reír, tomó la guitarra y empezó a tararear un tango burlón –escribe Allende en Paula–; me sentí como una provinciana, lo cual me pasaría muchas veces en nuestra relación. Era uno de esos intelectuales noctámbulos de Buenos Aires, parroquiano de antiguos mesones y cafeterías, amigo de teatreros, músicos y escritores, lector voraz, hombre peleador y de respuestas rápidas, había visto mundo y conocido gente famosa, un contrincante feroz que me sedujo con sus historias y su inteligencia, en cambio dudo que yo lo impresionara demasiado, a sus ojos era una inmigrante chilena de treinta y cinco años, vestida de hippie y con costumbres burguesas”.

Otra mención, como al pasar, del personaje interpretado en la biopic por el argentino Esteban Meloni a un verso de Luis Alberto Spinetta suena como otro click para el oído atento. Piazzolla mantuvo con el poeta del rock nacional –como casi con todas las cosas– una larga relación de amor-odio. Pasó de la promesa de un recital conjunto, a decir que se había dispersado y que, como el resto de los rockeros, carecía de inquietudes. Spinetta, que se inspiró en María de Buenos Aires para su Figuración, reconoció tras la muerte de Piazzolla que una vez rechazó una invitación para tocar con él. No fue un desplante: “Por más que hubiera dicho cualquier cosa de mí, yo siempre lo admiré, y la sola idea de estar con él en un concierto me hubiera paralizado”, dijo el Flaco.

Pero quizá el dato más concreto que separa al autor de Libertango de Isabel Allende es el físico. Aunque en la serie el personaje usa bigotes, en Paula, ese rasgo muta en “una barba de mago bien recortada”. La escritora lo describe delgado y “tenso como un torero”, una imagen tal vez más cercana a la de un joven de la edad que entonces tenía su hijo Daniel, que a la de Piazzolla, que en 1978 rondaba los 60. Una edad a la que ya había recorrido el mundo con la disrupción de su estilo y de su tango.

Daniel Piazzolla ríe con ganas al otro lado del teléfono ante la sola suposición de que el Piazzolla que se menciona en la serie sea él en vez de Astor. “¿Yo? ¡Nooo!” Pero tampoco le cierra de ninguna manera que pueda tratarse de su padre: en 1978, el compositor venía de separarse de Amelita Baltar, y aunque “las mujeres le gustaban casi tanto como la música”, acababa de conocer a quien lo acompañaría hasta el final de sus días, Laura Escalada. Además, cuando se enamoraba, se entregaba por completo, por que en eso tampoco tenía medias tintas.

Los investigadores que trabajaron en Piazzolla, los años del Tiburón (disponible en HBO y HBO max en toda Latinoamérica) dijeron a Infobae que “entre la bibliografía consultada y de los testimonios con gente cercana nunca surgió el nombre de Isabel Allende, sí de otros flirts que podría haber habido, pero jamás ese, que es realmente muy poco probable”.

Los propios creadores de la serie Isabel admiten: “Ella no habló mucho de ese hecho y cuando quisimos saber más sobre esa persona tampoco nos dieron mucha información. ‘Fue un músico argentino cuyo nombre olvidamos’, nos dijeron”. Es que, para Allende, el dolor de haber abandonado a sus hijos por aquel amor aún persiste. “No me lo he perdonado nunca. Verlo en la pantalla me devolvió toda la culpa”, dijo en una entrevista reciente, en la que también confió: “Quisiera no haberme ido con el argentino a España. Fue un tiempo de tremenda confusión y mucha infelicidad. Había sacado a mis hijos de Chile sin ni una explicación, los separé de todo lo que les era familiar. Los llevé a un exilio forzado, y en medio de toda esa incertidumbre, ¿yo me mando a cambiar para Madrid con un amante? Se demoraron años en perdonarme y nunca quisieron hablar del asunto. Todavía me pesa. No me pesa haberme enamorado, una nunca se arrepiente de eso. Pero te arrepientes si haces sufrir a otros, a tus hijos. Por eso me arrepiento”.

Aunque en la serie todo se resuelve rápidamente, en Paula, Allende cuenta que fue algo más complejo. “Te vienes conmigo a España ahora o no nos vemos más, me amenazó el de la flauta entre dos apasionados acordes musicales, y como no pude decidirme empacó sus instrumentos y se fue. A las 24 horas comenzaron sus telefonazos urgentes desde Madrid.... Esa noche traté de hablar con mi marido para explicarle lo que estaba sucediendo, pero antes que alcanzara a mencionarlo me anunció un viaje a Europa por un asunto de negocios y me invitó a acompañarlo”. Fue en Europa, con su marido, cuando la escritora decidió quedarse con su amante por primera vez: “Duró exactamente tres días, hasta que Michael fue a buscarme. Lo vi llegar pálido y descompuesto, me abrazó y los muchos años de vida en común me cayeron encima como un manto ineludible”.

De regreso en Caracas, decidió volver a Madrid junto a su amante, y entonces sí, tal como en la serie, su marido le advirtió que no le dejaría llevarse a sus hijos. “Replicó que yo estaba fuera de mis cabales y no era capaz de tomar decisiones... podía irme a España si así lo deseaba, esta vez no saldría a buscarme y tampoco haría nada por evitarlo, pero no me entregaría jamás a los niños”. Fueron sólo tres meses hasta que se fue con la certeza de que no volvería a ver al argentino. “Once horas después aterricé en Venezuela derrotada”, escribe Allende.

De aquello pasaron más de cuarenta años y esta Isabel, que ha vuelto a vivir tantas veces desde entonces ni siquiera sabe si aquel hombre por el que aún no pudo perdonarse sigue vivo. Claro que si fuera Astor Piazzolla –que este año cumpliría 100–, lo sabría, pero cuarenta años después no se siente con el derecho ni las ganas de que trascienda su identidad. “No, el músico argentino no fue Piazzolla –confirma desde California su hijo Nicolás Frías, hoy un hombre grande que atiende los asuntos de su madre–. Los que escribieron el guión lo inventaron, y aunque Isabel lo revisó, no tuvo opinión sobre el nombre que eligieron”.

Se despejan por fin todas las dudas. “Alguien quiso jugar con la idea, como una broma, o una estrategia, y tiró el apellido”, arriesga un conocedor de la obra del músico. Aunque por qué no creer que fue el rumor de esos espíritus omnipresentes en la obra de la chilena, subidos a la ilusión súper-sport de que dos de los más grandes talentos sudamericanos se cruzaran en aquellos meses de 1978 para desvelarse el corazón.

Dejá tu comentario