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Indignados

Se llamaba Candela, pero podría haber sido Sofía, Mariela, o Graciela. Se llamaba Tomás, pero podría haber sido Diego, Pablo o Alejandro.

Es lo mismo. Tenían 11 y 9 años. Eran hijos, hermanos, amigos, compañeros. Molesta, lastima, asquea ahora cuando hablan de ellos.

Cuando hay gente estúpida que llega a asegurar que no es lo mismo que los hayan matado por venganza o si fueron víctimas de una red de trata de personas. No importa. No hay razones. No hay explicación posible acerca de cómo alguien que nació ser humano muta en bestia para perpetrar atrocidades como esta.

Ya no se puede hablar de un mero hecho de inseguridad. Se trata de un resquebrajamiento moral de una sociedad que vive día a día anestesiada. Que ni siquiera se cae y se levanta. Se arrastra. El golpe, la conmoción pasan rápidamente. Y después todos miran hacia los que están arriba (gobernantes, legisladores, jueces, policías) y apuntan con el dedo acusador. Muchísimas veces tienen razón.

La impunidad con la que se mueve bestias capaces de perpetrar hechos como estos es inversamente proporcional a la capacidad de los investigadores. Pero ¿y del otro lado del dedo? ¿Qué nos pasa a nosotros?

Hoy está de moda la palabra indignado para nombrar un movimiento que trasciende fronteras y que pretende cambiar al mundo. Hoy, con hechos como estos, o como los de Iván, o Maxi, también todos somos Indignados.