Georgias del Sur: Astiz, el terror y el libro que no fue
La historia previa al desembarco del 2 de abril en Malvinas tuvo ribetes que nunca se aclararon debidamente. Terror psicológico a lo largo de 30 años que no cesa. Por Jorge D. Boimvaser
Por Jorge D. Boimvaser
Verano del 82. Un empresario llamado Constantino Davidoff ligado a la industria pesquera de altura, realiza una serie de trámites internacionales para desarmar viejos e inservibles puestos balleneros instalados en las remotas islas Georgias del Sur. El objetivo es hacerse de la chatarra acumulada en las lejanas islas del Atlántico Sur.
Davidoff viene negociando el contrato de desguace con la empresa "Salvensen Limited", de Edimburgo. Hasta allí parecía una simple operación comercial propios de la industria pesquera.
Constantino Davidoff manda contratar algo menos de 50 operarios que se encargarían de la operación en las inhóspitas islas australes. La mayoría de esos operarios son reclutados en la zona sur del Gran Buenos Aires.
El navío que llevó a los obreros se llamó "Bahía Buen Suceso" y llegó a las islas el 19 de marzo de 1982. Este historia se describe en el Informe Rattenbach Segunda Parte (http://www.cescem.org.ar/informe_rattenbach/parte2_capitulo04_01.html) , pero lo que ahí no se describe es lo que relataremos a continuación.
Verano del 2006, BuenosAires. Cuatro estudiantes de periodismo recién recibidos intentan resucitar esta historia que en definitiva fue el detonante que explotó el 2 de abril con el desembarco argentino en las Islas Malvinas.
Los jóvenes periodistas consiguieron una primicia única. Ubicar, contactar y hablar personalmente con casi cuarenta obreros que formaron el plantel de trabajadores que fueron a desguazar los balleneros abandonados en las islas Georgias.
El material, producto de esas entrevistas, adquiere ciertos argumentos propios de un film de terror. Pero apasionan al ser partes de la antesala de la invasión argentina a las Malvinas.
¿Qué es lo espeluznante en esta historia? A poco de llegar a las Georgias y esperando comenzar las tareas, los obreros se alojan en un enorme galpón no demasiado calefaccionado. Cada atardecer, después de la puesta del sol solo les queda entretenerse con juegos de salón, lecturas (obvio, prevalecen las revistas eróticas), charlas y cosas por el estilo. Nada de salir a la intemperie en donde el viento cruel y el frío castigan con la inclemencia imaginable en esa región áspera de frío y lluvias.
Hasta que una noche, alguien golpea con fuerza el portón de entrada. Los operarios temblaron. Hombres curtidos, fuertes en el aguante de las condiciones climáticas adversas, escuchan golpear el portón de ingreso y se miran azorados unos a otros. En esa isla no había nadie más que ellos, y todos estaban adentro. ¿Qué es eso que hay afuera y pugna por hacerse conocer?
Las fantasías sobrenaturales vuelan en la mente de todos. Hasta que alguien (qué sabía de qué se trataba), se atreve a franquear el paso de aquel posible fantasma del frío.
Quien está a la cabeza de un grupo de comandos abrigados a full, es el tristemente recordado –ignoto en aquellos días- capitán Alfredo Astíz y su grupo llamados Los Lagartos.
Hubo una presentación semi formal de Astiz y sus Lagartos. Los operarios (de esto se dieron cuenta años después) que fueron al desguace de los balleneros había sido infiltrados por espías de la Armada. Todo muy grotesco pero típico de lo que hacía esta gente en aquella época.
Los jóvenes periodistas consiguen testimonios que con el paso del tiempo y el historial de Astiz ya sin tapujos, les permite recrear y poner en orden lo que ocurrió aquellos días previo a la invasión a las Islas Malvinas.
Todo lo que hizo Astiz mientras estuvo en ese galpón junto a los operarios, fue sembrar miedo, temor por doquier, división y enjundia entre los trabajadores. Como si el enemigo en esa guerra fueron los operarios de la industria pesquera y no los soldados ingleses próximos a entrar en guerra.
El comportamiento de un verdadero psicópata que sacó a relucir todo su arsenal de comportamiento engorroso sea cual fuera su lugar en el mundo. (Obvio, y vale recordarlo, que ante los primeros disparos ingleses levantó la bandera blanca y se rindió cobardemente)..
La historia tenía ribetes muy fuertes para hacer un buen libro. El autor de este informe fue llamado por una editorial para dirigir la investigación.
La primera reacción fue comunicarse con un colega y amigo personal, Diego Pérez Andrade, quien fuera uno de los pocos corresponsales de guerra presentes en el terreno de las Islas Malvinas, representando a la agencia oficial TELAM.
Diego Pérez Andrade (actualmente trabaja en la Unidad de Prensa de Presidencia de la Nación secundando a Alfredo Scoccimarro) vivió en carne propia la guerra y conoce detalles precisos que lo convierten siempre en un personaje de consulta obligatoria para conocer algo mas dl tema.
El panorama que ofreció el corresponsal de guerra tenía ciertas aristas complicadas. La psicopatía de Alfredo Astiz sembrando terror entre los operarios se diluía mas como una cuestión anecdótica. Lo que no resultaba menor eran otros aspectos desconocidos del asunto Georgias del Sur.
Por caso, Constantino Davidoff no era solo un empresario deseoso de hacer un negocio desguazando chatarras en el Atlántico Sur. El hombre era familiar directo de uno de los Almirantes que estaba agazapado en el entorno de militares que decidieron la guerra, y su participación en el episodio de esos islotes no parecía casual.
Si el libro publicaba esa evidencia, la Argentina no podía argumentar en los foros internacionales que fue víctima de una maniobra ofensiva inglesa en el Atlántico Sur, supuestamente cuando una inofensiva unidad de operarios solo pretendía desarmar un ballenero inservible.
Y además, otro detalle no menor. Davidoff había terminado demandando legalmente a la Argentina y a Gran Bretaña por los supuestos daños que le ocasionó no poder terminar la tarea de juntar chatarra en el islote del Atlántico. ¿Quién era el estudio jurídico que llevaba esa causa contra ambos países? Nada menos que el encabezado por Fernando de la Rúa. ¿Cuándo De la Rúa fue Presidente de la Nación a la vez sus abogados adjuntos patrocinaban a Davidoff en una demanda multimillonaria contra la Argentina?
Nadie respondió la pregunta. Pero los jóvenes periodistas que intentaban escribir el libro recibieron presiones y amenazas, hasta que uno por uno fueron decidiendo retirarse del proyecto. No solo eso. También se hundieron en una paranoia múltiple y decidieron no ejercer la profesión que estudiaron. Dos de ellos se dedicaron a la informática y los otros desaparecieron de los ámbitos que frecuentaban.
Treinta años después de la guerra de Malvinas, aún existen puntos oscuros, temores varias y amenazas que no cesan.