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Ganó Cristina, no el "relato"

Por Claudio Fantini*Las urnas también dieron un mensaje al kirchnerismo: ganó la Presidenta que, tras el funeral, erradicó de su discurso y de sus gestos la agresividad.

Como Semiramis, llegó al poder gracias a su marido. También, como la legendaria reina asiria, la viudez acrecentó ese poderío gracias a su inteligencia y templanza.

La bella Semiramis convirtió en deidad al rey Nemrod, creador de Babel y de Nínive, pero a renglón seguido, fundando la imponente Babilonia, superó ampliamente la obra del extinto esposo. Y Cristina parece transitar el mismo camino.

Al cumplirse un año de la muerte de Néstor Kirchner, su viuda lo homenajeó en el mausoleo que forma parte de la mistificación en marcha. La Presidenta lucía una victoria electoral de dimensiones que quizás "Él" jamás habría alcanzado.

De modo paradójico, la relación de Néstor Kirchner con el liderazgo de su esposa fue ambivalente. Ella no habría llegado a la presidencia si "Él" no la hubiera precedido y postulado.
Sin embargo, los movimientos de Kirchner detrás del trono le causaron a Cristina dos duras derrotas: la caída de la resolución 125 y el fracaso en las legislativas de 2009.

El liderazgo de la Presidenta se recuperaba pasmosamente, en buena medida porque la oposición ya desnudaba su insignificancia, cuando la sorpresiva muerte del marido creó un escenario donde los adversarios terminaron de extraviarse y la imagen de Cristina creció hasta la imponencia.

Cristinismo. Hace un año se producía el punto de inflexión en la política argentina: el kirchnerismo comenzaba a dar paso al cristinismo.

Tres factores convergieron para generar el fenómeno político. En el Gobierno, dejaron de superponerse de manera incómoda los liderazgos de ambos esposos; el discurso de la Presidenta dejó de lado la agresividad confrontacionista y la furia descalificadora con que el kirchnerismo se había manejado hasta el fatídico octubre de 2010, y los dirigentes opositores ostentaron veleidades y negligencias en cantidades industriales.

Con la excepción del socialista Hermes Binner, el escrutinio fue la crónica de un papelón anunciado. Sobre ese paisaje dantesco plagado de cadáveres políticos, se erige el liderazgo de Cristina.

Pero las urnas también dieron un mensaje al kirchnerismo: ganó la presidenta que, tras el funeral, erradicó de su discurso y de sus gestos la agresividad y la descalificación. Ergo, no ganó el "relato" kirchnerista; esa interpretación de pasado y presente que justifica verticalismo miliciano, culto personalista y corrupción.

De haber ganado el "relato", el voto mayoritario no habría premiado también al macrismo, a José de la Sota y a Carlos Menem, entre otros. Lo muestra el mapa electoral.

De los mismos conglomerados salieron votos a Cristina y a dirigentes situados en las antípodas del "relato". Muchos riojanos que votaron a la Presidenta, votaron también a Menem. En Vicente López, la mandataria compartió sufragios con Jorge Macri. La misma paradoja se repitió hasta dejar de ser excepción para convertirse en regla.

Si hubiera ganado el "relato", Daniel Scioli no ostentaría su opulento 55 por ciento y Martín Sabbatella no habría sufrido una derrota espantosa.

El "relato" sigue en pie gracias al aparato que crece para imponer una visión "totalizante" y multiplicar los nidos de metralla financiados para atacar a quienes contradicen el "relato". Pero no fue precisamente interpretando ese libreto maniqueo que la Presidenta logró su formidable victoria.

Contaba con ventajas que la ética política recomienda no utilizar y ella utilizó. El Estado fue el podio desde cuya cúspide inalcanzable miró desde arriba al resto, sin prestarse a debatir. Pero, amén de esas ventajas impropias, Cristina fue una candidata inmensamente superior. Una exquisita régisseur de la escena de su propia consagración.

El sismo electoral sólo dejó en pie a Binner. Sepultados en votos, quedaron el purismo apocalíptico de Elisa Carrió; el patronazgo en ruinas de Eduardo Duhalde, el aventurerismo alegre de Alberto Rodríguez Saá y el fallido nepotismo post-mortem de Ricardo Alfonsín.

Otro libreto. En la capilla ardiente de Kirchner, su viuda quedó en el centro de la escena porque el cajón estaba cerrado. De haber estado abierto, el protagonista que atrajera la mirada convergente de los televidentes hubiera sido el cadáver del ex presidente. Con el cajón cerrado, la protagonista fue la mujer que se situó en el foco de las cámaras y que, desde entonces, supo mantener y monopolizar esa centralidad, mientras sus contrincantes se despeñaban torpemente hacia los márgenes.

El "relato" no va adelante de ella. La sigue desde atrás, narrando cada paso como un avance y cada decisión como un acierto histórico, genialmente lucubrado por una mente iluminada. El "relato" está para eso. También para poner la palabra "militancia" donde debiera decir "alineamiento" y para justificar que todos los ámbitos hacia los que fluye el dinero del Estado se alineen con el oficialismo.

El "relato" justifica que todos los espacios que expresan oficialismo no expresen ninguna otra cosa que no sea oficialismo. Y que cada vez haya menos oxígeno para los que se resisten a convertirse en eco de los relatores.

Sobreactuando la combatividad que exalta el "relato", Kirchner marchó hacia las derrotas a manos de las entidades rurales y de tres tristes tigres de papel como Francisco de Narváez, Mauricio Macri y Felipe Solá.

Cristina mantiene intacto el aparato que sostiene el "relato", pero es con otro libreto que logró un triunfo formidable al cabo de un año brillando en el centro de la escena.