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Falta gas y el invierno recién empieza

*Por Fernando García Soto. La decisión del Gobierno nacional de cortar el suministro de gas a las industrias desnudó que el sistema energético argentino continúa en situación precaria.

El problema no es nuevo, sino que se remonta a 2003, cuando comenzaron a manifestarse las primeras consecuencias de una economía argentina que comenzaba a crecer de manera genuina luego de años de estancamiento, con una política energética que impedía que se actualicen tarifas con el objeto de favorecer al consumidor domiciliario, para que no pague caro un servicio básico. Esta estrategia cortoplacista pero efectiva en una población que suele votar con el bolsillo mostró de inmediato su lado negativo en la industria, que cada año padece las consecuencias de interrupciones intempestivas en el abastecimiento de gas natural para que no se toque la oferta destinada a las casas y a los autos que usan GNC.

En 1999, Brasil proyectaba un crecimiento del 4% en su economía, pero desde el propio gobierno del entonces presidente Fernando Henrique Cardoso se admitía que tal variación podría ser mayor, bastante mayor. Por lo tanto, había que frenar las expectativas porque la oferta energética en el país vecino era inferior a la posible demanda en caso de una gran expansión, y de poco habría servido crecer mucho si no había energía suficiente. En la Argentina, nunca se generó un debate serio sobre si era posible promover un crecimiento de la economía a tasas elevadas, como en los últimos ocho años, sin una estructura energética que respaldara tal expansión. Usualmente, cuando un bien es escaso lo que puede esperarse es que su precio suba. Esta vieja teoría económica se cumple a rajatabla en mercados desregulados, donde las fuerzas de la oferta y la demanda actúan libremente.

Pero cuando hay alguna interferencia -generalmente del Estado- es posible el bien siga siendo escaso, pero que su valor no aumente. En estos casos, lo que sucede es que la irregularidad en el sistema salta por algún lado más débil. En el mercado energético argentino, las tarifas que pagan los usuarios residenciales, las familias, no registró variaciones desde 1999 a la fecha, en un escenario en que $ 100 de 2001 valen menos que $ 25 en la actualidad. Así, se alienta el consumo de gas en las casas, porque es barato, porque hace frío, y porque en tales circunstancias tener uno o más calefactores sin dudas es un gran negocio para los consumidores, mas no para las empresas energéticas, que limitaron hasta mínimos técnicos las inversiones en exploración y explotación de nuevos pozos de gas.

Mientras las casas están bien calentitas, calentitos también se muestran los industriales tucumanos, en especial aquellos que representan a industrias estacionales, que funcionan determinados meses del año, como los ingenios y las citrícolas. Desesperados, referentes de estas actividades y de otras no estacionales, como la industria que elabora sal en Tucumán, la que fabrica papel, la que elabora telas y la que produce partes de automotores, exigieron al Gobierno provincial acciones concretas para que se impida que se aplique la restricción total de gas a las industrias. La medida había tomado por sorpresa a los empresarios, que ya venían con recortes en el servicio del 30%, pero también al Gobierno provincial, cuyas autoridades seguramente confiaban en este año no iban a tener que explicar, como en todas las temporadas anteriores, que cortarles el gas a las industrias tucumanas en esta época puede ser sinónimo de estallido social, por el enorme impacto que una medida de este tipo puede tener en la relación laboral de decenas de miles de personas que trabajan en la industria. En general, hay confianza en que hoy se dará marcha atrás con la medida en lo que a Tucumán se refiere, pero el invierno recién empieza.