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Exportaciones importadas

En muchos países, los gobiernos hacen un gran esfuerzo por estimular las exportaciones, no sólo por una cuestión de orgullo nacional sino también por entender que a menos que resulten capaces de vender bienes sofisticados en el exterior no podrán mejorar el nivel de vida de sus habitantes.

En cambio, en la Argentina, casi todos los gobiernos dan por descontado que sería injusto pedirles a los empresarios industriales exportar más, de suerte que los preocupados por el estado de la balanza comercial suelen concentrarse en luchar contra las importaciones.

Además de ser mucho más fácil de lo que resultaría intentar impulsar las exportaciones fabriles, ya que para mantener a raya a "los invasores" de otras latitudes sólo son necesarias algunas órdenes oficiales, la política así supuesta refleja los prejuicios ideológicos del populismo vernáculo según los cuales la Argentina es un país víctima que tiene que defender lo suyo contra los resueltos a robarlo, de ahí la noción de que lo que realmente quieren los inversores extranjeros es apropiarse de nuestros recursos. También incide en la actitud de gobiernos como el de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner el hecho de que las exportaciones más competitivas, como aquel "yuyo" que es la soja, procedan del campo, un reducto reaccionario, mientras que escasean las empresas industriales que están en condiciones de emular a los agricultores conquistando mercados en el exterior.

De todos modos, en los meses últimos se han multiplicado las barreras proteccionistas erigidas por el gobierno con el propósito de trabar la importación de una gama cada vez más amplia de bienes. En esta oportunidad la prioridad no consiste en ayudar a los productores locales a sobrevivir a pesar de la incapacidad de muchos de producir bienes comparables con los importados a precios accesibles, sino en asegurar que el superávit comercial no caiga por debajo de los 10.000 millones de dólares anuales, lo que tendría repercusiones financieras muy negativas para el país. Así las cosas, no debería haber motivado demasiada sorpresa la decisión de la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) de obligar a los interesados en comprar productos en el exterior a conseguir antes la autorización escrita del gobierno para obtener las divisas necesarias. Se trata, pues, de la virtual estatización del comercio exterior, además, claro está, de la creación de nuevas barreras paraarancelarias que resultarían contraproducentes si "socios" como Brasil o China optaran por tomar represalias, negándose a importar productos argentinos, como en efecto ya han hecho en diversas ocasiones.

Para hacer todavía más complicado el panorama ante el gobierno que está luchando por mantener a flote un "modelo" que corre peligro de hundirse en los meses próximos, muchas empresas locales, entre ellas las automotrices, dependen de insumos importados para seguir operando. Puede que los vehículos fabricados figuren como argentinos, pero una proporción sustancial de las partes –se habla de entre el 70% y el 80%, nada menos–, además de toda la tecnología, es de origen extranjero, de suerte que muchas medidas encaminadas a defender la producción nacional terminarán perjudicándola. Es lo que acaba de suceder en Córdoba, donde la planta de Fiat se paralizó por un par de días a la espera de la llegada de autopiezas procedentes del Brasil que, como tantos otros insumos, no podían salir de la Aduana. De más está decir que los ensambladoras de Tierra del Fuego se encuentran en una situación muy parecida. Aunque a juicio de la ministra de Industria las isla es "un polo tecnológico", no se destaca por la investigación o por el desarrollo de nuevos productos sino que, aún más que sus equivalentes en países como China, depende casi por completo de insumos importados. En el mundo actual cada vez más "globalizado", ni siquiera los países más grandes y diversificados como Estados Unidos pueden darse el lujo de aspirar a la autarquía, pero parecería que el ministro de Economía de facto, Guillermo Moreno, está más que dispuesto a seguir actuando como si creyera que, con un poco de buena voluntad, nuestros fabricantes podrían prescindir de los insumos importados, de ahí los problemas que están dando dolores de cabeza a tantos empresarios.