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Espías y verticalistas

*Por Juan Manuel Asis. Una vez obtenido el poder, los dueños se preocupan por consolidarlo con un esquema vertical, autoritario y asentado en las arcas del Estado.

Especialmente en el peronismo (menemismo, kirchnerismo y cristinismo). ¿Carisma? Sólo para llegar al primer lugar. Después, la aureola de poder hace el resto con aquellos criterios.

En el justicialismo no sólo es trascendente la existencia de un jefe y su rol, sino la presencia de los súbditos -leales, compañeros, soldados con el bastón de mariscal en la mochila- y su reconocimiento como tales. Así, de arriba hacia abajo, todos saben qué tienen que hacer: en una dirección el Presidente se impone sobre los gobernadores, estos sobre los intendentes y los jefes municipales sobre los concejales; y al revés, aparece el famoso "le pertenezco". El manejo del dinero con régimen de caja única es el elemento disciplinador: el peón se porta bien, se abre la canilla, el peón se muestra desleal, se cierra.

Cuanto más fiel se muestre un gobernador más dinero bajará a su provincia. Con esa lógica, cuanto más se incline el mandatario ante la Casa Rosada, mucho mejor estarán los ciudadanos -pero descontentos siempre hay-. Lo peor no es que ese sistema de relaciones se ejecute en la realidad, sino que se admita su existencia que, en el fondo, es sostenida por el terror que se infunde desde la cabeza amenazando con ahogar las finanzas territoriales. El que llega al Gobierno debe mostrar que ese será el esquema y para eso sacrifica un primer botón.

Aquí se dirá "pobre Daniel Scioli". Cuando en 2003, como vicepresidente, quiso mostrarse autónomo recibió la reprimenda pública de Néstor Kirchner. Librepensadores en este grupo no; ese fue el mensaje, como admitió una senadora nacional. Luego el patagónico usó la caja premiando y castigando. Hoy la historia se repite: la presidenta, Cristina Fernández, para exponer que su futura gestión -si resulta reelecta- tendrá el mismo carácter centralista y personalista que reverencia el justicialismo volvió a "cachetear" al bonaerense: le impuso el vicegobernador. A esta altura nadie puede creer que Scioli consensuó el nombre de Gabriel Mariotto con la jefa de Estado. Cristina advierte: voy a vigilar al mandatario de la principal provincia argentina, desconfío de él y necesito armarme de un ejército de fieles. ¿Criticable?: sigue la "doctrina" peronista de interpretación del poder: verticales y autoritarios. En ese marco, cada referente de "la Cámpora" vendría a ser un "espía" del cristinismo que observará atentamente a los gobernadores.

Es un modelo político basado en la desconfianza para obligar a que, desde el primer día, los jefes provinciales den muestras de fidelidad -genuflexión, dirán otros-. No se trata de relaciones cordiales, donde un caballero le dice sí a la dama, sino de un modelo de relaciones políticas, donde los participantes deben mostrar que el que manda va a mandar y el que tiene que obedecer, va a obedecer. El gobernador, José Alperovich, repite que Tucumán necesita de la Presidenta. El tucumano no es Scioli, tampoco Tucumán es Buenos Aires, pero es verticalista y sigue el mandamiento de poder del PJ: obedeced y recibirás. En ese marco no hay que dejar pasar una frase de la senadora Beatriz Rojkés: "queremos que Tucumán sea independiente, que pueda autofinanciarse y no depender de la Nación". Aislada, sacada de contexto, puede haber provocado un cosquilleo de incomodidad al titular del PE.

En el fondo, más de un administrador territorial soñará con independizarse del verticalismo esclavizante. No es hora todavía, por eso la senadora, rápidamente aclaró: "el hecho de no querer depender de la Nación significa una cuestión de excelencia y no de que la relación sea mala". Hoy por hoy, las relaciones tienen que ser "buenas". Entiéndase como corresponde.