DOLAR
OFICIAL $1430.00
COMPRA
$1480.00
VENTA
BLUE $1480.00
COMPRA
$1500.00
VENTA

"Esa noche fui una reina despiadada"

Cristina Pérez, la periodista de Telefe Noticias y Radio del Plata -Aires de tarde, de 14 a 1 7 - debutó como actriz en el marco del Festival Shakespeare.

Como estudiante de Literatura Inglesa investigó la obra del dramaturgo ingles, recorrió su pueblo natal y recitó de memoria sus parlamentos. Luego de audicionar en un parque público y ensayar cada noche durante dos meses, se animó finalmente a salir a escena. Aquí nos cuenta qué sintió cuando dejó de ser Cristina para transformarse en Lady Macbeth.

Esa noche en que fui una reina despiadada pasaron por delante de mis ojos -ya tomadas por la fantasía- todas las escalas de este viaje de transformación que implica subir a un escenario. Desde los monólogos ensayados ante el espejo a la audición que di en un parque. Desde mi viaje al pueblito de Shakespeare hasta el texto de ficción en que la hice reencarnar como Margaret Thatcher. Desde los consejos de mi profesora inglesa hasta la palabra mágica de mi compañero de escena: "Desmaterializate". Y así fue.

Entre las bambalinas oscuras de la escena, vestida ya con atuendo de reina y una capa dorada que ayudaba al sigilo, esperaba mi momento para irrumpir. En esos segundos en que la acción era inminente, descifré el enigma intuido en tantos ensayos. Minutos antes había sido parte de nuevos ritos: la ronda de actores frente al director, las cábalas energéticas de un grito de karate grupal al unísono, los lúdicos minutos finales de la cuenta regresiva -en que nos permitimos un momento de relax- y luego, irrevocable, la verdad.

La verdad era la historia que íbamos a tejer juntos bajo el conjuro de un acuerdo imprescindible entre nosotros y el público. Creernos que allí mismo, en ese escenario argentino y del barrio de Almagro que fue el IMPA, tenía lugar una de las más altas traiciones en la historia de la corona escocesa, motorizada por la predicción de las brujas, pero sobre todo por la ambición de la pareja shakespereana que más se amó y que a más se atrevió. Ahí estaban de pronto Macbeth y su Lady sin límites, instigándolo al crimen. Luego la tiranía, el abuso del poder y la caída estrepitosa entre la locura y la derrota.

Al fin y al cabo, Lady Macbeth y yo nos conocíamos bastante la noche en que se me metió en la piel. Creo que lo que hizo posible que ella me eclipsara fue esa intimidad con los textos que la prohijaron. Desde allí empecé a comprender que no tenía que estar de acuerdo con la villana, sino dejarla ser. Eso hice cuando llegó mi momento. Avancé entre el público casi sin ser percibida, hasta que mi voz le dio señal a la luz y la luz me hizo notar. No era más yo. Era la euforia de una noble del siglo XII, extasiada hasta la lujuria por el poder que ambiciona. La pensé más allá del mal. La interpreté como una mujer que le da órdenes al mal, que provoca a los ministros del crimen, casi orgásmica, en connivencia con la noche y el humo más espeso del infierno. La pensé fálica, como una Venus que caza a Adonis para engullirlo. La sentí pariendo el coraje de su propio marido, que se debate entre ser y no ser. Macbeth es una especie de Hamlet amoral, acostumbrado a las hazañas físicas pero dependiente de esa mujer que él llama compañera de grandeza y cuya aprobación necesita como el aire que respira. La que le cuestiona morirse justo antes de su batalla final. No por ella. Sino por él, que debe padecer su ausencia. Sólo contarlo. Sólo volver a transitar las tramas de seducción y humillación para convencerlo. Sólo recordar esa cama de utilería que se mueve, en la que debo inducirlo al crimen, y Ladv Macbeth me vuelve a la piel, pero sobre todo a la tripa. Cuando levanté la corona para ponerla en su cabeza de rey, juro que yo era ella.

Cuando llegó el primer aplauso de mi carrera como actriz -que consta sólo de unas pocas noches-, pude entender lo que pasaba. El abrazo de mi director, Patricio Orozco, que confió en mí desde la audición que hábilmente gestó en un parque público para testear mi coraje, me hizo tocar tierra. El zarandeo por el aire de mi Rey Macbeth, Fernando Verón, me hizo volver de la desmaterialización. El beso de mi hombre, Gonzalo de Janín, me hizo temblar en mí, en la Cristina que soy, en la mujer que sueña y pelea por lo que sueña, pero que lo necesita a él para ser más mujer. Las lágrimas de mis hermanas Lorena y Lourdes, la presencia de mi padre y mi tía Lolo, la emoción de mi gran amiga Gaby, me devolvieron a las infancias tiernas del alma.

Todo eso fue mi debut. De Reina a actriz novata. De mujer a niña. De Lady Macbeth a Cristina.
Actuar es dejarse habitar: alguien que no sos vos te sitia, toma tu cuerpo y la capacidad de tus sentidos. Primero creés que lo digitás, pero cuando descubrís que la escena, esa que está escrita y planeada, es algo que te pasa, que te ocurre, que te transfigura con todo el peso y la sustancia de la realidad, te percatás de que actuar también es ser. Y yo fui Lady Macbeth. Y soy Lady Macbeth cada vez que el mágico acuerdo tácito del teatro se consuma y se consume. Gracias al público que se atreva a soñar. Gracias a Shakespeare.