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En un mundo Jardín de Infantes

*Por Alejandro Mareco. Cuando se trata de avalar el uso a discreción del gran poder militar, la comunidad internacional es un concepto que funge como coartada de la prepotencia.

Bajo la tutela asfixiante y patológica de la censura de la dictadura, María Elena Walsh se sentía como una niña, sin derechos y con su capacidad mental subestimada. Por eso el título de su artículo "Desventuras en el país Jardín-de-Infantes", publicado en 1979 en el diario Clarín . Una sensación parecida es la que uno tiene frente a los modos y a los argumentos con los que los países más poderosos toman decisiones que atañen al destino de algunos lugares señalados en el vecindario global.

La sensación no es nueva, claro, pero vuelve a revolverse en su impotencia con otro episodio de fuerza pura e hipocresía: el ataque a Libia por parte de los Estados Unidos y sus aliados europeos. Esta vez, las bombas caen amparadas por el "marco legal" que da Naciones Unidas: lo decidió el Consejo de Seguridad, un organismo cuya supuesta misión es mantener la paz y la seguridad entre los países y que está integrado por 15 miembros, de los cuales cinco son permanentes.

Estos cinco, con credenciales de máximo poder y que tienen el derecho de vetar cualquier determinación que no compartan, son los de la foto del final de la segunda gran guerra del siglo 20: Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Rusia (en lugar de la ex Unión Soviética), más China, la potencia asiática. Es decir, cuando se trata de resolver cosas concretas, como de avalar el uso del poder militar, la comunidad internacional es un concepto que funge como coartada de la prepotencia.

¡Ataquen! La orden de ataque la dio el presidente norteamericano Barack Obama (sí, el mismísimo premio Nobel de la Paz 2009; ¡vaya clarividencia la del comité noruego!). Los argumentos son los mismos de siempre, casi sin siquiera una variante de ocasión: "Salvar vidas civiles" es la razón de las bombas. Y cuando dicen la consigna, los que la dicen ponen cara de redentores de la humanidad.

Que Muamar Kadhafi resulte ahora redescubierto como dictador y criminal hace aparecer a los hasta ayer coqueteos con el mandamás libio para asegurar su provisión de petróleo como pecados de la edad de la inocencia. Estos guerreros de la democracia son los mismos que apoyaron, apoyan y apoyarán dictaduras funcionales a sus intereses, incluso haciendo la vista gorda frente a enormes matanzas y violaciones a los derechos humanos, algunas aun cometidas con sus propias manos.

A río revuelto ganancia de pescador, dice el refrán. Pues, luego del pasmo con que los desayunaron las rebeliones populares en Túnez y Egipto, que patearon el cómodo tablero en el que jugaban desde hace décadas, los poderosos salieron a acompañar otra rebelión, esta vez armada. Así, se modificaron las coordenadas de las noticias, aunque las razones esgrimidas no alcanzan para disimular la impudicia de la sed de petróleo que los obsesiona. Además, toda oportunidad de gastar armas para realimentar su industria de matar, siempre es bienvenida para la potencia mejor armada del planeta.

¿Será posible entonces que la humanidad sea un enorme rebaño de credulidad siempre dispuesta, que la hipocresía tenga pase para circular libremente? Hay películas de la gran industria del entretenimiento que suelen contar que la verdad de las cosas que mueven al mundo está oculta bajo siete llaves; que la realidad se construye en la subrealidad de las conspiraciones. Pero hay embustes tan evidentes que parece que ya no se hacen demasiados esfuerzos en la elaboración de ellos. Total, si el dinero y la corrupción no alcanzan, al final la fuerza lo resuelve todo.