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En el laberinto de las fábulas

*Por Fernando Stanich. Alrededor de la política siempre se alimentan fábulas. Que este dirigente se queda con plata de la gente. Que aquel legislador cambió el auto por una camioneta de alta gama. Que algún funcionario suele jugar en el Casino sumas exhorbitantes todas las semanas y que el otro construyó su casa con materiales y usando obreros del Estado.

El problema radica, sencillamente, en la falta de transparencia. Es decir, nadie sabe, exactamente, cómo se financia la política. Y la verdad, lejos de aflorar a la superficie, permanece pisoteada bajo un halo de misterio que se recrea constantemente, porque el mismo sistema así lo requiere. Es el caso, por ejemplo, de los legisladores: este inicio de gestión encuentra a los noveles parlamentarios preocupados por averiguar cuánto cobran sus colegas históricos y cómo rige el sistema de premios y castigos interno del que todos hablan. Porque, nuevamente, alrededor de la política mucho se habla, pero poco se sabe.

Legalmente, los legisladores tienen asignada una dieta de unos $ 9.500 mensuales. Este monto es menor de lo que se decía que percibían entre 1995 y 1999 y que nunca fue desmentido. Además, la Cámara les permite contratar 10 personas -con la modesta categoría 15- y les asigna $ 40.000 a cada uno de los 49 miembros para gastos sociales o para tomar más personal, si así lo desean, con rendición de cuentas. Eso afirma la versión oficial y la respuesta que se cierran a dar algunos parlamentarios cuando a un curioso se le ocurre indagar sobre cuánto ganan.

Pero no son las únicas cifras que pasan inadvertidas en la Cámara. Otro ejemplo se dio con el recambio de gestión. Se estima que se dieron de baja a unos 2.000 contratados (se habla de 40 personas por legislador, hayan sido reelectos o no) y sin embargo no hubo ni una protesta. ¿Se fueron? ¿Se redujo la planta? ¿Eran empleados fantasmas? Silencio de radio. La administración de los gastos políticos admitió más de una vez que un empleado se lleve al bolsillo un monto muy inferior al cobrado en ventanilla porque tuvo que repartirlo en nombre de "hacer política".

Siguen sumándose montos que salen. Pero no queda claro cuáles es la remuneración de personas públicas. Hasta lógica jerárquica pierde sentido cuando se comparan los $ 9.500 pesos de un legislador con los ingresos de un secretario de Estado: casi $ 18.000 por mes. O cuando se escucha a los legisladores recién ingresados -opositores y alperovichistas- decir por lo bajo que, con lo que ganarán, difícilmente puedan "hacer política" y que, sospechan, debe existir en la Cámara un exclusivísimo "club de los $ 100.000" al que ellos se esmerarán por ingresar.

En cualquier lado, la política se "hace" con dinero. Basta con preguntarle al comisionado rural de Colombres que, cual parroquia, reparte dinero según le plazca entre sus vecinos. Y hasta fijó un día, los jueves, para que como en una feria la gente se agolpe frente a la sede comunal para recibir su bendición.

El dinero que gana un legislador o que reparte un funcionario, en realidad, puede irritar o no. Pero nada debiera ser un secreto, sino un dato a la vista de todos. Sin precisiones, todo se vuelve relativo y entra en la categoría de un chisme. Y, otra vez, el sistema se alimenta de presiones y se sostiene por los que callan, por las razones que fueren.

El problema es que esas habladurías se reproducen y agigantan el descreimiento hacia la clase política. Y, al final, pueden acabar por socavar la credibilidad en instituciones como la Legislatura, pilar de un verdadero sistema representativo de Gobierno.

De todas formas, ya se sabe. Alrededor de la política siempre se alimentan puras fábulas...