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El violador serial que cayó por un tatuaje chino y un pañuelo con semen

Cometió ocho violaciones en nueve meses. Acechaba a la salida de los boliches de Martínez y Olivos.

En 2005, a los 27 años, era profesor de música, aprendiz de chef y trabajaba como mozo. Todo indicaba que era un buen muchacho que quería progresar. Pero hace nueve años que está preso en la Unidad 42 de Florencio Varela con una condena a 32 años de cárcel por haber sido uno de los depredadores sexuales más temidos de la zona norte del conurbano.

Su nombre es Rodrigo Marcelo Somoza Ebbeke, pero en los tribunales de San Isidro quedó bautizado como "el Violador Serial del Tatuaje Chino".

No se sabe si fue su primer ataque, pero sí el primer hecho que le pudo probar la Justicia. Fue el 2 de enero de 2004, en Alvear entre Estrada y Ricardo Gutiérrez de Martínez, partido de San Isidro. Su víctima, una estudiante de arquitectura. Le apuntó con un arma, la obligó a subirse a su auto y le pidió que lo masturbara. Luego la dejó ir.

Desde ese momento y durante nueve meses, no paró de atacar hasta que lo atraparon.

Los investigadores sabían que se trataba de un mismo violador serial. Su modus operandi siempre era el mismo: merodeaba con su automóvil -primero fue un Fiat Súper Europa marrón metalizado y después un Volkswagen Senda blanco-, las paradas de colectivo cercanas a boliches y bares y cuando encontraba a una mujer sola, le apuntaba con un arma y las subía a un auto.

A algunas de las chicas les robaba sus pertenencias y dentro del auto cometía los abusos. En ninguno de los casos hubo penetración. Somoza Ebbeke obligaba a sus víctimas a masturbarlo o a que le practicaran sexo oral. En un solo caso, fue un poco más bizarro y sólo manoseó a su víctima y le pidió que lo mirara mientras él se masturbaba.

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La frase que les decía siempre era la misma: "O me la ch... o te pego un tiro, vos decidís".

Pero el violador serial tenía una marca que lo llevaría tras las rejas. La seña particular que recordaban todas sus víctimas eran dos tatuajes con letras chinas en su mano izquierda: uno entre el pulgar y el índice y otro en el anverso de la muñeca.

En septiembre de 2004 atacó a otra chica en Olivos, partido de Vicente López. Al mes siguiente cometió otros dos hechos en Martínez.

El 1º de noviembre de ese mismo año, volvió a atacar en Martínez, pero esta vez dejó un rastro clave para el futuro de la investigación. Su víctima recordó al declarar en la comisaría que luego de practicarle sexo oral, el violador del tatuaje se limpió con un pañuelo descartable que arrojó por la ventanilla.

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La policía fue al lugar del hecho y secuestró ese pañuelo de papel con el semen del violador. Esa evidencia fue al laboratorio y los investigadores lograron conseguir el ADN del delincuente sexual. Pero faltaba cotejarlo con algún sospechoso para ponerle nombre y apellido a ese patrón genético.

En total fueron ocho víctimas de entre 20 y 28 años en siete hechos. Es que en el último ataque, la madrugada del 21 de noviembre de 2004, Somoza Ebbeke redobló la apuesta y se animó a subir a su auto a dos chicas que habían salido de bailar del boliche "Sunset" de Olivos. Una tuvo que masturbarlo y la otra le practicó sexo oral.

La causa estaba a cargo de la fiscal de Martínez Bibiana Santella. Como directora de la investigación, pero sobre todo como mujer, la fiscal pasaba gran parte de sus jornadas laborales intentando conseguir pistas para atrapar al serial.

Ya tenía su ADN y otra de las víctimas había logrado recordar alguna letra y los números de la patente de su auto.

Pero la detención del violador se dio de la manera más insólita y menos pensada. Fue el 1º de abril de 2005. La primera de las víctimas, aquella estudiante de arquitectura, fue a tomar un café al bar "Gluck" de Martínez. Pidió un cortado. No le había prestado mucha atención al mozo hasta que llegó con el pocillo. Al verle la mano izquierda estirada sobre la mesa, vio la inconfundible marca: el mismo tatuaje chino que tenía su violador.

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Entró en pánico, pero tuvo la suficiente lucidez para pagar e ir corriendo a la comisaría. Los efectivos de la comisaría de Las Barrancas, la 4ta de San Isidro, llamaron de inmediato a la fiscalía. La Dra. Santella ordenó la aprehensión de urgencia.

El mozo era Somoza Ebbeke. En la comisaría lo identificaron, le sacaron fotografías y lo dejaron ir. La fiscal necesitaba fundamentar con más pruebas un pedido de detención.

Las fotografías fueron clave y lo hundieron. No sólo le sacaron de frente y de perfil, sino que especialmente retrataron sus tatuajes chinos. Sea por su rostro o por esos tatuajes, el joven mozo, aprendiz de chef y profesor de música, fue reconocido por cinco de sus ocho víctimas.

La fiscal Santella pidió formalmente su detención y un allanamiento en su casa. El juez de Garantías de San Isidro Diego Martínez, consideró que la prueba era suficiente y ordenó su detención.

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En su casa de Olivos, a Somoza Ebbeke le secuestraron el auto con el que acechaba a las víctimas, el Senda blanco. La patente era SOO 206 y coincidía con lo que había recordado una de las víctimas.

Pero la prueba clave fue el ADN. Somoza Ebbeke fue sometido a una extracción de sangre y su perfil genético coincidió en un 99,9 por ciento con el del semen del pañuelo descartable aportado por una de las víctimas. Ya había certeza absoluta. El "Violador Serial del Tatuaje Chino" ya estaba tras las rejas.

El juicio oral fue en 2007. El fiscal de juicio Carlos Washington Palacios pidió una pena inédita: 45 años de cárcel. El Tribunal Oral en lo Criminal (TOC) 6 de San Isidro le bajó unos años, pero la condena igual fue ejemplar: 32 años de prisión por "abuso sexual agravado con acceso carnal vía oral y por el uso de arma, robo calificado, privación ilegítima de la libertad y exhibiciones obscenas".

Somoza Ebbeke estuvo primero en el penal de General Alvear, pero hace varios años que está recluido en el de Florencio Varela. Según su ficha penitenciaria -a la que tuvo acceso JusticiaCero-, vive en el Pabellón Nº 12, con la población evangelista. El legajo (Nº 562.630) dice que tiene un "buen trato con sus iguales y con el personal penitenciario" y que desarrolla tareas "en la Escuela de Arte".

Nada dice el legajo sobre si aún conserva en su mano izquierda los mismos tatuajes chinos que lo delataron y lo llevaron a la cárcel, o si se agregó alguno "tumbero".