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El triunfalismo K y la geometría de la oposición

*Por Carlos Pagni. El kirchnerismo ha conseguido, a través de su poderoso aparato de comunicación, sacar de escena el recuerdo que más lo perturba: la derrota de su jefe, el 28 de junio de 2009.

Esa caída fue, sin embargo, la última constatación objetiva de su estado electoral. La imagen del oficialismo se recuperó y, de ese modo, aquella caída se ha ido desdibujando, como un percance muy lejano en el tiempo.

Los motivos de la mejoría son, dicen los sociólogos, la reactivación económica, la fiesta de consumo a la que induce el Gobierno, el eclipse de figuras muy desgastadas -como Aníbal Fernández- y, sobre todo, la ausencia de Néstor Kirchner. Sea porque, como afirman sus discípulos, el impacto emocional de su desaparición despertó a una multitud que no que no supo apreciarlo en vida; sea porque, como juzgan sus detractores, él constituía una fuente inagotable de conflicto y malestar, lo cierto es que la muerte de Kirchner reseteó la política. El círculo que rodea a su viuda intenta, ahora, aprovechar la nueva atmósfera para emitir un mensaje más o menos subliminal cuyo primer objetivo es disciplinar al propio oficialismo: "La historia ya está escrita, ya ganamos".

Sin embargo, para que ese triunfalismo esté justificado, deberían despejarse dos grandes incógnitas: cuál es la propuesta electoral alternativa a la de Cristina Kirchner, y cuál es el estado de ánimo de los sectores medios respecto del Gobierno. Sólo cuando se contesten estas preguntas se podrá auscultar con algún rigor a la opinión pública. Sólo entonces el oficialismo podrá predecir su supuesta victoria.

Se está por cumplir una década del derrumbe del año 2001 sin que la Argentina haya reconstruido su sistema político. Pulverizados los partidos, la única oferta nítida con que cuenta el electorado es la del Gobierno, que se confunde con el Estado. El resto es una infinidad de navegantes solitarios con enormes dificultades de coordinación. Basta observar que los dos instrumentos que la oposición ideó en 2009 -el Acuerdo Cívico y Social y la alianza entre Mauricio Macri, Francisco De Narváez y Felipe Solá?, a pesar de sus buenas prestaciones, fueron inutilizados meses después de aquellas elecciones. Más sorprendente: quienes destruyeron esas herramientas, se desviven ahora por recomponerlas.

Como siempre en estos casos, el kirchnerismo sale en auxilio de sus rivales. Las obscenas extorsiones que se cruzan Hugo Moyano y la Casa Rosada, la persecución a los economistas que contradicen al Indec, los ataques a los medios de comunicación independientes -los bloqueos a La Nacion y Clarín se extendieron ayer a La Voz del Interior, en Córdoba?y la celebración de estas propensiones en la figura de Hugo Chávez, indujeron a la oposición a explorar un acuerdo. Es un ciclo conocido: el oficialismo pelea por reconstituirse, cuando cree haberlo hecho se desborda, y al desbordarse despabila a sus adversarios, que consiguen aglutinarse. Pasó cien veces.

Convergencia

La nueva convergencia la planearon los diputados Federico Pinedo, Patricia Bullrich, Gustavo Ferrari y Oscar Aguad. Mientras almorzaban, el martes pasado, calibraron el costo de no expresar a quienes se angustian por el avance autoritario del Gobierno. Allí surgió la idea de una declaración, cuyo borrador redactaron Bullrich y Pinedo. Ambos se aseguraron la firma de Elisa Carrió y Macri, quienes por primera vez suscribieron juntos un papel. Carrió invitó a firmar a Alfonso Prat-Gay. Después adhirió Felipe Solá. Aguad sumó a Ernesto Sanz. Graciela Camaño y Eduardo Amadeo, a Eduardo Duhalde. Jorge Triaca buscó a Alberto Rodríguez Saa, quien nunca respondió. Julio Cobos se negó con un argumento débil: como vice no podía adherir a una advertencia opositora. ¿Tiene razón, entonces, Cristina Kirchner, y la vicepresidencia pertenece al oficialismo? En cambio Ricardo Gil Lavedra convenció a Ricardo Alfonsín: "Firmo si también firma Pino Solanas" había dicho el precandidato radical, quien terminó rubricando el documento, aun cuando Solanas se negó.

La proclama sirvió para sacar a la superficie las tratativas en curso para sintetizar la oferta electoral opositora. Los principales gestores son, fuera de la red de diputados, son Macri, Sanz, Duhalde, Cobos, Enrique Nosiglia, Alberto Iribarne y Chrystian Colombo. La hipótesis preliminar es integrar una alianza en el marco de la cual todos competirían en las primarias obligatorias del 14 de agosto. Esa alianza debería inscribirse antes del 15 de junio.

El obstáculo más importante de esta operación anida en la interna radical. Sanz y Cobos ven a su partido en una coalición capaz de imponerse sobre el kirchnerismo, y consideran que ese objetivo sólo estará asegurado si se suma al macrismo, a De Narváez y al Peronismo Federal. Alfonsín se opone, en principio, a ese formato. Si bien podría conversar con De Narváez -a su lado está Leopoldo Moreau, que fue empleado jerarquizado del candidato de Unión Pro y de José Luis Manzano--, pretende evitar el veto de Hermes Binner (socialismo) y de Margarita Stolbizer (GEN), para quienes Macri es un límite.

¿La divergencia de Sanz y Cobos con Alfonsín fracturará a la UCR? Con los datos a la vista, imposible. Una de las infinitas martingalas que se esbozan en estas horas supone que Macri desiste de la presidencia para repetir en la Capital -como sueña su socio, Nicolás Caputo- y en la interna de agosto compiten Sanz-Michetti contra Alfonsín-Binner. El escollo es Macri, que presume ser más competitivo que cualquier radical para vencer a Cristina Kirchner.

Otra opción es que Binner salga debilitado de las primarias obligatorias de Santa Fe, el 22 de mayo, y no pueda impugnar a Macri. Antonio Bonfatti, el candidato de Binner, está amenazado por su opositor interno, Rubén Giustiniani. Detrás corren el radical Mario Barletta y el macrista Miguel Del Sel. La definición llegará 24 días antes de que se inscriban las alianzas nacionales.

Un pacto

Algunos negociadores se conforman con un pacto para una eventual segunda vuelta, el 20 de noviembre. Tampoco hay acuerdo sobre qué debilita más al Gobierno. ¿Un rival único, que polarice? ¿O dos candidatos, uno de los cuales robe votos de izquierda a la señora de Kirchner, y la obligue a un ballottage?

Para vislumbrar hacia dónde va el poder no basta con conocer la geometría opositora. También deben desentrañarse las preferencias de las capas medias. Los estrategas del kirchnerismo exhiben los resultados de Catamarca y Chubut como premoniciones de un giro copernicano en su favor. Pero ellos saben que su mal está en otro lado: desde que enfrentaron al obispo misionero Joaquín Piña, en octubre de 2006, se han cansado de espantar a la clase media, urbana y rural. ¿Se revirtió esa inercia? Tres elecciones locales adelantarán información sobre ese enigma. Después de las primarias santafesinas del 22 de mayo, los porteños elegirán a su jefe de Gobierno el 10 de julio. Es, claro, una fecha vital para Macri. El 24 del mismo mes serán las generales en Santa Fe. Y el 7 de agosto se votará para gobernador en Córdoba, donde Luis Juez tensiona con José Manuel de la Sota, y tercia Aguad.

Esos distritos constituyen una muestra aceptable para palpitar la orientación de un electorado esquivo para la Presidenta. Con el menú opositor, es una de las dos grandes incógnitas del año. Aunque nunca hay que olvidar una variable decisiva: la habilidad del kirchnerismo para convertirse en víctima de sus propios demonios.