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El señor de los anillos

*Por Claudio Fantini. La contracara de Oyarbide es el juez Baltasar Garzón. Los dos viven situaciones absurdas, pero tan opuestas como ellos.

Que "el lujo es vulgaridad", es una de las muchas verdades irrefutables que plantearon Los Redondos. Pero un juez que ostenta un anillo que vale una fortuna, además de vulgar, parece negligente. Sobre todo si es un personaje controvertido y sobran razones para dudar de su integridad, entre otras cosas porque sus acciones judiciales siempre resultan funcionales al poder político.

El posible motivo de que jamás prosperen las acusaciones acumuladas en el Consejo de la Magistratura y las decenas de pedidos de juicio político que duermen en el Congreso es, precisamente, esa funcionalidad de sus actos con las necesidades del Gobierno.

Maquiavelo explicó que, cuando los jueces son pocos, tienden a obedecer lo que dicta el poder. Esa ten­dencia se per­cibe en Norberto Oyarbide, a cuyas manos caen casi todas las causas que rozan al Gobierno. Su presunta obediencia también tendría que ver con ciertas vulnerabilidades personales, al alcance de quienes usan los servicios de inteligencia como arma.

Dios Jano. El reverso del señor de los anillos es "el hombre que veía amanecer".
Los dos viven situaciones absurdas, pero tan opuestas como ellos. La contracara de Oyarbide es el juez español Baltasar Garzón.

Fue una polémica decisión del magistrado andaluz dejarse retratar por Pilar Urbano, escritora con tendencia a vanagloriar a sus retratados, tal como lo corroboran sus libros sobre la reina Sofía y sobre José María Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei. La publicación de Garzón, el hombre que veía amanecer , sugiere que su relevancia histórica también se explica en una personalidad mesiánica. No obstante, el juez que logró la detención de Augusto Pinochet durante meses, puede ostentar la ausencia de oportunismo que lo colmó de enemigos en todo el arco político.

Su contracara, en cambio, ostenta veraneos y anillos millonarios, además de acusaciones que siempre lo vinculan al poder.

Por eso, resulta absurdo que Baltasar Garzón esté sentado en el banquillo de los acusados mientras la antítesis que tiene en la Argen­tina retorna de principescas vacaciones.

Legiones de admiradores de todo el mundo esperan que el juez andaluz salga indemne de la emboscada judicial que le tendió Francisco Correa (principal acusado del caso Gürtel) y los dirigentes ultraderechistas de la Falange Española y del sindicato Manos Limpias, cuyo líder, Miguel Bernard, es un genuino heredero del extremismo oscurantista de José Millán Astray.

Sin nadie que lo admire, legiones de argentinos se preguntan perplejos por qué sigue siendo juez el hombre que se hizo famoso por ser cliente de prostíbulos que tenía la responsabilidad de clausurar.

La cara española de este Jano despertó pasiones y rencores arremetiendo judicialmente contra la mafia gallega, el narcotráfico, el separatismo vasco, la guerra sucia contra ETA, el terrorismo marxista de Grapo, Al Qaeda, la co­rrupción estructural y violadores de derechos humanos de todo el planeta.

La cara sudamericana de la efigie sólo despierta sospechas desde que enterró en tiempo récord la causa por enriquecimiento ilícito del matrimonio Kirchner, a pesar del vertiginoso crecimiento patrimonial que ocurrió con ambos viviendo en Olivos.

Más allá de la dudosa legalidad de las escuchas que ordenó en el caso Gürtel, y de que pueda discutirse el derecho a investigar los crímenes franquistas a pesar de la Ley de Amnistía de 1977, parece absurdo que el juez de mayor prestigio y notoriedad mundial esté siendo juzgado con base en denuncias de corruptos y extremistas. Tan absurdo como la ostentación de impunidad y de enriquecimiento del juez más cuestionado de la Argentina.

Mérito tramposo. La paradoja parece explicarse en el hecho de que el partido del poder sostiene a Oyarbide, así como a otros jueces cuya utilidad política sería neutralizar el efecto positivo que tiene una Corte Suprema independiente y prestigiosa.

De tal modo, si el Gobierno ejerce fuerte gravitación sobre un grupo de jueces clave y sobre el nombramiento y control de los magistrados, de poco sirve que haya excelencia en la instancia máxima del Poder Judicial. Por más autoridad moral y profesional que tenga la Corte, si en puntos estratégicos de los estratos intermedios hay jueces turbios y­ mediocres, por ende manejables, la arbitrariedad y la corrupción del poder político quedan protegidos.

De ese modo, el Gobierno logra dos metas al parecer incompatibles: apuntarse el mérito de una Corte independiente y prestigiosa, reteniendo el control del sistema judicial necesario para garantizarse impunidad. Una prueba de que tal esquema existe sería, precisamente, el señor de los anillos.

Su contracara, un hombre de costumbres austeras y de entrega sacerdotal a la magistratura (de hecho, en su juventud fue seminarista), sufrió embates de los socialistas cuando investigó la responsabilidad gubernamental en el Grupo Antiterrorista de Liberación (GAL). Y ahora sufre la embestida del Partido Popular, porque el caso Gürtel involucra a funcionarios conservadores. Su atrevimiento explica la legión de admiradores que Garzón tiene en el mundo. También la fascinación que despertó en la escritora por la que se dejó retratar en ese libro cercano a la glorificación.

Podrán cuestionarle aquella muestra de veleidad, pero nadie podrá acusarlo de corrupción o sumisión al poder. Sus investigaciones tocaron todo el arco político y no le sobran defensores en la clase dirigente. Al contrario, ahora que está en el banquillo de los acusados, muchos gozan pensando que contemplan el crepúsculo del "hombre que veía amanecer".