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El que no transa, no avanza

* Por Ernesto Tenembaum. Aunque haya ganado las elecciones, jamás olvide que al final va a perder el poder. Se lo digo yo. Prepárese usted.

La victoria de ser Presidente desemboca fatalmente en la derrota de ser ex presidente.
Prepárese usted.

Hay que tener más imaginación para ser ex presidente que para ser Presidente. Porque fatalmente dejará detrás de sí un problema con nombre: el suyo.

Los problemas de México vienen de siglos atrás. Nadie ha sido capaz de resolverlos. Pero la gente siempre hará responsable de todo el mal del país al que detenta –y sobre todo al que abandona– el poder.

(Esta nota no le pertenece en lo más mínimo al autor de esta nota. El párrafo que la inicia, y los que siguen, fueron incluidos por Carlos Fuentes, el gran escritor mexicano fallecido esta semana, en su magnífica novela La Silla del Águila que, como se verá, se refiere sólo a México y no tiene ninguna trascendencia más allá de sus fronteras, y mucho menos entre nosotros, los argentinos, y mucho menos en este período en que somos gobernados por personas probas y ejemplares. Es sólo una descripción del poder, tal como ha sido en muchos lugares, en muchos tiempos distintos. Pero no aquí y menos ahora. Si le inquieta lo que sigue –y es, realmente, inquietante–, vaya, búsquelo y léalo: es una muy agradable forma de hacer un homenaje.)


Vivienda. –Efrén Iturbide es el secretario de Estado para la Vivienda de Efrén Iturbide.

Así es. Sólo ha construido una casa: la suya.


Ingenuidad. Te seré franca: también estás muy verde, también eres muy ingenuo. Muy ciruelo, como dicen en mi tierra. Mírate nada más. Conoces todas las palabras-talismán. Democracia, patriotismo, régimen de derecho, separación de poderes, sociedad civil, renovación moral. Lo peligroso es que crees en ellas. Lo malo es que las dices con convicción. Mi tierno, adorable Nicolás Valdivia. Has entrado a la selva y quieres matar leones sin antes cargar la escopeta. Me lo dijo el secretario Herrera después de hablar contigo:

–Este chico es sumamente inteligente, pero piensa en voz alta. Aún no aprende a ensayar primero lo que va a decir más tarde.


Transa. ¡Por Dios, señor Presidente! Si desde la Colonia española se hablaba en Madrid del "unto mexicano", es decir la mordida, la corrupción, la coima, la transa, como curso legal de "las influencias". Ya sabe usted, "el que no transa, no avanza".


Humildad. Quiero llegar a lo peor, culminar mi repaso con el horror mismo, la más inexplicable voz de este coro republicano: el jefe del Gabinete del señor Presidente Lorenzo Terán. El lambiscón, miserable, despreciable Tácito de la Canal. Velo bien: no debía mostrarse a la luz. Su cara es como una sola cicatriz, del mentón al occipucio, rodeados uno y otro de unas púas pilosas que mal disfrazan su cabeza de huevo pelón. Míralo sobándose las manos en actitud de humildad perfecta. Cultiva el aspecto de un perpetuo necesitado, a punto de regresar a la mendicidad. Es el doormat, el paillason, el tapete de entrada del señor Presidente, en todos sentidos. Controla el acceso a la oficina del Ejecutivo y se ofrece para que el Presidente se limpie las suelas de los zapatos antes de pisar el despacho de despachos. Tácito de la Canal es un tipo que da la impresión de no haber respirado aire fresco en su vida. Eso dicen de él.


Sapos. La política es el arte de tragar sapos sin hacer gestos.


Montaña Rusa. Asumes la Presidencia, "Séneca", te ponen en el pecho la banda tricolor, te sientas en la Silla del Águila y ¡vámonos! Es como si te hubieras subido a la montaña rusa, te sueltan del pináculo cuesta abajo, te agarras como puedes a la silla y pones una cara de sorpresa que ya nunca se te quita, haces una mueca que se vuelve tu máscara, con el gesto que te lanzaron te quedas para siempre, el rictus ya no te cambiará en seis años, por más que aparentes distintos modos de sonreír, ponerte serio, dubitativo o enojado, siempre tendrás el gesto de ese momento aterrador en que te diste cuenta, amigo mío, de que la silla presidencial, la Silla del Águila, es nada más y nada menos que un asiento en la montaña rusa que llamamos La República Mexicana.


Intelectual. El político puede pagarle al intelectual. Pero no puede confiar en él. El intelectual acabará por disentir y para el político esta será siempre una traición. Malicioso o ingenuo, maquiavélico o utópico, el poderoso siempre creerá que tiene la razón y el que se opone a él es un traidor o, por lo menos, alguien dispensable.


Tolerancia. La dictablanda del PRI era suavizada por un cierto margen de tolerancia hacia las elites mexicanas, sus críticas, burlas y opiniones generalmente poco informadas. Poetas, novelistas, uno que otro periodista, los cómicos de carpa, los caricaturistas, nuestros inefables muralistas, podían decir y dibujar más o menos lo que quisieran. Eran críticas de la elite intelectual a la elite gubernamental, o necesarios escapes de vapor, como los cómicos de Soto a Beristáin a Cantinflas y Palillo. Ellos gozaban de esta graciosa concesión.


Conspiración. No te dejes obsesionar por la posibilidad de una conspiración, porque aunque no la haya, acabarás por inventarla.


Enano. Me remito a una simple observación moral. ¿Puede ser honesto un hombre tan zalamero como Tácito? ¿No sospecha usted que detrás de tanto servilismo tiene que haber un pozo de hipocresía? ¿No cree que Tácito de la Canal merece una mirada más acuciosa de parte suya? ¿O debo imaginar que usted se hace el ciego por conveniencia y deja que Tácito sea su cancerbero servil y antipático sólo para que usted viva en paz, halagado por su esclavo y defendido por su perro? Le juro que entiendo la necesidad de tener a un enano mal encarado a la puerta del castillo para librarse de los latosos, los indeseables, los ambiciosos. ¿Ha pensado usted que su mastín de utilería le ahuyenta también al honrado consejero, al amigo leal, al técnico útil, al intelectual preocupado, sólo porque en ellos Tácito ve, con mayor razón que en los sinvergüenzas, a sus peores rivales por la atención presidencial?


Vinagre. –¿Sabe usted? Es un error creer que el Presidente sólo domina a los débiles. Lo más necesario pero lo más difícil es dominar a los poderosos. Le doy una regla y si quiere pásesela a los aspirantes a puestos públicos. Es esta. Si alguien quiere formar parte del Gabinete, primero debe ingerir un litro de vinagre por la nariz. Es la mejor preparación para llegar a la Presidencia, se lo aseguro...

Ex presidente. El acto propiciatorio del nuevo Presidente es matar al predecesor. Prepárese, señor Presidente. Cuídese. A ver quién lo acompaña en la desgracia como lo acompañó en la gloria. Allí se miden –sólo allí– las lealtades. La oportunidad –o virtud– que nos queda es la muy difícil de ser "el mejor expresidente" –no dejar que se nos escape una sola queja, pasar por alto que hirieron a los nuestros, borrar todas las afrentas, ser leal al nuevo jefe del Estado–. Se lo advierto: es la parte más difícil. Nos inclinamos a la rabia, el odio, el resentimiento, la intriga, la vendetta. Sentimos la tentación fatal de jugar al Conde de Montecristo. Grave error. Si a la voluntad de venganza se añade el dolor del exilio, voluntario de derecho pero obligado de hecho, acaba usted perdiendo la noción de la realidad, inventándose un país imaginario, creyendo que todo sigue como usted lo dejó al descender del trono del águila. Señor Presidente: mi consejo más serio es que, aunque se sienta perseguido, finja que no pasa nada. Que su manifiesta fidelidad sea su más sutil y elegante vendetta.


Limpios. Pero ya usted conoce el problema. Llego y decido limpiar la fuerza policiaca. Corro a mil, dos mil tecolotes corruptos. ¿Qué logro? Aumentar en mil o dos mil a los grupos criminales. El policía despedido pasa de inmediato a la banda del secuestro, el narco o el asalto. Ta güeno. Escojo a otros dos mil muchachitos, jóvenes, limpios, idealistas. Al año mis jovencitos ya se corrompieron, porque mi sueldo de cinco mil pesos al mes no compite con un regalito de cinco millones de un golpe que le da a mi gendarme desconocido el narco bien conocido. Voluntad no me falta, mi general.


Pecados. Una regla no escrita del bendito sistema –desde siempre, desde la Colonia, para acabar pronto– es que es lícito enriquecerse en el poder por un motivo y con dos condiciones. El motivo es que, sin que nadie lo diga, todos saben que la corrupción "engrasa" al sistema, lo "lubrica" si tú quieres, lo vuelve fluido y puntual, sin esperanzas utópicas respecto a su justicia o falta de ella... Ahora te pongo un caso ejemplar, querido compadre y Presidente. Supongamos que X es corrupto y se le sorprende. ¿Conviene o no castigarlo? ¿Qué debe privar, la justicia o la conveniencia? Yo sé que un sistema político, el que sea, tiene que crear sus propios tabúes no sólo para proteger a los privilegiados, sino, esto es lo que importa, para proteger a la sociedad misma. Si no hay política sin bandidos, lo cierto es que tampoco hay sociedad sin demonios. A veces hay que tolerar o disfrazar pecados de Estado...