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El porro inquieta, el paco espanta

* Por Roberto Delgado. El chico expulsado del colegio por tener una bolsita con marihuana volvió a clases. La ministra de Educación, Silvia Rojkés de Temkin, cuestionó el criterio seguido por la directora del colegio -llamó a la Policía cuando le encontraron la bolsita- para echar al adolescente: "responden a viejas prácticas que queremos revertir", explicó, hablando a favor de la democratización de la escuela y de la responsabilidad de los docentes en su tarea formadora.

Con esto, dio un claro mensaje, al mismo tiempo que reconocía que hay un problema muy grande en una sociedad que avala la expulsión de un estudiante que necesita un apoyo específico.

No sólo se trata de que haya uno o muchos directivos de escuelas dispuestos a echar a un alumno que lleva un porro al colegio. La verdad es que chico que consume porros inquieta, pero sólo cuando es expuesto públicamente, como ocurrió en este caso. En cambio, el chico pobre que consume "paco", asusta siempre porque se lo vincula con el delito. Pero los dos son puntas de un iceberg gigantesco, lleno de miedos, de fracasos y de impotencia.

Una gran porción de la sociedad está convencida de que de la tolerancia social a las drogas va a venir el infierno. Lo acaba de decir la Conferencia Episcopal ("las drogas se van expandiendo como una mancha de aceite"), lo afirman los familiares de víctimas ("el reclamo de los porreros va en detrimento de los pobres que fuman paco", expresó la semana pasada la diputada porteña Cynthia Hotton -ex Recrear, ex Pro- en la comisión de Diputados que trata seis proyectos de despenalización) y lo dice cada vez que puede Ramón Granero, titular de la Secretaría nacional de Prevención contra el Narcotráfico, que se opone enfáticamente a la despenalización de adictos.

Todos se inquietan por el incremento del tráfico y del consumo. Lo muestran los constantes operativos policiales. "Cada vez hay más cantidad de droga circulando en el país y más procedimientos", dice el juez federal de Orán, Raúl Reynoso.

A la vez crece la cantidad de víctimas: el hospital Avellaneda, que tiene un servicio de prevención de adicciones y desde hace poco trata de ir a la Costanera para intentar trabajar en el foco del problema, no puede hacer demasiado en un lugar donde, al decir de las Madres del Pañuelo Negro, el 80% de los chicos son adictos. "Esta realidad nos sobrepasa", dice Luis Carbonetti, director del servicio.

Pero el drama de las drogas no viene por la despenalización de la tenencia. La despenalización no rige y apenas se ha aplicado en un sonado fallo de la Corte Suprema de la Nación, hace dos años. El drama de las drogas viene del fracaso del paradigma aplicado para combatirlas. El miedo, la prohibición y el enfoque de represión policial al eslabón más débil de esta cadena -el adicto- ha derivado en la realidad actual: una sociedad desconcertada que, en el caso de Tucumán, ni siquiera sabe quiénes son los que financian el narcofráfico y proveen los cargamentos a los perejiles que la Policía atrapa en cantidades ínfimas.

"La política de prohibición, guerra y control ha dado pésimos resultados", dice el sociólogo Alberto Calabrese, que trabaja en el armado del plan nacional sobre drogas, que -se pretende- debe enfocarse en la salud, la educación, la contención social, al tiempo que pretende imprimir a las fuerzas de seguridad la obligación de buscar en serio a los que lucran con la droga, los barones del narcotráfico.

Este discurso, que viene de lo más alto del Gobierno nacional, no ha sido aún asimilado. Choca con los miedos de la sociedad, que mira este cambio de paradigma a regañadientes, y sucumbe a esas viejas prácticas de miedo y represión.