El placer de viajar o la tortura de subirse a un taxi

Ejemplos hay muchos y se los encuentra a diarios en esa jungla de cemento en que se convirtió la capital tucumana. Entre las elevadas temperaturas del verano y la cantidad de vehículos que circulan en las horas pico, transforman en una verdadera aventura recorrer las calles. La situación es mas compleja para los que deben movilizarse en taxis. A simple vista, todas las unidades son iguales y tienen la misma tarifa. Pero las diferencias aparecen apenas se abre la puerta del auto que se detiene para que suba el cliente. Lo que uno puede encontrarse es lo que llama la atención, lo que sorprende. Para bien o para mal.

Un día, el pasajero sube a un taxi y se encuentra con un modelo que muestra el paso de los años. Asientos rotos y con manchas de todo tipo; puertas que no se abren si el chofer no apela a algún truco casero y un calor insoportable porque las ventanillas tienen problemas para bajarse. Hay más. Un olor insoportable porque el chofer no para de masticar hojas de coca. A la hora de pagar no hay descuento. La tarifa única rige para todos.

Al otro día, a ese mismo pasajero la suerte le sonríe. Al hacer la seña correspondiente se detiene un auto nuevo. Es claro que salió de la concesionaria hace poco. El tapizado de los asientos está impecable. Apenas sube nota la diferencia. El aire acondicionado funciona a mil y un agradable perfume a lavanda invade el interior. No es necesario bajar las ventanillas, que además tienen un protector solar para mayor comodidad del pasajero. No dan ganas de bajarse, pero el viaje llega a su fin. A la hora de pagar no hay incremento. La tarifa única rige para todos.

Lo único que cambia es la diferencia entre disfrutar el placer de un viaje agradable o la tortura de subirse a un taxi.