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El pancristinismo

*Por Roberto Dromi. Las elecciones primarias celebradas el domingo pasado consagraron en las urnas el "Pancristinismo", instancia política y social superadora de las burocracias partidarias y con una identidad prevaleciente sobre el propio Justicialismo y el Frente para la Victoria.

El triunfo de la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner con más del 50% de los votos testimonia que el pueblo no duda de que la promesa es un imperativo categórico para el postulante, pero también ratifica que los aciertos en la gestión de gobierno le infunden al ciudadano seguridad y elevado índice de certeza respecto del porvenir. Este es el caso de lo acontecido.

Por esa razón, votaron masivamente a Cristina ciudadanos con ideología en otros partidos o fuerzas políticas, privilegiando su idea, su compromiso y proponiendo un nuevo contrato social para gobernar la Argentina con voluntad general peronista y no peronista; con macristas de la Ciudad de Buenos Aires, con socialistas de Santa Fe, con radicales de Santiago del Estero y de Mendoza, entre otros, sin descuidar el generoso y sorprendente apoyo de vastos sectores agrarios. Los resultados distan de lo ocurrido en el 2009, los triunfadores de ayer son los derrotados de hoy. El interrogante es el porqué de la abrumadora diferencia.

Una de las razones es, y quedó demostrado, que la tolerancia a la mudanza de las banderas políticas, tiene límites. Está permitido divorciarse porque, en el fondo, es la ruptura de un contrato, de una voluntad con otro. Lo que el pueblo no tolera es perder la identidad, que equivale, como dice Zygmunt Bauman, a perderse uno mismo, a dejar de ser o intentar ser una máscara de otro supuestamente distinto. Un peronista de ayer y hasta ayer, no puede ser radical o mixto desde hoy, porque el pueblo no lo identifica, ergo de suyo, le desconoce su personalidad política. Y en este sentido, ha sido la fidelidad a su identidad austera, de raíz cooperativa, mutualista y trabajadora que enarbola la familia socialista argentina, la causa eficiente de la muy buena elección de Hermes Binner a nivel nacional.

Otra razón es, sin duda, la garantía de políticas de gestión. Sólo Cristina Fernández de Kirchner, Binner y Alberto Rodríguez Saá, tienen propuestas políticas de convicción apoyadas en la gestión ejecutiva actual. Por eso el pueblo sabía y sabe lo que ofrecían y lo que puede esperar de ellos y, a la inversa, les tiene perfectamente inventariado lo que les falta”. Por el contrario, el pueblo no cree y no confía en el que gobernó antes de ayer o no gobernó nunca. Y premió a los que tienen políticas para gobernar reales, no declamativas.

La realidad supera a las formas, lo veníamos diciendo desde hace tiempo y en distintos medios de alcance nacional. Y a pesar de ciertos augurios atropellados de última hora, seguíamos viendo a Cristina por el camino del medio, con pragmatismo eficiente y con vocación garantista de gobernabilidad.

Lo nuestro fue un dato objetivo, quizás asistidos por la fenomenología de Edmund Husserl, sin pasión ni personalismo. Lo observado nos permitió descubrir el fenómeno político. Llegado el 14 de agosto, el hecho aconteció: el pueblo sabe de qué se trata”. Ya pasó el tiempo en que “quiso saber de qué se trataba.

En definitiva, el Pancristinismo es una reivindicación de que los talentos y virtudes personales también valen en política, y que cuando son traducidos en gestión efectiva el pueblo, los cotiza, los valora y los premia por encima de las ideologías y los corsés partidarios.

La voluntad general preparatoria del 23 de octubre -con los calificativos del Contrato Social de Jean Jacques Rousseau como saber popular infalible, cierto y seguro- está interpretando aquí y ahora el mejor querer común del pueblo argentino, dando mandas específicas a los ganadores para que mantengan la concordia, la identidad y la eficacia en la gestión, y señalando a los perdedores la urgente necesidad de una sensata reflexión sobre sus últimos pasos.