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El odio después del amor

Por Roberto García* Los cristinistas hicieron más notoria la derrota ante Macri. Qué expresa y a quién expresa Fito Páez. Los temores del oficialismo.

Como si fuera un elemento de la naturaleza, el sol o la humedad, el peronismo siempre aparece. Bajo la forma de la tradicional marcha, por ejemplo, el domingo último en el refugio céntrico del kirchnerismo, cuando el oficialismo de la señora perdió en toda la Capital. Una celebración patética si no fuera por la invocación necrofílica reiterada por el peronismo. Se fueron varios, quejosos: ofendidos, consideraban que esa música partidaria se burlaba de la pluralidad que había imperado en las listas, en las adyacentes al menos (eso sí, algunos de ellos ya habían ganado una banca con esa misma lista). Inclusive, en su retirada, añadían otro agravio: le atribuyen a buena parte del peronismo haber traicionado la voluntad presidencial votando en contra en todas las comunas porteñas. Como en 2009 en la provincia de Buenos Aires. Sin duda, una imputación exagerada: nunca el volumen del peronismo capitalino fue determinante en el distrito.

Otro peronismo, opositor, la misma noche o madrugada también cantaba la marcha en un restaurante de Núñez. Festejaba el triunfo del macrismo luego de haber compartido lista y festejos amarillos con el triunfante alcalde porteño. Unos son influyentes (Ritondo, Santilli), otros son menos connotados pero también se preocuparon por acercar gente –ya los habían convocado a través de solicitadas– y, sobre todo, a colaborar en la fiscalización electoral.
Democrática venganza de quienes, en general, responden al sindicalista Luis Barrionuevo, quien en las semanas previas se encontró para entenderse más de una vez con Mauricio Macri. Entonces, pocos, muchos, juntos o separados, divididos o enfrentados, los peronistas siempre aparecen, casi siempre atraídos por la misma realidad del poder que se expresa en esa marcha, la que –si no tuviera las connotaciones tétricas de la fábula– parecía inspirada en la seducción del flautista de Hamelin.

Por cierta contumaz debilidad ante la figuración, el cristinismo hizo más notoria la derrota, empezando (ya que estamos con la música) con el aporte de Fito Páez –casi un filósofo inesperado para una agrupación partidaria con tan escasos filósofos–, que expresó en un artículo lo que muchos derrotados pensaban y, curiosamente, despertó un litigio multiplicador sobre los fascistas o nazis que votan por Macri y los fascistas o nazis que votan por Cristina. Posiblemente, en la Ciudad y en ninguna de las dos agrupaciones que disputaron el sufragio, nadie debe haber votado por la eventual vigencia de esas calamidades europeas, soterradas hace casi setenta años.No ha sido el criterio de Galasso, Rivera, Forster y otro paquete de entusiastas del cambio kirchnerista, tampoco para el propio Páez, un rosarino que aparte de asquearse con la mitad de los porteños (quizás algunos más, luego de la próxima votación) con los cuales vive, lo crispa el hecho de que en la Capital de Macri se vendan "libros igual que hamburguesas". Si fuera cierto, en verdad, habría que aceptar que se trata de un paradigma intelectual extraordinario: las editoriales, más fuertes que McDonald’s. ¿Lo irritará también que sea una de las ciudades del mundo con mayor oferta teatral o musical, con o sin crisis, con o sin Macri? (al respecto, habrá que reconocerle al ingeniero que paga subsidios hasta a las murgas con la plata de los porteños).

Pero no conviene alejarse del siglo pasado que propone el autor. Junto con quienes lo defienden, Páez habla aún hoy de "los poderes de las fuerzas ocultas" que dominan la Ciudad, "inmanentes" además, según su testimonio.

Ya Perón, en otros tiempos, resultaba gracioso cuando se refería a la "sinarquía". Una irreverencia para la AFIP, la UIF y otra multitud de organismos que domina la propia Presidenta, un desliz de quien quedó mareado por la magnitud de la caída electoral, utilizando el recuerdo de un pianista al que el propio Páez debe admirar, Juan Carlos Cobian (aunque sea Enrique Cadícamo el de "hoy vas a entrar en mi pasado..."). Demasiado atraso en la versión de Páez, quien de paso cita con nostalgia la falta de swing en los ciudadanos, como si alguno supiera que una vez hubo un rey Benny Goodman de ese género, en los 40. No parece tampoco ese recuerdo musical lo más atractivo para estos tiempos.

No estaba esta discusión en el Macri que dilata definiciones sobre su apoyo a candidatos presidenciales hasta pasado el l4 de agosto (apenas respalda a Miguel del Sel en Santa Fe). Más bien quiere mantener la tranquilidad de su nave hasta el ballottage en Capital y, mientras, observar cómo evoluciona la refacción de un departamento al que se iría a vivir cuando le llegue su próxima hija (por supuesto, en las vecindades de Páez).

Tampoco se discutían estas pavadas en el cumpleaños de la hija de Cristina, la futura tía, en un apartado sindical de San Telmo, donde se cobijaron algunos jóvenes de gremios y otros de La Cámpora, más una cantidad importante de músicos. Singularmente, se olvidaron de invitar a Páez, quizás lo consideran de otra categoría artística –lo es, seguramente– y algo alejado de sus propias expresiones políticas. Esa languidez juvenil de la reunión, el optimismo obvio de quienes compran el producto que venden, quizás se truncó unos días después por el resultado porteño.

De repente, se pasó de observar a una miniatura que presuntamente los seguía a pensar en alcanzar el 40% en Capital para hacer publicidad partidaria y, como máxima exigencia, vencer al cómico en Santa Fe (ni soñar con disputar la hegemonía al socialismo), para lo cual también enlodarán quizás a Cristina.

O sea que, al final, todo depende de que el poco amado Daniel Scioli (¿cuál será la calificación estética que le corresponde en el diccionario de Páez?) y los repugnantes intendentes aporten lo que tantos lenguaraces no pueden aportar: los votos para que Cristina permanezca.

Y casi todos ellos también.