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El ocio creador

* Por Arturo Lomello. Como dice un viejo refrán: "El ocio infecundo es el padre de todos los vicios". Pero hay un ocio fecundo: es el que nos ha permitido a los humanos las creaciones culturales.

Sin ese ocio fecundo no podemos disponer de la holgura vital y indispensable para meditar, para investigar, para construir. Se dice que alguien calificó al poeta Walt Whitman de magnífico haragán, ironizando el permanente vagar contemplativo del artista. Es el caso también de Einstein, quien no habría podido elaborar la teoría de la relatividad, y en suma no tendríamos obra de arte ni ninguna de las conquistas de la tecnología.

Esas pausas que nos permiten la contemplación son las que nos hacen verdaderamente humanos. Sin ellas nos convertimos en autómatas o nos bestializamos, inclusive es el ocio fecundo el que nos habilita para convertir en fructíferas las horas de nuestras ocupaciones absorbentes de la lucha por la vida.

Claro que no disponemos de ocio porque se nos ocurra. Constituye una gracia y en la vida actual no es frecuente contar con él, acorralados muchas veces por la frenética civilización del consumo. De allí que predomine en el tiempo libre la tendencia a llenarlo con vicios que permitan engañosamente cubrir los vacíos de la esterilidad.

Convertir en creaciones perdurables el ocio es una gracia, pero hay que tener en cuenta que si no contamos con ella podemos prepararnos para recibirla, cultivando aquellos modelos de los que está lleno la historia del mundo. Porque la gracia está presente por doquier y si abrimos las ventanas finalmente la luz iluminará nuestros ámbitos. Todas las disciplinas humanas han nacido de la disponibilidad del ocio creador, desde la ciencia y toda su pluralidad hasta las monumentales obras artísticas, y así será por siempre. Contemplar la belleza del mundo, ordenar nuestros pensamientos necesitan de un tiempo vacante, de lo contrario es imposible cultivar la creación. Nadie crea mientras tiembla la tierra bajo sus pies, sólo busca salvar su vida.