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El obsceno aroma de la mentira

* Por Alberto Daneri. El amarillismo solapado y los escándalos ocultan al público el prontuario de los poderosos y sus claves para sobrevivir. Multitud de lectores juzgan, recelosos, que esa dualidad famosos/poder es la única que cuenta.

La política pos neoliberal de los Kirchner desató el odio de un periodismo de pacotilla que hace décadas obedece a los poderes concentrados, y es capaz, en su afán destituyente, de usar DDT para matar a un mosquito. No imaginó que los privilegios de los monopolios hallarían un freno. Fue cuando el carnicero (el gobierno) cortó la grasa que sobraba. A falta de una verosímil oposición, el periodismo asumió ese rol. Tiene (por ahora) seguidores, puesto que la noticia significa un poder mercantil, vende. Sus espadas verbales suponen que ningún político se les equipara, porque ellos (como Burt Lancaster, cínico columnista en La mentira maldita, film de 1957 de A. Mackendrik), poseen en diarios y tevé más prosélitos que los políticos e incitan a la opinión pública. A punto tal que partidos opositores ven a estos afamados periodistas (antes, socios) como rivales. Unos y otros, celosos, se disputan el control mental de la sociedad.

Al convertirse las noticias, desde la última dictadura, en una faena comercial en manos de pocos, cesó la pluralidad. Y creció la confusión. Sólo es valorado por las masas cuanto hacen u opinan los propietarios del poder, los deportistas, los actores famosos o los políticos. El amarillismo solapado y los escándalos ocultan al público el prontuario de los poderosos y sus claves para sobrevivir. Multitud de lectores juzgan, recelosos, que esa dualidad famosos/poder es la única que cuenta, pues desconocen que los monopolios multimediáticos la fabrican (dos años de apoyo al gobierno que sea, dos de exigencias y dos en contra, pregona un jerarca periodístico) y la legalizan con su falsa equidad. El lector no ve que mediante un planteo estratégico el medio sojuzga su espíritu.

Las buenas noticias que atañen a los pobres no venden. Al que consume no le importan. Callar lo malo de la oposición es otra forma de lavar el cerebro. Todo lo malo lo hace el gobierno. Hasta los malos programas de tevé. Dato notorio: en la Argentina, los diarios antigobierno no comentan a qué partido defienden, ocultan de qué pie cojean, evitan que sus lectores lo sepan. No hay diarios que se confiesen de derecha, ni menos de izquierda. Varios juran ser independientes y se proclaman perturbados por la corrupción y la injusticia. Po supuesto, más les duelen unas injusticias que otras: las cometidas contra los ricos. Un axioma es defender a los anunciantes. Por eso el escándalo del trabajo esclavo en el campo motivó un editorial de La Nación preservando a las empresas acusadas: que los peones no trabajen sólo ocho horas ni posean derecho de huelga es algo menor. "Tratamos al peón tan bien como merece", dijo un patrón. Similar a lo que dice el Ku Klux Klan de su trato a los negros. Al fin y al cabo, otro monopolio hace casi diez años que carece de delegados gremiales y tampoco hubo repulsa de los dignos periodistas "independientes". Prefieren chismear sobre quién gobierna, son la revista Hola de la política.

De igual modo, los medios hablan del corrupto pero nunca mencionan a los corruptores. Y los monopolios citan la "ley", pero objetan fallos en su contra. Si el periodista se rebela, sus jefes pueden desprestigiarlo o convertirlo en un rehén. Mas si resulta dócil, lo celebran públicamente, lo transforman en héroe (de cartón, como el que cubrió la guerra de Irak desde un lujoso hotel y recibió halagos), recoge viajes y prebendas. Ningún periodista ignora que sus patrones hacen y deshacen reputaciones. Para caerles bien, él forja méritos. Quizá no le importan las tropelías que efectúa su medio para generar dinero. Ni es igual su labor en un medio chico que en un multimedios; aquí, si calla, nace la ocasión de los grandes sueldos. Y cada latigazo sirve para que los colegas que están en los grandes medios, aspirando a su pedazo de torta, resuelvan volverse dóciles.

Así socavan al auténtico periodismo, que no es el que en tevé pomposamente titulan de "investigación", periodismo imperfecto que nunca investiga a fondo. No sólo hubo periodistas héroes (Rodolfo Walsh) o de enorme talento (Curzio Malaparte, Seymour Hersh, Guy Talese, Moravia, N. Mailer), guardianes del interés general. También abundan los impresentables que sólo cavilan en su chance de influenciar. Hay otra gran cantidad, menos visible, que aunque resta aún mucho camino acompaña este modelo inclusivo. Papel Prensa puede ser el funeral de dos multimedios, pero si cambia el gobierno ellos lograrían ganar. Es que el poder del dinero no se revela al lector, actúa entre bambalinas, y así como puede pagar a quien desee (incluso dentro de la justicia), cuando expresa algo normalmente miente. Lo hace porque su objetivo nunca es la verdad, sino obtener un bien apetecido: el beneficio. Para ello se vale de su mejor arma, la desinformación. Combinada con la recreación banal a una población cándida.
Entre los influyentes, danza un paladín de los genuflexos legitimadores del genocidio, Mariano Grondona. Intelectual del establishment, actor en golpes de Estado, defensor de López Rega y del Proceso, quienes lo reeligen sumisos "mejor periodista" ofenden a la dignidad humana y se definen: es como si en Alemania premiaran a un nazi. Comparó a Néstor Kirchner (presidente civil 4 años) con el dictador de Egipto durante 30 años Mubarak, y festejó al destino por reponer "el republicanismo" al llevarse al que se preveía futuro presidente. Sólo le faltó gritar como Millán-Astray en la Guerra Civil: "¡Viva la Muerte!" Infausta analogía de quien fue subsecretario del Interior en la represión tras el golpe a Frondizi, autor del comunicado 150 que inició la dictadura de Onganía y director de Visión, revista cerrada al revelarse su financiación por la CIA.

También pululan periodistas célebres que nunca citan una fuente, por lo cual los despedirían de un diario en su venerados EE UU Algunos afirman (Robert Cox, correcto liberal a la retrógrada usanza argentina), que en democracia hay que amparar a las minorías. Más honesto sería indicar que una democracia se legitima si cualquier ciudadano puede acceder al poder. Lo cual no es fácil en América Latina para candidatos a favor de las mayorías. Otros, en sus crónicas dan vergüenza ajena: omiten, difaman. Y en tevé coartan la libertad de palabra del invitado si no dice cuanto pretenden, o embisten al gobierno con vocablos dictados al oído por la "cucaracha". Vastos sectores de una herida clase media los aman. ¿Cómo descubrir sus embustes, pese al secreteo? Analizando entre  líneas. Hace poco tiempo se ignoraba quiénes eran los dueños de Papel Prensa. Escasos periodistas conocen al dueño de su medio o quién está detrás. Aclaró lúcido François Miterrand, el socialista que dirigió Francia democráticamente durante 14 años (1981-1995): "El verdadero enemigo, el que debe ser rechazado, es el monopolio, término para designar a todos los poderes del dinero; el dinero que corrompe, el que humilla y el que pudre hasta la conciencia de los hombres." No se puede curar a una sociedad enferma sin derrotar al mal que la enfermó.