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El dulce alivio de mandar al carajo

Por Cristina Wargon

@CWargon

¡Qué mal esta nota! ¡Cuán inoportuna en tiempos de bondad! Pero hay ciertos lujos que sólo se puede dar la buena gente...

Vacilo, no sé si soy buena gente, pero cualquiera puede dar fe de mi paciencia que "parece" interminable, y de mi buen humor a prueba de calamidades. La ira me es ajena quizás más por vagancia que por bondad, pero cuando llega, ¡nadie conoce el límite!

Todo empezó con dos puertas que dan a sendos patios y no cerraban; busqué durante cuatros años un herrero, y el 10 de diciembre del 2012, en lo que parecía un prodigio divino, cayó a casa uno con altas calificaciones: señor moreno, de muy buenos modales, que derramaba eficiencia, declaró que él se haría cargo del arreglo, pasó el presupuesto, se llevó, por supuesto, el adelanto, y comenzó la tarea.

Cargó una de las puertas al hombro, desarmó la otra y debería haber estado todo listo antes de que yo partiera para las Fiestas. No estuvo. Hube entonces de dejar una guardia para el señor. Estando en Córdoba me mandó a avisar que el presupuesto había subido, con lo cual, se le pagó lo que se le debía y se le debió lo que había aumentado hasta que terminara el trabajo. El señor se hizo humito con puerta y todo.

Corrió el tiempo. Junto con el tiempo corrió el clima, se fue el verano rabioso y comenzaron los primeros frescos. Llegó mi hija y su tribu de visita y como la correntada era importante, no alcanzaban las frazadas. Al lado de la puerta principal se sienta mi bien amado, y toda esa larga espera estalló ayer, cuando lo escuché estornudar.

Es rara la furia de los mansos. Ni yo termino de entender cómo, de ser una persona de buenos modales, me enciendo en un fuego rojo y el alma del Petizo Orejudo, Robledo Puch y todos los grandes asesinos seriales me poseen y sólo quiero ¡matar!

Obvio es decir que cualquier operario que se ha dado a la fuga lo primero que hace es no atender el teléfono. Normalmente ante un contestador automático uno se desinfla y se cansa de tanto dejar mensaje inútil. No ocurre así cuando el demonio ha hecho presa de mí y todo mi ser clama ¡¡¡sangre!!!

Me prendí entonces al teléfono, transfigurada por un vaho de furia roja, disqué y dejé caer mi ira. No un legítimo y elegante fastidio, no un justo enojo, sino una marea roja imposible de dominar que comenzó: "¡¡¡si a mi marido le pasa algo le voy a meter tres tiros en la mitad de la frente!!!! Y de allí en más pueden imaginar lo que quieran y nada será excesivo, porque mis maldiciones y amenazas pasan por la justicia, la policía, los bomberos, y descienden generacionalmente involucrando al más pequeño de los nietos si los hubiere y sigo sin control, patria, ni hogar.

Hasta que el teléfono me hace pi pi pi, entonces corto, y con la misma furia vuelvo a empezar hasta quedar sin aliento.

La familia que jamás me comprende, jura que me he vuelto loca, en voz baja, porque es el único momento en que se temen.

Termina de venir el señor de la puerta. En veinticuatro horas se me ha pasado la ira, así que tengo que sujetar la sonrisa y actuar mi enojo.

El hombre se defiende diciendo: - Tiene razón (eso me da ganas de consolarlo pero debo sostenerme en mi ira fingida porque temo que se lleve la mesa del comedor).

Finalmente consigue poner llave y al menos cortar la ventolera. Lo despido con gran cara de c... y salvo la amenaza de volarle la cabeza a tiros, repito el rosario de ayer.

Quizás vuelva, quizás quede con la puerta cerrada para siempre, pero nadie me quitará el alivio de tan fabulosa puteada (como dice mi amigo Eduardo, no lo repitan en sus casas).

Seguramente el reino de los cielos pertenezca a los buenos, pero el reino de este mundo por el momento es de los malos. Habrá otras soluciones mejor negociadas, pero no las conozco.

Sirva la presente como único aviso para los pajarracos que nombro de diversas cosas, confunden mansedumbre con indefensión o poder con abuso.