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El dólar y los jueces acechan al kirchnerismo

Daniel Scioli es un verso suelto dentro del oficialismo porque cree que las elecciones de octubre ya están ganadas: ni le preocupa el peligroso vaivén de la economía.

Extraído de La Nación

Por Joaquín Morales Solá

Daniel Scioli suele decir, cuando habla delante de muy pocos, que la batalla final con Mauricio Macri será cuerpo a cuerpo. Scioli es, con todo, un verso suelto dentro del oficialismo, porque éste cree ciegamente que las elecciones de octubre ya están ganadas. Ni siquiera le preocupa el peligroso vaivén de la economía, que otra vez eyectó el dólar paralelo más allá de los 15 pesos. O el pésimo humor que el cristinismo creó en la Justicia (y en amplios sectores sociales) con el desplazamiento del juez Claudio Bonadio de la causa Hotesur. Scioli es Scioli y Cristina es Cristina. Scioli intentó vanamente seducir a Bonadio; Cristina lo echó. Ésa es la diferencia entre ellos, aunque los dos hayan buscado lo mismo: neutralizar al juez más amenazador para la familia Kirchner. La Justicia es corporativa: no dejará pasar impunemente la eliminación de Bonadio.

Axel Kicillof es un producto perfecto de una estirpe de funcionarios aislada y endogámica, convencida de que el triunfo será sólo un trámite dominguero. "¿A quién le importa el dólar?", le preguntó a una sociedad mayoritariamente dolarizada. En un país donde ninguna estadística es creíble, el precio del dólar paralelo (negro, blue o ilegal, como quieran llamarlo) se convirtió en el único termómetro de una economía en franca decadencia. La economía podría tener más influencia de la que se cree en las elecciones presidenciales, sobre todo porque no se cumplió ninguno de los pronósticos oficiales. Esto justifica aquella austeridad de Scioli en el diseño de la perspectiva electoral.

El precio del dólar se mueve según el calendario electoral. Los compradores de dólares (que son muchos y de extracciones sociales muy diversas) no actúan por simpatías políticas ni partidarias. Simplemente advierten un cambio de administración política en los próximos meses y sostienen que el régimen cambiario actual (controlado y desactualizado) es inviable. Tienen razón. Sergio Massa le puso fecha a la devaluación (después de las primarias del 9 de agosto, dijo) y tal vez se equivocó sólo en fijar ese momento. Es más probable que una modificación en el tipo de cambio (importante, al menos) se produzca después de las elecciones de octubre o directamente luego del 10 de diciembre.

Hay en el sistema financiero 750.000 millones de pesos de privados. Significan unos 83.000 millones de dólares al cambio oficial. La mayor parte de ese dinero está depositado en plazos fijos o en cuentas corrientes, aunque también hay algo en cajas de seguridad. Pero las cajas de seguridad se reservan, por lo general, para atesorar dólares. Esa enorme cantidad de pesos está quemando la mano de muchos argentinos, que saben que tienen un capital que la inflación destruye con el paso de los días. El dólar es el único refugio seguro para ellos.

El aspecto más desolador de esa noticia es que gran parte del dinero extra cobrado por trabajadores en relación de dependencia, después de las paritarias, fue a parar al dólar. Las paritarias no sólo significaron un aumento de salarios a fin de mes, sino también la obtención de dinero adicional en concepto de retroactividad o de un pago especial y único. El Gobierno confió en que ese dinero se volcaría mayormente al consumo, que es y ha sido la gran herramienta electoral y populista del kirchnerismo. Que la sociedad pueda gastar ya, sin que importen las consecuencias para la economía futura ni la calidad de vida en plazos más o menos cercanos. Esta vez, una porción significativa de la sociedad eligió el dólar contante y sonante.

Para peor, Cristina Kirchner sufre una escasez creciente de dólares (su gobierno, no ella). La balanza comercial es un desastre deficitario, tal como lo consignó ayer LA NACION. Sus funcionarios pueden garabatear cifras inexistentes para confundir a los especialistas, pero esos dibujos nunca agregarán más dólares a las reservas. El saldo final de la balanza comercial de este año podría tener un superávit demasiado módico, casi imperceptible. Las economías regionales se están muriendo por la depreciación del dólar. Los productores rurales exportan poco y nada a la espera de un nuevo precio para el billete norteamericano. El Gobierno tendrá un importante vencimiento de deuda (unos 6000 millones de dólares) a principios de octubre. Unas semanas más tarde tendrá que devolverles una parte de los swaps a los chinos (que engordan artificialmente las reservas argentinas), aunque esta parte podría reprogramarse.

En los últimos doce meses, el país tuvo un déficit de 6500 millones de dólares en turismo. Es decir: hubo muchos más argentinos que gastaron en el exterior que extranjeros que gastaron en la Argentina. El resultado no se debe a una ?desesperación argentina por salir del país, sino a una pronunciada caída del turismo extranjero. Para los extranjeros que visitan el país y pagan con tarjetas de créditos (al dólar oficial, desde ya), la Argentina es un lugar muy caro. Y salvo los uruguayos y los chilenos (que conocen a los arbolitos de la calle Florida), el resto del turismo del exterior se mueve con tarjetas de crédito.

El Gobierno está cerrando todos los grifos, porque sostiene que ese déficit es culpa también de las compras que se hacen desde la Argentina con tarjetas de crédito. Difícil. La AFIP acaba de incluir la compra de libros en el exterior en un trámite engorroso. La entrega de libros editados en el exterior está sometida a la aprobación del ente recaudador, según la capacidad contributiva del comprador. Otra vez la segregación beneficia a los que más tienen o pueden. Hasta Guillermo Moreno había exceptuado en su momento los libros comprados en el exterior de cualquier límite o trámite burocrático.

Es fácilmente predecible que el dólar volverá a sobresaltarse en el período que va entre las primarias de agosto y las definitivas elecciones presidenciales de octubre. No son las noticias de la economía las que lo sacuden, sino las fechas electorales. En ese mes y medio habrá, además, pocos dólares y una mayor emisión de pesos por las vísperas electorales. El Banco Central recurrió, y seguramente recurriría, a la más ortodoxa de las soluciones: subió las tasas de interés para depósitos en pesos con el propósito de desalentar la compra de dólares. Martínez de Hoz hacía lo mismo. El problema es que la absorción de pesos por parte del sistema financiero tiene siempre un resultado recesivo para la economía.

"Gradual, gradual, gradual", repite Scioli como un mantra cuando le preguntan cómo afrontaría los desequilibrios de la economía si le tocara gobernar desde diciembre. Habla con economistas más que con políticos y les hace una sola pregunta: ¿cómo llegará la economía a octubre? Intentó hablar con el juez Bonadio para convencerlo de pasar toda la investigación sobre el lavado de dinero de la familia Kirchner para después de octubre. Bonadio no lo atendió. Dos camaristas que merecen un urgente juicio político y su destitución (Jorge Ballesteros y Eduardo Freiler) le resolvieron el problema: sacaron del medio a Bonadio. Pocas veces el papa Francisco se refiere a un argentino como suele hacerlo cuando alude a Bonadio: "Somos amigos desde hace mucho tiempo". Ese antecedente explica, quizás, la calificación que en medios eclesiásticos tuvo el desplazamiento del juez: "Fue una maniobra grosera", dijeron, sin medias vueltas.

Es cierto que Cristina está comprometida con la victoria de Scioli, pero ésa es su segunda prioridad. La primera consiste en colocarle un cordón sanitario a la Justicia y en dejar que a la economía la resuelva otro, cualquier otro.