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El campo y La Secta

Del Grito de Alcorta a la Gastada de Etchevehere.

La Garganta lo había anticipado: "Etchevehere es muy personal, se manda solo. Tal vez mañana quiera lucirse con un discurso demasiado crítico".

La bronca se percibía en el aire de la "127° Exposición Rural". Los reclamos, por repetidos, se convirtieron en lugares comunes. Se perdieron "diez millones de cabezas". "Ya Nicaragua exporta más ganado que Argentina". "Pronto habrá que importar trigo".

Sintetiza Susana Merlo, editora de Campo 2.0: "A diferencia de muchos de los países vecinos, que supieron aprovechar los últimos ocho años, hoy la Argentina está sin resto". Y agrega: "No quiso, no supo o no pudo avanzar, como lo hizo prácticamente toda la región".

Persiste entre los ruralistas, la "gente de campo", "chacareros confundidos con oligarcas", un contagioso sentimiento de humillación.

Entre la queja generalizada, y la rabia contenida, un ex presidente de la Sociedad Rural -de apellido que dista de aludir al paquetismo o la riqueza- expresó el deseo personal: que Luis Miguel Etchevehere, el presidente actual, "no profundice la ruptura con el gobierno".

Categorías de Barra Brava

"Las bases están muy calientes y quieren sangre. Están para salir a la calle en cualquier momento", confirma otra Garganta.

Tal vez los dirigentes debieran aportar mayor moderación, cierta sensatez.

Sin dejarse arrastrar, acaso, por las categorías fáciles de las barras bravas, que impregnan la sociología nacional.

"Pero si no te ponés al frente del reclamo, con tanta bronca que hay, te llevan puesto".

El campo y La SectaUna estructura corporativa, como la Sociedad Rural, habituada históricamente a la gravitación del poder, se entiende que debe extender lazos permanentes de entendimiento. De negociación.

"Aunque el gobierno sea como éste, una secta", confirma otra Garganta, sin percibir que le aporta entidad a esta crónica.

Y aunque La Secta se proponga despojarles, incluso, hasta el predio tradicional. El que ocupan desde 1878.

La cuestión es que Luis Miguel Etchevehere se puso al frente de la barra brava. Su discurso fue una gastada literal. De un anticristinismo demoledor.

Lo más suave que les dijo es que son corruptos. Mentirosos, fracasados, valijeros.

En la gastada, Etchevehere les tiró desde el tren bala hasta el desplazamiento de la estatua de Colón.

En presencia institucional, para colmo, de Héctor Méndez, el Ex Gordo de la UIA. Preside la Unión de Industriales Argentinos, caracterizada por ser la entidad más colaboracionista con La Secta.

Con contundencia (que quisieron atenuar hasta los medios adictos), Etchevehere se dedicó a destruir los pilares del relato. Inspirados, a su criterio, en una suma de falsedades. Con una dureza frontal que superó a Alfredo de Angeli, el del diente ausente de 2008.

Y dejó al borde del ridículo, incluso, a los referentes tibios de la oposición inofensiva.

Del Grito de Alcorta a La Gastada de Etchevehere se puede intentar una historia novelada de los conflictos del campo.

De la distancia elegantemente crítica, que Luciano Miguens impuso, en su momento -en los tiempos turbulentos de los cortes y de La Mesa de Enlace- no queda nada.

La Rural pasó después al populismo gestualmente paquetérrimo de Luis Biolcatti. Para recalar en Etchevehere, con esta suerte de jacobinismo agrario.

El campo y La Secta"Desde Guillermo Alchourón que no se aplaudía, de pie, en el restaurant central de La Rural, el ingreso de un Presidente", confirma la Garganta.

Pero el sábado, después de la algarada, Etchevehere fue fervorosamente aclamado, y de pie. Por quienes disfrutaban la provoleta del primer plato, y aguardaban el lomo del segundo.

El barrabravismo rural que se perfila es doblemente preocupante.

Confirma la data aportada por otra Garganta previa, tan productora de maíz como de información.

Después de las PASO, el campo sale, otra vez, hacia las rutas. Con las boinas pintorescas y las caras metafóricamente pintadas.

Con los tractores, los reclamos y las cosechadoras. Para reiterar los insumos de aquella catarsis de la Argentina blanca de 2008.

De cuando la esquizofrenia kirchnerista designó, a los ruralistas, como los enemigos transitoriamente privilegiados.

(Pronto sería el Grupo Clarín, más adelante la Justicia. La Secta declararía la guerra, incluso, hasta a los propios servicios oficiales de inteligencia).

Gobierno-Secta

La Secta, que preside nominalmente La Doctora, es conducida por Carlos Zannini, el Gran Consumidor de Pescado Podrido.

Ejerce a través de dos elementos instrumentadores. Guillermo Moreno, El Duro que los Asusta, y Axel Kicillof, El Gótico.

Son dos antagonistas que pragmáticamente decidieron acercarse. Hasta repartirse, en La Secta, las competencias vinculadas a la economía. (El campo atribuye la estricta competencia de su condena a Guillermo Moreno). En el plano político, los que bajan la línea de Zannini, en La Secta, son otros dos. Casi, según nuestras fuentes, en el mismo alarmante nivel.

El campo y La Secta. Eduardo de Pedro, El Wado, y el doctor Recalde junior. Amenaza con ser aún más rápido que el padre. Recalde busca atenuar, con consentimiento de La Doctora y aprobación de Zannini, el déficit monstruoso de Aerolíneas Argentinas. Con la confiscación de otra empresa del sector, que presenta el ofensivo inconveniente de ser rentable.

Queda Julio De Vido, el ex Superministro, que se entretiene, mientras tanto, en La Secta, con el reparto suburbano de la campaña. Y vigila, sigilosamente, la estrategia, para no terminar preso.

Lo único que podría garantizar el beneficio de la libertad, de los identificados integrantes menores de La Secta, es la utopía de la reelección.

Pero el espejismo se aleja. Hasta ser, apenas, una expresión de la voluntad.

O un argumento de los opositores sin imaginación, que no encuentran otra mejor idea para impugnarlos.

Trasciende, aparte, que Etchevehere mantiene ambiciones aceptablemente políticas. Cuentan que exceden los márgenes protagónicos del ruralismo.

Pero el Presidente de la Sociedad Rural no es el indicado para situarse a la vanguardia de la oposición que no acierta en el mensaje.

Conste que se trata de la nomenklatura de una oposición que forma parte del elenco estable, hasta transformarse en mero complemento de La Secta del oficialismo.

"Alguien tenía que hablar como Etchevehere", confirma una catártica, que lo admira.

Comunicación y esquizofrenia

Etchevehere sabe de comunicación. Se formó en su ambiente. Su padre fue un estimable empresario periodístico. Un periodista campechano que parecía escapado de un cuento de Roberto Payró. Se ocupaba también de los campos de su familia. Amante de la ironía natural, de la picardía básica y del "mate chancleteado". Dirigía el Diario de Paraná, de Entre Ríos.

Por lo tanto el hijo debe conocer de impactos en materia de comunicación. Como para demostrarlo en la primera oportunidad de lucimiento personal.

El combate abiertamente lanzado entre El Campo y La Secta acentúa la esquizofrenia del país. Se subsiste, en gran parte, por el beneficio agropecuario.

"80 mil milllones de dólares aportados en la década, sólo en retenciones", aclara la colega Merlo.

El campo y La SectaLa Secta sobrevive gracias al campo mientras enfrenta, con una firme vocación por el suicidio, a los productores. Memorable la capacidad de auto-hostigamiento.

Como si se dedicara pacientemente a serruchar la rama de la que cuelga. Hasta caerse.

Enemistarse con los productores agrarios dista de ser la mejor receta para los peronistas inteligentes. Es sólo aconsejable para los giles que necesitan mantener vigente el cuento de la oligarquía.

Combatir en la Argentina, a las fuerzas del campo, es como combatir en Arabia Saudita a los petroleros.

Mientras tanto, Etchevehere disfruta la centralidad. Los ruralistas lo aplauden de pie en el restaurante central de la exposición que se cierra.

Las señoras elegantes, con o sin sombreros, se esmeran en sonrisas para fotografiarse a su lado.

Ahora se aguarda la réplica de los voceros, autorizados y vocacionales, de La Secta. Pero las cosechadoras se preparan, de todos modos, para salir.

Hacia las rutas. Hacia el corte. Con las boinas y las caras (metafóricamente) pintadas.