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Duhalde, el villano favorito del Gobierno

*Por Carlos Pagni. Los servicios que Eduardo Duhalde está prestando al Gobierno son tantos y tan valiosos que Cristina Kirchner debería integrarlo a su equipo como jefe de Gabinete. El último auxilio llegó ayer.

La Presidente decidió no asistir a la asunción de Dilma Rousseff, que pasado mañana asumirá el poder en Brasil. La Cancillería no consiguió una excusa para ese desaire, a pesar de que varias autoridades brasileñas -desde Marco Aurelio Garcia hasta el responsable de América del Sur en Itamaraty, Antonio Simoes- llamaron a Buenos Aires para pedir que se corrija la decisión. Sin embargo, la explicación oficiosa de la Casa Rosada fue que "hay malestar con Lula porque prologó el último libro de Duhalde".

El pretexto es malo. En principio, porque ignora que en Dilma ya se instaló la rebeldía de cualquier porque lo consideraban "un dibujo". Probó primero conseguirlo por los votos y apeló a una programa de persuasión individual que terminó en escándalo, con denuncias de compra de voluntades y hasta cachetazos en la Cámara de Diputados.

El penúltimo paso, del todo inusual, presagiaba este desenlace: no incluyó la discusión de los gastos del Estado en las sesiones extraordinarias y anunció sin más que haría uso de la facultad legal de gobernar con la prórroga del presupuesto anterior.

Ayer oficializó esa decisión con un decreto (el 2053) y con otro le mojó la oreja un poco más a la oposición. El 2054 es una versión sintetizada del proyecto de ley que rebotó en el Congreso.

Pero en la Casa Rosada ni siquiera se sufrió el vértigo de fin de año que tanto se había sentido el verano pasado, cuando se dispuso el uso de reservas del Banco Central para pagar deuda y estalló una crisis de dimensiones desconocidas en la era kirchnerista.

Los opositores que entonces declararon una suerte de guerra santa por las reservas esta vez se resignan a lo inevitable. Hubo ayer sondeos entre legisladores radicales, de Pro y del peronismo disidente para movilizar al Congreso en el verano ante el decreto presupuestario. Conclusiones: por ahora prima la cautela.

El DNU que firmaron Cristina Kirchner y todos sus ministros debe ser tratado por la Comisión Bicameral Permanente, en la que kirchneristas y opositores están empatados en ocho miembros. No pudieron dictaminar sobre un solo decreto en todo el año. Ni siquiera eligieron al presidente.

Incluso si por milagro la oposición consiguiera llevar el tema al recinto, las dos cámaras deberían

rechazar expresamente el decreto. En el Senado parece imposible: el kirchnerismo impuso una táctica de negociación que impidió a la oposición disfrutar de la mayoría que creyó tener meses atrás. Ese pantano el Gobierno lo atraviesa con decretos.

La jugada de ayer reaviva la pelea por el pago de deuda con reservas del Banco Central. Como esa decisión no había sido blanqueada en la ley de presupuesto 2010 y fue parte de lo rechazado en el proyecto oficialista de 2011, la Presidenta incluyó ayer en el DNU la orden de ampliar a US$ 7500 millones el Fondo de Desendeudamiento creado después de la infinita lucha del verano pasado.

La oposición insistirá en que eso es inconstitucional. Tendrán tema para arrancar las vacaciones con declaraciones públicas altisonantes. Pero de ahí a lanzar otra cruzada todavía hay un abismo. La inminencia de la campaña ya tiene atrapados a todos los partidos: ¿querrá alguien anotarse ahora en un desafío político que a simple vista no puede ganar?

Si se sigue esa lógica, la Presidenta podrá tener el presupuesto que quería: uno que no reconozca límites y que pueda amoldarse día a día a las necesidades de un año en el que se juega el poder de verdad.

Los superpoderes para reasignar partidas -que Kirchner impuso por ley en su momento de mayor fortaleza- le permitirán a la Jefatura de Gabinete reasignar los recursos estatales según el criterio que decida la Presidenta. Habrá una enorme masa de recursos no previstos en 2010 que se distribuirán con la misma discrecionalidad (esta semana se reveló que el Gobierno gastó por fuera de la ley presupuestaria más de 60.000 millones de pesos).

Como un símbolo, el DNU pone fin a un año de sacudones políticos fuertes, en el que murió el hombre que dominó la política argentina durante siete años. El Gobierno podrá dedicarle otra alabanza al líder que ya no está: desarticular a la oposición y empantanar el Congreso fueron tareas a las que "él" se entregó con dedicación en los últimos meses de su vida.