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Donde el cambio deberá significar una refundación

Nadie pasará a la historia sólo cumpliendo, aunque fuese en grado heroico, sus obligaciones diarias.

Hay que arremeter empresas descomunales, promover cambios que no pudiesen pasar inadvertidos, cavar cimientos de envergadura colosal y asentar sobre ellos construcciones igualmente monumentales, y, si fuera posible, modificar, como ocurrió en la Revolución Francesa, hasta los nombres de los días de la semana y de los meses. O atreverse, yendo más allá que la ruptura que dio origen a la Edad Contemporánea, a alterar el orden tradicional de las estaciones del año.

Para esto han nacido los hombres y mujeres verdaderamente dignos de la historia. Nadie inferior al indestructible Hércules merecería figurar en la mezquina nómina de los grandes auténticos. Si se observa con atención, se cae en la cuenta de que ni el más santo de los mortales llega al honor de los altares, si no suma en su cuenta por lo menos un milagro, esa revelación de un poder que sobrepasa todos los registros humanos y que deja muy atrás hasta a los más atrevidos alardes de los ávidos de gloria menos susceptibles de satisfacción.

Esto es lo que demuestran creer los gobernantes de estos lares, para quienes está visto que es más fácil concretar obras de esas que supuestamente seguirán asombrando durante un considerable tramo del futuro, que cumplir acabadamente aquellas responsabilidades infinitamente menos espectaculares, pero que, sin embargo, definen el bienestar humano, lo hacen patrimonio de todos y plantan las bases más firmes del desarrollo deseable, esto es, menos expuesto a esas grietas que suelen aparecer en los edificios construidos sobre suelos no totalmente firmes.

Una de estas obligaciones "de rutina" es la relacionada con el servicio público de salud. Tal vez porque la atención de tan sobreentendidos deberes no tengan efecto sobre la respuesta electoral de los ciudadanos, o porque el pueblo ya esté acostumbrado a sus limitaciones, que, hay que decirlo por un elemental deber de justicia, no han surgido con el gobierno actual, ni con el advenimiento del Frente Cívico, sino que son mucho más antiguas, la decadencia del servicio que responde al objetivo "fundamental", según expresa la Constitución de la Provincia, ha llegado a un punto tal que recuperarlo sería imposible sin plantearse una reformulación integral, un hacerlo "de nuevo" mirando con un ojo la fuerza del mandato constitucional y con el otro, las necesidades de los catamarqueños de todas las edades y condiciones, pero especialmente los de los sectores sociales más deprimidos.

Quien haya leído EL ANCASTI de los meses últimos, no necesita que se le describa en qué consiste la decadencia a que se ha hecho referencia más arriba. Sabe las insuficiencias en materia de servicios, de personal profesional y no profesional, de infraestructura que garantice la atención deseable en todo el territorio de la provincia, de equipamiento, de insumos, de mantenimiento y seguridad y hasta de fidelidad al deber de pago de retribuciones salariales, como las guardias cuya demora es motivo de interrupciones de la actividad.

Ya es inevitable que la ingente tarea pendiente en esta área quede para el gobierno que asumirá el 10 de diciembre. Es de suponer que sus equipos ya están empeñados en la reconstrucción del servicio, decididos a incrementar la acción estatal directa en materia de salud. Si la transformación se hiciese realidad, el cambio no pasaría inadvertido, y aunque tal vez no saltase a los manuales del futuro, permanecerá en el recuerdo de los beneficiarios del presente y latirá en un nuevo sustrato que hará posible un futuro de la provincia no carcomido por las secuelas de la injusticia social, tan declamada, tan imperfectamente servida y tan manipulada hasta ahora.

La profundidad de la decadencia del servicio de salud pública en la provincia demanda un cambio nada diferente de una recreación desde las bases.