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Disciplina, mala palabra

En un estudio reciente, la educación argentina ocupa el último lugar en materia de disciplina, término que un falso y pernicioso progresismo ha convertido en mala palabra.

No resulta fácil encontrar una razón única para comprender por qué Argentina figura en el último lugar en una encuesta que midió la indisciplina en el aula en 65 países del mundo. Se trata de una parte del Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (Pisa, por sus siglas en inglés), realizado en 2009, que examinó las aptitudes de 470 mil alumnos de 15 años en 65 países, en tres áreas: lectura, ciencias y matemáticas. En forma complementaria, encuestaron a los chicos acerca de la dinámica en el aula y su relación con los profesores, informe que se conoce ahora y en el que nuestro país figura en el último puesto.

Quizá una primera explicación deba buscarse en el desprestigio que el concepto tradicional de disciplina posee entre los profesores de adolescentes y en la falta de claridad, consistencia y perseverancia con que se formulan y practican alternativas más modernas.

En realidad, hay que decir que, en este terreno, abundan las improvisaciones y la falta de rigor frente a un problema tan complejo como disciplinar y ordenar a chicos que a los 15 años tienen, como suele decirse, la plena ebullición en el cuerpo, en esa transición entre el niño y el adulto.

Esto vale, claro, para los adolescentes de todo el mundo. Pero aquí, ante el fracaso de los intentos de imponer disciplina, muchos profesores toman el atajo de un falso progresismo que, por no caer en el autoritarismo, se transforma en una actitud permisiva, incapaz de poner límites. Por cierto, profesores, preceptores y autoridades de los colegios tienen la obligación de crear las condiciones mínimas de orden para que pueda desarrollarse el proceso de enseñanza-aprendizaje.

Pero tampoco sería justo descargar toda la responsabilidad sobre sus espaldas. Hay un comportamiento social de los adultos que suele reflejarse en la conducta de los niños y de los jóvenes. Si uno observa el comportamiento ciudadano en general, se encontrará con una sociedad carcomida por las constantes violaciones a elementales normas de convivencia.
A su vez, no son muchos los hogares en los que los padres inculcan a sus hijos el respeto hacia sus maestros y profesores. Por el contrario, es allí donde comienza a generarse ese deterioro de la autoridad que luego se expresa con actos de indisciplina en las aulas.
Ni qué hablar si uno busca ejemplos a imitar entre los integrantes de la clase dirigente. Allí tampoco encontrará caminos alentadores.

Es cierto, por otra parte, que este tipo de estudios a escala mundial, que evalúan situaciones muy diferentes con un cartabón único, no aportan caminos de salida.

Sin embargo, el último lugar de la Argentina es un hecho rotundo que obliga a nuestra sociedad, y en especial a los responsables de la educación de nuestros jóvenes, a una reflexión profunda para cambiar este estado de cosas.