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Día del Padre y cumpleaños: el extraño domingo que pasó el femicida Barreda

El ex odontólogo -que mató a su esposa, su suegra y sus dos hijas-cumplió ayer 83 años. Cómo pasa sus días y el sueño de volver a vivir en La Plata.

Las dos anécdotas son un clásico de las leyendas carcelarias argentinas. Los presos que compartieron prisión con Ricardo Barreda siempre cuentan que una vez, mientras el ex odontólogo que mató a su esposa, su suegra y a sus dos hijas lavaba la ropa, un convicto pasó y le dijo:

-¿Y capo, cómo anda la familia?

La otra es parecida. Y ocurrió un Día del Padre de hace unos 15 años. Los internos celebraban con sus hijos, sus padres y sus familias en la sala de visita. Se escuchaba cumbia. En una mes, Barreda comía solo.

Un ex pistolero se le acercó y le dijo:

-Puede compartir la mesa con nosotros. Qué desagradecidas sus hijas, no venir a verlo.

Barreda lo miró fijo y siguió comiendo.

Los dos episodios fueron de boca en boca. Desde Martín Lanatta, condenado por el Triple Crimen de la efedrina y la triple fuga, a Martín Spiasse Pugh, asesino de policías y asaltante de bancos.

"Al viejo lo tenían loco. Lo gastaban y él se ponía furioso", dice Lanatta. Spiasse, que leyó la biografía de Ricardo Barreda, también remarcó la situación que vivió el cuádruple femicida. "Creo que le pasó varias veces. Algo parecido le decían a (Arquímedes) Puccio: 'Viejo, dicen que su familia no viene a visitarlo porque siempre tienen gente en casa'. Pero a diferencia de Barreda, Puccio se mataba de risa".

"Otro dicho -evoca Lanatta desde el penal de Ezeiza- era: 'Estoy más solo que Barreda el Día del Padre'".

Para el asesino que el 15 de noviembre de 1992 mató a escopetazos, en su casa de La Plata, a su esposa Gladys McDonald, a su suegra Elena Arreche y a sus hijas Adriana y Cecilia, el domingo no fue un día más. A eso se suma algo que pareciera siniestro: ayer cumplió 83 años. Es decir, el Día del Padre para él también fue su cumpleaños. Los peritos interpretaron que matar a las mujeres de su casa fue "una liberación".

"Antes trataba de olvidar sus crímenes, pero ahora está más quebrado. No sólo se arrepiente de haber matado a sus hijas, ahora dice que está arrepentido de la masacre", dice un allegado.

Barreda vive en una pensión de mala muerte de la localidad de San Martín, cerca de la peatonal. Pero su sueño es volver a vivir a La Plata, incluso en la casa donde cometió la matanza.

No está claro cómo pasó Barreda este último Día del Padre. Pero no es difícil suponer que fue al bodegón de siempre, McLago, en San Martín, aunque la lluvia y la falta de luz en todo el país probablemente atentó contra sus intenciones de almorzar.

"Vivo como un paria, me faltan cosas, pero hay gente que me ayuda", le dijo Barreda a un vecino. Vive con lo que cobra de una pensión del PAMI.

La nueva vida del femicida de 83 años se limita a tres lugares. La pensión donde vive, el supermercado chino donde hace las compras y el bodegón. Todo lo cubre en 150 pasos de ida, 150 pasos de vuelta.

"La pensión es horrible, como toda pensión. Lo paradójico es que tiene rejas. Es decir: Barreda vive tras las rejas otra vez", cuenta un vecino que también tiene una imagen del asesino en su celular. "Cuando lo ven caminar, la gente del barrio dice: 'ahí va Barreda', no vi a nadie que le pegara o lo insultara, todo lo contrario".

"Sacarle una foto se convirtió en una especie de pasatiempo. El viejo se pone loco, no le gusta. Quiere que lo dejen comer tranquilo. Hasta yo tengo una selfie que me hice con él, si vieran la cara de odio que puso", cuenta el mozo del restaurante. Un comensal habitué del lugar, contó: "Más de uno lo felicitó por lo que hizo. Alguno lo habrá hecho en broma, pero yo fui testigo de eso".

Barreda no está tan solo. Suele recibir la visita de dos amigos y de una joven que conoció cuando vivía en General Pacheco. "La prensa lo demonizó, no justifico lo que hizo, pero si parte de la gente que lo critica tuviera los códigos que tiene él, las cosas irían mucho mejor. Cuando vivía en Pacheco era muy querido por los vecinos. Hasta le festejamos el cumpleaños con torta incluida", dice la amiga de Barreda a Infobae. Ella ayer lo llamó para saludarlo. "Pero no voy a dar detalles sobre lo que me dijo y si me invitó a verlo. Está furioso con la prensa".

"No sé por qué hay personas que me admiran", le dijo en 2011 Barreda al autor de esta nota. Fue justo después de que durante un paseo por Belgrano, una señora lo saludara:

"Ya me parecía que era usted. Su cara me resultaba conocida. ¿Cómo anda, bien?"

Ante las escandalosas muestras de apoyo que recibía en la calle, Barreda analizó: "El otro día estaba haciendo un racconto de toda la gente que me ha saludado y puedo decir que solamente de tres personas -dos mujeres y un hombre-, escuché comentarios desfavorables. Un tres por ciento de insultos es un buen porcentaje. Algunos me felicitan y no es una cosa para que me feliciten. Es fuera de lugar. Yo les digo que desgraciadamente no inventé o no descubrí ninguna vacuna contra la caries. Me saludan, me piden autógrafos, se sacan fotos conmigo. Todo eso hace que me sienta muy mortificado".

El autor de esta nota pasó el cumpleaños 77 de Barreda. Aquí la transcripción de aquel encuentro:

"El odontólogo cumplió años y soy su único invitado. Me llamó hace una semana para convocarme al almuerzo y sólo puso una condición:

-No se te ocurra traerme ningún regalo.

Acepté el pedido. Además a lo largo de nuestro vínculo amistoso le había hecho varios regalos: libros de teatro (entre ellos Esperando a Godot, de Samuel Beckett), películas (Circo, de Chaplin, y La Dolce Vita de Fellini, Nos habíamos amado tanto, de Ettore Scola, entre otras) y varias botellas de vino tinto, cerveza, whisky y Fernet, que vaciamos al ritmo de picadas, pastas y carne asada.

Estaba claro que Barreda no le daba demasiada importancia a sus cumpleaños. Nunca supe si antes de sus crímenes solía festejarlos.

En su cumpleaños, Barreda tomó vino blanco y devoró un plato de rabas a la romana. Berta, su pareja, hablaba del mal clima. Su novio vestía un jogging gris, zapatos, pulóver y una campera que recién se sacó cuando llegó el plato principal, una cazuela de mariscos. Los demás comensales parecían ignorar que ese hombre era Barreda.

Hasta que de pronto se acercó una chica de unos 25 años, rubia, baja, rechoncha.

-¿Usted es Barreda?

-Eso parece -respondió Barreda.

-Mi papá, que está en aquella mesa, decía que no. Qué lindas manos que tiene usted.

-Sí, ya lo sé -contestó el dentista sin sacar la mirada del plato.

-Qué engreído -comentó Berta.

-Es que tengo lindas manos, me lo han dicho varias veces, así como también me han dicho "qué cara de boludo que tenés, Ricardo".

La chica se fue sonriente.

En la vereda un hombre jugaba con su perro labrador. Barreda miró la escena con ternura.

-¿No le gustaría tener un perro?

-Sí. Hace mucho tiempo que tengo ganas. Una vez quise tener un perro, pero ellas me dijeron que no. Me sacaron cagando: ¡guau guau guau guau guau guau guau guau guau guau guau!

Barreda ladraba como un perro pequeño. "Ellas" eran su esposa y sus dos hijas.

-Nos gustan los perros. Tengo una amiga -dijo Berta- que tiene un perro salchicha. La adora. No puede vivir con ella, le huele hasta el escote, se le pone ahí para que descanse.

-Le quiere chupar las tetas -acotó Barreda y largó una carcajada contagiosa.

-¡Pero Ricardo! ¡Qué boca sucia!

-Tranquila, chochán.

-Qué hombre tremendo. Me dice chochán.

-Chocán, chochán, chochán.

-Bueno, viejo, andate con otra.

-Sí, pibas de 24 me gustan.

-Es verdad. El otro día viajó a La Plata para hacer un trámite y volvió con una colombiana.

-Amiga mía. La guié porque no conocía Buenos Aires.

-Sí, a ver si encontrás otra que te aguante como yo.

-Sobran mujeres como vos -dijo Barreda con una sonrisa, como dando a entender que era una broma.

Berta se lo tomó a mal:

-No digas eso, no seas injusto. ¿Y todo lo que hice por vos? ¡Todo lo que hice por vos!

-¡Me cago en Satanás! Era un chascarrillo, mujer.

Berta no respondió. Con un tenedor se puso a revolver el relleno de carne de una empanada.

-¡Qué hacés! ¡Es una empanada! ¡Cómo la vas a abrir así! ¡Me cago en Satanás!

En un momento de la charla, Berta habló de un conocido que se jactaba de tener un grupito de música, que sonaba peor que Los Parchís aunque tenían pretensiones de ser los Beatles, pero en realidad era un gris ingeniero burgués que invertía su sueldo de hombre trajeado en comprar instrumentos y producir su disco. Su obsesión era ser una estrella, tener groupies como tienen los rockeros famosos y salir en la televisión. Cambió su nombre común y corriente por un nombre artístico inglés, acorde a su formación escolar en colegio bilingüe, y se había hecho una página web en la que ponía fotos suyas con una guitarra. Pero hasta ahora no tuvo suerte: muchos lo recuerdan como el empleado alcahuete y con cara de tonto de una empresa de electrodomésticos.

-No hay nada más aburridos que los ingenieros -sentenció Barreda. Un tipo que necesita un lápiz para explicar una idea, es un pelotudo.

Luego Berta contó que tenía una amiga con cáncer de tiroides, y que en el cuello se le había formado una cicatriz monstruosa.

-Pobrecita, el marido le dice matambrito.

-¡Matambrito! -exclamó Barreda entre risas.

De pronto, Berta contó una anécdota del viaje que habían hecho a Ushuaia hacía pocos días.

En el avión al ondontólogo lo reconocieron algunos pasajeros de La Plata que comenzaron a alentarlo como si fuera una estrella de rock:

-Le gritaban ¡Ba-rre-da! ¡Ba-rre-da! Y él se integró a todos los pasajeros, bah, nos integramos. Todos dijeron que él era muy inteligente y muy culto.

Eso dijo Berta mientras Barreda fruncía el entrecejo y su cara era dominada por una mueca de fastidio.

-¿Fueron en un tour?

-Claro, éramos varios, casi todos viejos. Nos hicimos amigos de las mucamas, eran divinas. La prensa del sur lo trató mucho mejor, nada que ver con los periodistas de Buenos Aires. Todos le decían "hola doctor", "cómo le va doctor", "qué anda haciendo por acá", "necesita algo".

Barreda estaba molesto. De postre pidió un almendrado y mientras lo comía despacio, dos mujeres se acercaron a saludar a Berta. Eran dos ex docentes que trabajaron con ella. Antes de irnos, Barreda fue al baño y en el camino se quedó sorprendido por un pozo espejado que conducía a una especie de túnel.

-Es como un boquete. Capaz que da a la bóveda de un banco. ¡No! Ya sé. Es la cueva de Hannibal Lecter. Qué peliculón es El silencio de los inocentes, pero Berta ni sabe de lo que hablo porque no la vio. Me intriga ese sótano. Pero mejor no bajemos que nos morfa crudo.

Nos despedimos en la puerta. Ellos tomaron un taxi hacia Belgrano. Iban a dormir la siesta. En el camino, cuando el taxista descubrió que era Barreda y Berta le dijo que era su cumpleaños, le regaló un libro con letras de tango.

-Maestro, elija una que la canto.

Y después de hojear el libro, Barreda le pidió que cantara "Desencuentro", de Cátulo Castillo.

El taxista cantó con su vozarrón. Barreda lo hacía casi en voz baja, aunque levantaba el tono en el estribillo.

Cuando los dejó en la puerta de su casa, el taxista le pidió un autógrafo. Barreda lo complació con desgano. Su cumpleaños había terminado. Y al otro día no tenía nada que festejar. Era el Día del Padre".