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Decadencia política detrás del escándalo

*Por Eduardo Van Der Kooy. Un grave error diplomático y político ha terminado por convertirse en un escándalo.

Nota extraída del diario Clarín.

Un grave error diplomático y político ha terminado por convertirse en un escándalo.

Ese escándalo se explica fácilmente cuando se advierte algo: el memorándum de entendimiento para repasar el atentado en la AMIA, que dejó 85 muertos, tiene una sola interpretación por parte de Irán; obliga, en cambio, a incurrir en falsedades, contradicciones y sofismas al gobierno de Cristina Fernández.

Aquel escándalo tomó su verdadera dimensión en el Senado, adonde Héctor Timerman concurrió para dar explicaciones. Sobrevoló siempre la firme impresión, cobijada en los argumentos oficiales, de que el proceso que se pretende abrir desembocaría en la exculpación de Teherán. Otro plano del mismo episodio tampoco pudo ser soslayado. La pauperización política e institucional a que ha conducido en forma progresiva una década de kirchnerismo radicalizado.

Hay un oficialismo vacío de pensamiento.

Que se limita, temeroso, a ejecutar órdenes presidenciales. Hay una oposición estéril para equilibrar o modificar ese estado de cosas, aunque en el debate público logre, por momentos, humillar a la feligresía cristinista.

La tragedia de la AMIA, en realidad, enhebra dos décadas de peronismo en los 30 años que se dispone a cumplir la reconquista democrática. El atentado ocurrió en julio de 1994, durante el primer mandato de Carlos Menem. La investigación entonces corrió por cuenta del juez Juan José Galeano. Su pericia estuvo plagada de anomalías, incluido el pago de sobornos. Galeano fue destituido en el 2005 por el Consejo de la Magistratura. Ese mismo año Néstor Kirchner, con apoyo de la comunidad judía, puso a cargo de la Unidad Fiscal AMIA a Alberto Nisman. Su trabajo derivó en la acusación contra ocho jerarcas del régimen iraní. Se pidieron las capturas, que formalizó Interpol. Cristina decidió ahora revisar esas conclusiones.

El menemismo y el kirchnerismo han sido los forjadores de una historia negra.

La Presidenta siempre tuvo dudas sobre la investigación de Nisman. Supuso que el juez resultó permeable a las pruebas que le acercó la SIDE en combinación con la CIA. Esas pruebas tenían a su juicio el sesgo necesario para responsabilizar a Irán. El ex piquetero Luis D'Elía denunció lo mismo. Más allá de las convicciones íntimas, Cristina jamás objetó aquella investigación mientras Kirchner estuvo en el poder. La utilizó incluso a partir del 2007 para reclamar en los foros internacionales a Teherán la entrega de los acusados.

¿Cómo pudo hacerlo si descreía de las pruebas?.

El viraje de este tiempo no es el único. Cristina fue también determinante para la incorporación de Timerman al sistema kirchnerista. Tan determinante que bloqueó las resistencias de Kirchner.

"Pavo real", lo llamaba, caústico, el ex presidente.

Timerman recaló primero como cónsul en Nueva York. Luego sustituyó a José Octavio Bordón en la embajada en Washington. Terminó de canciller cuando Jorge Taiana renunció disconforme con el maltrato presidencial. La trepada de Timerman tuvo siempre para el paladar de Cristina un ingrediente esencial: su supuesta influencia en la comunidad judía.

El meneado lobby. Primero en Estados Unidos, luego en la Argentina.

Cristina y Timerman, desandando ese camino, resolvieron dinamitar ahora los puentes con aquella comunidad. La DAIA y la AMIA rechazan el memorándum firmado con Irán. Mucho más, luego de las inconsistencias que paseó el canciller en el Senado. Pero la onda expansiva sería mucho más amplia. El atentado a la AMIA, como el de la embajada de Israel, abrieron heridas nunca cicatrizadas en toda la sociedad. Similares, por su profundidad, a las causadas por las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura. El kirchnerismo tomó una dirección innegociable frente al desborde militar.

No actuó igual con aquellas dos tragedias.

La formación de una Comisión de la Verdad, según el memorándum de entendimiento, significaría implícitamente que la investigación de Nisman está siendo objetada antes que el proceso arranque.

Un alivio innegable para el régimen de Teherán.

En esa Comisión, que aún debe integrarse, descansa casi todo. En el punto 4 del texto bilateral se detalla que "la Comisión expresará su visión y emitirá un informe con recomendaciones sobre cómo proceder con el caso en el marco de la ley y regulaciones de ambas partes". Si Cristina posee dudas sobre las pruebas contra Irán, ¿qué argumentos nuevos podrían ser acercados a la Comisión de juristas notables que comprometan al régimen iraní? Sucedería que antes de ingresar en la médula de la cuestión –la posibilidad de que los acusados sean interrogados– la propia Comisión, tal vez, no encuentre razones válidas para avanzar.

De hacerlo, habría otra valla grande que sortear: ¿cómo conjugar las reglas de un sistema jurídico occidental con los principios de una teocracia?.

Los interrogantes atraviesan todo el pacto. No está claro si con la firma del memorándum los acusados iraníes zafarían del alerta rojo de Interpol, que les dificulta –aunque no les impide– los movimientos por el mundo. El canciller asegura que dicha amenaza no caducará. La oposición refuta con una pregunta: ¿Por qué se remitió a Interpol una copia del memorándum? Los familiares de las víctimas advierten que la sola voluntad de los acusados para prestar declaración los liberaría de aquella persecución. El canciller también dijo que el juez Rodolfo Canicoba Corral y el fiscal participarían sin inconvenientes del trámite en Teherán. Pero, que se sepa, Irán nunca levantó el pedido de captura contra Nisman. ¿Lo detendrían a su arribo? Los vaivenes son tantos que hasta Timerman quedó enmarañado en ellos: terminó aceptando ante los senadores que los acusados iraníes podrían negarse a declarar.

Al canciller se lo vio librado a su suerte en el Congreso. Las voces cristinistas en su defensa fueron escasas y abúlicas. Ciertas exhortaciones de Miguel Angel Pichetto, que debe renovar su banca, obligado a hacer buena letra. Algunas intervenciones de rigor, apenas, de Aníbal Fernández. Timerman contó con el respaldo de Cristina durante la negociación con Irán. Con la Presidenta manejaron mucho tiempo, en reserva, esa transa. Marginaron al resto.

En especial a la SIDE. Pero aquella complicidad se habría comenzado a resquebrajar desde que el canciller tropezó con la comunidad judía y dio pasto a las críticas de la oposición.

Ese inconveniente no previsto indujo a Cristina a adoptar una decisión drástica.

No habrá informe de Timerman en Diputados.

El proyecto del acuerdo viajará sin escalas al recinto después de ser aprobado en el Senado. Nada de vidrieras innecesarias para la oposición. La determinación fue comunicada por Agustín Rossi. El jefe del bloque K está apremiado como Pichetto:también debe renovar en octubre su banca. No posee margen para ninguna indisciplina.

La Presidenta sigue demostrando, a cada paso, la ampliación de la brecha que separa a sus palabras de sus actos. Había resaltado por cadena nacional, al enviar al Congreso el proyecto del acuerdo con Irán, la relevancia de la aprobación parlamentaria. La necesidad de que participaran todas las fuerzas políticas. Y sobre todo los familiares de las víctimas.

El Congreso resultó apenas un teatro para la catarsis.

Laura Ginsberg, viuda de uno de los muertos en el atentado en la AMIA, disparó una frase descriptiva y letal: "Fue todo miserable", dijo. Nada de eso pareció conmover a Cristina. Cuando el plenario de comisiones amagaba con extenderse, le exigió a Pichetto que lo diera por cerrado. Debía encabezar un acto por YPF en Comodoro Rivadavia y no deseaba, al parecer, rivalidades con la audiencia.

Otras contradicciones supieron ser desbrozadas por la oposición. El senador Ernesto Sanz preguntó por qué una decisión de Estado de tanta trascendencia (así la calificó la Presidenta) debía contar sólo con el soporte del Poder Ejecutivo y del Congreso. Reclamó la presencia del juez y del fiscal, también supuestos actores de la trama. Nadie le respondió aunque la respuesta se deduce: ni Canicoba Corral ni Nisman podrían someterse a una ronda de preguntas sin dejar de poner bajo la lupa muchas de las aseveraciones del Gobierno.

¿Por qué tanta premura para aprobar el acuerdo? ¿es la búsqueda de la verdad sobre la tragedia, como afirma Cristina, o se agazapa algún interés subalterno? Existen indicios objetivos. Las relaciones con Estados Unidos y Europa están entre estancadas y declinantes. Desde que ganó la reelección, la política exterior presidencial viró hacia las naciones árabes, las emergentes asiáticas y algunas africanas. El ex canciller Dante Caputo brindó otra pista: la posibilidad de que Cristina pretenda ocupar en la región, dentro de ese nuevo esquema de alianzas, el lugar de Venezuela, ahora en repliegue por la enfermedad de Hugo Chávez.

No está claro cuáles serían los beneficios de esos cambios. La economía denota problemas de los cuáles sólo el Gobierno se debe ocupar: irrefrenable gasto público y abultada inflación. Ambas ecuaciones acentúan la diáspora política. La CGT de Antonio Caló ha quedado más cerca de Hugo Moyano que de la Casa Rosada. Daniel Scioli está a un tris de la crisis si no recibe alguna ayuda de la Nación.

Hace dos meses que la Presidenta no le atiende el teléfono al gobernador.

Peor aún la pasa Daniel Peralta en Santa Cruz, acechado por Máximo Kirchner y La Cámpora. ¿Serían aconsejables tantas rupturas cuando la economía empieza a flaquear? Cristina no se detiene en esa duda. Avanza decidida, sola contra todos.