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Cuatro años no es nada

Por extraño que parezca, el interés indisimulado de dirigentes como el socialista santafesino Hermes Binner y juristas como Eugenio Zaffaroni en impulsar una reforma constitucional destinada a diluir el presidencialismo excesivo que es tan característico de nuestro sistema político les ha merecido las críticas acerbas de quienes los acusan de querer que sea aún más presidencialista.

Puede que quienes piensan así, entre ellos el candidato radical Ricardo Alfonsín, tengan motivos para dudar en el caso de Zaffaroni, pero sería poco probable que a Binner le gustara demasiado la idea de fortalecer todavía más el poder del ocupante de la Casa Rosada. Como Binner ha subrayado, "hace muchos años, no menos de 20, que hablamos de la necesidad de tener un sistema parlamentario". Sea como fuere, por motivos comprensibles el tema de la eventual re-reelección de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner está agitando la confusa interna opositora, ya que muchos dan por descontado que, una vez concluido el trámite del 23 de octubre, los estrategas oficialistas procurarán aprovechar la oportunidad brindada por el apoyo popular que confían en recibir para instalar la noción de que el país sencillamente no puede permitirse correr los riesgos que le supondría saber que la gestión de una mandataria tan dotada tiene una fecha de vencimiento, aunque no les sería fácil combinar dicho objetivo con una reforma presuntamente destinada a hacer de la presidencia una función mayormente protocolar.

De todos modos, puesto que mucho podría suceder en los aproximadamente cuatro años que nos separan de las elecciones previstas para el 2015 y no hay garantía alguna de que el panorama político y económico actual se mantenga por mucho tiempo más, la especulación en torno a una hipotética reforma para que Cristina pueda postularse nuevamente sin tener que dar un paso al costado antes podría considerarse prematura si no fuera por el hecho de que es virtualmente inevitable que los kirchneristas lo intenten. Lo harán porque, como Néstor Kirchner entendía muy bien, para nuestros políticos cuatro años es un lapso muy breve, de suerte que a menos que el presidente –o presidenta– tenga derecho a ser reelegido no tardará en verse abandonado por los deseosos de congraciarse lo antes posible con su presunto reemplazante. Por lo demás, desde el punto de vista de los oficialistas, siempre es bueno contar con un objetivo electoral ambicioso que los ayude a movilizar a la gente, de ahí las fantasías de un "tercer movimiento histórico" que en los años ochenta del siglo pasado tanto entusiasmaron a ciertos radicales impresionados por la popularidad de Raúl Alfonsín, la reforma exitosa que fue lograda por su sucesor peronista Carlos Menem y los intentos vanos de éste de repetir la hazaña para poder eternizarse en el poder. Aunque Fernando de la Rúa no pudo acariciar el sueño de ser un presidente vitalicio, de haberle tocado una coyuntura económica menos fatídica sus simpatizantes hubieran tratado de convencerlo, y al país, de que debería haber seguido en el cargo por mucho tiempo más allá de los límites fijados por la Constitución.

Es de prever, pues, que después de las elecciones resurja el tema de la reforma, que Cristina, luego de hacerse rogar, se ponga a la cabeza de una suerte de operativo clamor y que, según las circunstancias, los contrarios a la reelección indefinida se esfuercen por desbaratar sus planes en tal sentido. Huelga decir que el resultado de la campaña a favor de "Cristina eterna" dependerá no sólo de la voluntad de los kirchneristas sino también de cómo evolucione la política nacional en los próximos meses y años. Si, para sorpresa de muchos, la economía sigue creciendo con el brío a que tantos se han acostumbrado, se mantiene el nivel muy alto de aprobación de la labor presidencial y ningún opositor logra destacarse, la reforma reeleccionista que tienen en mente los kirchneristas más vehementes podría prosperar, pero en el caso de que "el modelo" termine agotándose y la opinión pública experimente uno de sus vuelcos esporádicos, el proyecto será archivado hasta que los simpatizantes de otro presidente lo crean imprescindible. En política, es natural que los ya poderosos quieran ser aún más poderosos y que quienes dependen de ellos se pongan a su servicio, razón por la cual es inevitable que, en una sociedad de tradiciones presidencialistas, aquellos mandatarios que están en condiciones de aspirar a perpetuarse en el cargo traten de hacerlo.