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Cristina tiene una idea, pero no un plan para cerrar su ciclo

Ha pasado de proponer una "Cristina eterna" a preparar la salida del poder como si sólo le quedaran quince días.

Extraído de La Nación

Por Joaquín Morales Solá

El cristinismo es siempre exagerado. Ha pasado de proponer una "Cristina eterna" a preparar la salida del poder como si sólo le quedaran quince días. La idea de un indeleble final es la que ahora predomina en el oficialismo. Pero carece de un plan, que es lo que necesita para transitar los 18 meses que todavía le quedan.

La novedad no deja de ser una buena noticia. Muchos dirigentes políticos opositores sostenían hasta hace poco que la Presidenta nunca entregaría pacíficamente el poder a otro presidente. Creyeron más que la propia Cristina en su condición de jefa de una revolución que nunca existió. Entregará el poder como cualquier otro presidente, aseguran quienes la escuchan con frecuencia.

Los tiempos se han encogido dramáticamente para el universo cristinista. Los viejos planes fueron quemados. El giro fue tan brusco que sólo surgen, y se realizan, ideas instintivas y espontáneas.

¿Una cadena nacional para no decir nada? Se hizo. Lo único que sobrevive, en el último vértice del poder, es el temor reverencial a contradecir a Cristina. Ella creyó que una presidenta no confrontativa en Tecnópolis era una buena idea. Nadie le advirtió que el discurso de la nada potenciaría el mal humor social entre argentinos obligados a escucharla o a apagar televisores y radios.

Hay una diferencia: antes se criticaban las cadenas nacionales por sus contenidos o por sus anuncios. Ahora es por la inmensa nada que habita en ellas.

La política y la sociedad entrevieron ese remolino en la conducción política del país. Los argentinos empiezan a mirar con más detenimiento a los candidatos presidenciales y éstos sienten, a su vez, que el tiempo es más veloz que sus ambiciones. Según la encuesta de Poliarquía que hoy publica LA NACION, los tres principales candidatos han acortado distancia: Sergio Massa, Daniel Scioli y Mauricio Macri ya no están separados por diez puntos, como sucedía hasta hace poco. La diferencia entre ellos se ha reducido a la mitad, y a menos también. El combate se torna más parejo y apasionado. En la coalición progresista, UNEN, hay tres candidatos muy cercanos y no dos, como señalaban encuestas recientes. Elisa Carrió apareció como una tercera protagonista entre Hermes Binner y Julio Cobos. Carrió insiste reservadamente en sumar a Macri a ese espacio. Macri calla, pero no se niega. Alguno de todos ellos liderará un tiempo en el que no habrá ningún Kirchner.

El problema de la Presidenta es que el después no es mañana. Más de un año y medio es un período largo para un país con muchas crisis. Ella se mece entre el pragmatismo y la ideología. Puede cambiar algunas cosas de la economía con las reglas de la ortodoxia, pero le es imposible enfrentar la inseguridad con más recetas que la del abolicionismo penal. Es raro, porque Cristina está más cerca de los postulados realistas de Sergio Berni que de la escuela judicial de Eugenio Zaffaroni.

Berni es jactancioso y, a veces, extravagante, pero es el único funcionario del gobierno nacional que reconoció un problema en la inmigración indiscriminada y que suele aceptar que existe una creciente criminalidad. Cristina no llegó nunca a tanto; ella les echa la culpa a los jueces, que son los mismos jueces formados en la doctrina abolicionista de Zaffaroni. Zaffaroni es, por su parte, el juez de la Corte Suprema más amigo del cristinismo. El abolicionismo es una teoría del derecho penal que promueve la eliminación, o la atenuación, del castigo a los delincuentes en nombre de principios éticos o de derechos humanos.

Rehén de esas contradicciones, la Presidenta prefiere mandarlo a Berni a resolver problemas puntuales, pero nunca a elaborar un plan integral de seguridad. Berni desplegó sus excentricidades en la Rosario estragada por el narcotráfico. Nadie vio a Berni todavía trotando por la frontera norte del país, que es por donde ingresan las drogas duras. Un país que decomisó el año pasado 5000 kilos de cocaína tiene un problema grave de penetración del narcotráfico. El Gobierno jamás dio esa información. El decomiso es sólo una forma de medir la intensidad del tráfico de drogas.

Los dos planes anunciados para controlar las fronteras (el Escudo Norte, en manos del Ejército, y el Operativo Fortín, bajo responsabilidad de la Fuerza Aérea) han fracasado hasta ahora. Los radares de la Fuerza Aérea sólo pueden controlar los aviones que van a más de 2000 metros de altura. El Ejército tiene radares tierra-tierra. Hay, por lo tanto, 2000 metros de espacio aéreo que nadie controla. Tampoco los limitados radares que existen están activos durante las 24 horas del día. No hay personal ni recursos para una vigilancia permanente. La radiografía no sería completa si no se agregara la complicidad de gobiernos provinciales, municipales, de las policías locales y de las fuerzas de seguridad nacionales.

La criminalidad (espoleada en gran parte por el tránsito y consumo de drogas) es un problema que el kirchnerismo dejará sin resolver. La pregunta que falta responder es si también dejará una crisis económica. La masividad de la huelga general del jueves pasado tiene su explicación en algunas mediciones de la economía de los últimos tres meses. El consumo de bienes durables (automóviles y electrodomésticos, por ejemplo) cayó casi el 30 por ciento. El precio de los televisores aumentó; se los paga en menos cuotas que antes y subieron las tasas de interés para esas compras.

La mayoría de los argentinos compran lo imprescindible. Intuyen que el presupuesto familiar sufrirá una fuerte poda por los efectos del ajuste. No se equivocan. Economistas privados aseguran que la inflación de marzo corresponde a una inflación anual de casi el 40 por ciento. Los acuerdos salariales cerrados hasta ahora rondaron el 30 por ciento. Habrá un 10 por ciento menos de poder adquisitivo.

El economista Carlos Melconian midió una caída del 3 por ciento del PBI en los tres primeros meses del año. Es una caída inmensa. Ese dato explica, más que cualquier inferencia política, la magnitud de la huelga del jueves. El día del paro, además, la Argentina dejó de producir 1000 millones de dólares, según la estimación de otro economista, Orlando Ferreres. Ningún ajuste se ha hecho nunca sin provocar fuertes protestas sociales. Cristina cree, como todos los presidentes que ajustaron, que en la próxima estación la espera el paraíso. La fe no necesita argumentos.

La contradicción entre la realidad y la ideología roza también la economía. El Gobierno golpeó las puertas del Fondo Monetario, luego lo criticó abiertamente y, al final, volvió a merodearlo. Lo necesita si quiere acordar con el Club de París. La negociación con el Club de París consiste en dos preguntas sencillas: cómo se pagará y quién auditará al deudor, la Argentina. Para el Club, no existe otro auditor que no sea el Fondo. Cristina oscila entre la necesidad objetiva y las cadenas discursivas e ideológicas que aún arrastra.

Otra cosa son los jueces. Aun en el cristinismo más puro se debaten los escándalos de corrupción en un contexto de despedida del poder. Es el tema más sensible para el poder que se va. El procesamiento de Ricardo Jaime es una advertencia del futuro, pero Jaime pertenece a la prehistoria del kirchnerismo. La Presidenta, que no está hasta ahora comprometida en ninguna causa judicial, podría hasta desconocer la etapa fundacional del kirchnerismo, a la que pertenece Jaime. Por eso se enardeció cuando se publicaron informaciones que vinculaban a su hijo con el empresario Lázaro Báez.

Y se enardeció más aún cuando el juez Oyarbide hizo pública y formal la intermediación de las oficinas de Carlos Zannini para frenar un allanamiento en una financiera muy sospechada de hacerle favores al oficialismo. Zannini no es De Vido ni Jaime. Tiene otra cercanía con Cristina; su despacho está a metros de la oficina presidencial y su influencia intelectual en el Gobierno es incomparable. Zannini y, sobre todo su subsecretario, Carlos Liuzzi (que fue quien llamó al juez), perdieron hasta el favor de La Cámpora.

Ese núcleo cercano a la Presidenta se pregunta por qué Liuzzi no hizo una denuncia penal por el pedido de supuestas coimas por parte de los policías que allanaban la financiera. ¿Por qué eligió interceder ante un juez que ya no es confiable para nadie? "Pudo ser un héroe y prefirió parecer un cómplice", se quejan amargamente.

Las causas judiciales por supuestos hechos de corrupción son el único problema que no tiene solución. Por lo menos, las causas que ya están siendo investigadas por los jueces. Pero la economía y la inseguridad, que son las grandes preocupaciones de los argentinos, necesitan de un plan que organice los conflictos hasta diciembre del próximo año. Necesitan de gestión política, la gran ausente de la era cristinista. La sola idea de Cristina es insuficiente, aunque signifique su resignado adiós al poder.