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¿Conspiración en el Vaticano? La misteriosa carta que Francisco admitió que es real

Errores garrafales en la misiva del Papa a Cristina que hacen difícil aceptar que no estuvo con el diablo metiendo la cola.

Da la impresión que el Papa Francisco decidió bajarle la tensión al escándalo de la misiva vaticana al Gobierno argentino y por eso aceptó otorgarle veracidad a la carta del escándalo.

Pero no cierra por ningún lado que esa carta haya sido escrita como originalmente se la conoció. Si llegó por telegrama o la trajo una paloma mensajera es secundario. En los altos niveles de la diplomacia mundial ciertos errores de ortografía nunca pasan desapercibidos. Y menos otros horrores.

Cuando el escándalo subía de tono Francisco hizo lo que mejor le sale, poner paños fríos e impedir que la sangre llegue al río.

En algún momento se esperaba que algún sector de la Santa Sede que no compatibiliza con las ideas renovadoras de nuestro Bergoglio, pateara el tablero con la sutileza de un elefante.

Eric Frattini es un investigador que se metió a hurgar de lleno en el historial de conspiraciones de la Santa Sede, desde Pio V hasta Juan Pablo II, y consumó un libro atrapante que nunca llegó a la Argentina, llamado "La Santa Alianza".

Historias reales que ni Dan Brown podría haber imaginado fueron llevadas al papel en la obra de Frattini.

Crímenes, traiciones, delitos bancarios y todo lo que sucede en un Estado que no le pasa desapercibido al mundo entero, aunque sea territorialmente uno de los más pequeños del Planeta.

En la contratapa del libro se lee: "Durante los últimos 442 años, los agentes del servicio de inteligencia del Estado Vaticano... han defendido los intereses políticos, económicos y religiosos del país más pequeño y también uno de los más poderosos del mundo. Para ello asesinaron, conspiraron, envenenaron, robaron, difamaron o mintieron, en el nombre de Dios".

David Yallop, periodista y escritor inglés, ya había escrito "¿Por voluntad de Dios?", un libro imperdible donde relata la muerte -o asesinato- de Juan Pablo I, cuyo paso al frente de Roma duró exactamente 33 días, hasta que un té y una pócima fatal le hicieron llevarse al otro mundo sus deseos de meter mano en la corrupción de las finanzas vaticanas.

Cuando Bergoglio se convirtió en Francisco ya sus electores sabían que se trataba de un jesuita con ideas renovadoras, no fue una sorpresa para nadie. Aunque hay que admitirlo que nadie sospechaba que tan pronto iba a convulsionar a cristianos y no cristianos con su arrolladora personalidad y decisión de cambio.

Sólo los más trogloditas le piden más gestos de los que puede dar, pero Francisco es por lejos el personaje de este corto siglo XXI aún con sus limitaciones.