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Consejos prácticos para señoras cornudas

Para quien nace mujer, el destino tiene reservada una larga serie de obligaciones, de acuerdo a ciertas instrucciones establecidas. Desde cómo dar la teta al bebé, hasta qué hacer para que una pilcha de hace dos años luzca como comprada ayer.

Curiosamente, no existe nada realmente práctico que nos enseñe cómo sobrellevar los cuernos con estilo. Vaya este capítulo como un modesto aporte para que podamos ser cornudas felices.

Me parece casi un acto de desprecio hacia los lectores detenerme a explicar que los cuernos son a una mujer lo que una vidala a Atahualpa, lo que la pampa al ombú, o la tabla del dos a los ministros de Economía. Es decir, insalvables. Parirás a tus hijos con dolor, ganarás el pan con el sudor de tu frente, aguantarás a tu marido como puedas. Pero, por sobre todo, o por debajo de todo, serás cornuda. Tal dice la Biblia del sentido común. Sería bueno entonces que antes de lanzarse a cualquier papelón de los que hacemos las mujeres en dichas circunstancias, aceptemos que portar cuernos es algo absolutamente natural.

Más aún, es absolutamente "antinatural" que un pobre cristiano, llamado esposo, tenga ganas de yacer con una misma criatura llamada esposa durante años y años, hasta que la menopausia nos separe. No, señor. Mucho antes de la menopausia, el digno señor adquiere un soberano hartazgo de cremas de noche, parloteos previsibles, niños que hinchan y adolescentes que rompen

Ese bueno y noble señor, repetimos, llamado "esposo", suele, debe, tiene que dar rienda suelta a sus sanos instintos y descubrir que hay señoritas por demás apetecibles que nada tienen que ver, por fortuna, con ese turbio caldo desabrido que es un buen matrimonio.

Así es como un buen día el señor se manda al buche un plato fuerte y las damas caemos en la categoría de cornudas.

De allí en más, las mujeres, siempre propensas a dramatizar, suelen equivocar el rumbo. Que se suicidan (generalmente con Genioles), que arman una tremolina a la contrincante (¡qué desprolijo!) o que recurren a los viejos consejos de las revistas femeninas. Recordemos un momento, tan solo como para llorar sobre tantas pavadas que nos recomendaron.

La primera decía que frente a los hechos había que mostrarse arrasadora, irresistible, sexy. renovar el maquillaje, cambiar de calzones y de paso cañazo teñirse las mechas. ¡Sálveme, Dios! Pobrecitas las mujeres. Resumiendo, era como mandar un Ford T a competir con un Toyota. Mas qué competencia. eso se llama,asesinato pues cuando suceden esas cosas una ya tiene el chasis por el piso, el encendido agotado, la chapa y pintura que es un destrozo y las gomas desalineadas (rumbo al suelo, digamos). En síntesis, competir era una masacre.

Después llegó el psicoanálisis, el look de comunicarse, ¿viste? Sí, vimos. ¿Y qué vimos? Que si uno se "comunica" y se entera con todas las letras, las medidas y las edades, los planteos "civilizados" (je) son tan tolerables como meter los cinco dedos en una cacerola de agua hirviendo. En fin, nadie brindaba a una salida aceptable y ya es hora de inventar una.