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Cómo gobernará Jair Bolsonaro y los efectos que tendrá en la Argentina

Un individuo puede entonces hacer la diferencia entre el cielo y el infierno.

Por Marcos Novaro


¿Se moderará Jair Bolsonaro una vez que se acomode en el Palacio del Planalto? Difícil. Tal vez no llegue al extremo de descabezar el Supremo Tribunal Federal, como adelantó que haría uno de sus hijos metiendo presos a sus integrantes. Pero es muy probable que intente algunos golpes de efecto iniciales para atender la demanda de sus votantes más entusiastas, de su entorno más ultra en las fuerzas armadas y la ultraderecha civil, y también su propio sueño de consagrarse como salvador de la patria. Y que apueste además a terminar de desarmar del todo el sistema de partidos preexistente, para formar una mayoría propia en las cámaras, sin tener que negociar sus iniciativas con ninguna de esas fuerzas.

Pero, ¿tendrá éxito? Va a depender, fundamentalmente, de cómo evolucione la situación económica. Si ella mejora más o menos rápido, el apoyo social al nuevo gobierno se va a consolidar. Y muchos legisladores, hoy dubitativos entre sus viejas lealtades en crisis y el sueño de ser parte ellos también de la "regeneración" en marcha, estarán tentados de sumarse a la coalición oficial. Más o menos como sucedió con Trump y los legisladores republicanos en los últimos dos años en Estados Unidos. Y antes de eso, entre 2003 y 2005, lo logró Néstor Kirchner en nuestro país con las bancadas y los gobernadores peronistas y radicales.

Los populismos radicalizados, sean de derecha o de izquierda, necesitan ese tipo de combustible económico de corto plazo para dar credibilidad a las diferencias que dicen plantear con la "política tradicional", consagrar las virtudes heroicas de sus líderes y debilitar los frenos y contrapesos de los sistemas republicanos en que actúan.

Es probable que Bolsonaro consiga algo de esto, porque contará a su favor con que Temer hizo ya buena parte del trabajo sucio de ajuste y reformas impopulares (más o menos como hiciera Duhalde en beneficio de Kirchner en nuestros pagos), tiene en principio la confianza del grueso de los empresarios y Brasil ha venido recibiendo ya muchas inversiones externas y cuenta con una considerable capacidad ociosa.

Pero es difícil que vaya a tener el camino tan despejado como Trump o Kirchner. Enfrentará una deuda que viene creciendo a ritmo galopante (se duplicó en los últimos cinco años) y se origina en uno de los problemas que Temer quiso encarar pero quedó pendiente, el enorme déficit del sistema previsional. Encima su par norteamericano ya adelantó que tiene a Brasil en la mira, por su renuencia a ceder en materia de proteccionismo comercial. Por lo que es probable que más que cooperación haya conflicto entre los dos matones del continente.

Si a eso sumamos los desacuerdos que existen en las bases de apoyo del excapitán y ahora presidente, entre los militares nacionalistas y los economistas liberales para empezar, y la vaguedad de los planes trazados por el candidato, lo más probable es que el nuevo gobierno tarde bastante en encontrar un rumbo, y mientras tanto deberá sobrevivir buscando apoyos en la miríada de partidos que pueblan las dos cámaras del Parlamento. Esos oportunistas de siempre, que venden caro su apoyo a cualquier tipo de políticas y gobiernos, como probaron ya bajo Fernando Henrique Cardoso y los gobiernos del PT, encarecen toda reforma que encaren los presidentes de turno y los enredan en la "vieja política" por más innovadores que ellos quieran ser.

Encima en la segunda vuelta Bolsonaro estuvo lejos de dar el batacazo que esperaba. Si hubiera seguido la campaña un par de semanas más y él y sus hijos seguían hablando sin filtro hasta puede que el resultado hubiera sido otro. Y los viejos partidos, además, se han quedado con buena parte de las gobernaciones del país. Así que no es tan cierto que haya una sólida mayoría a favor del cambio con que sueña la ultraderecha.

¿Y qué es lo que le conviene a la Argentina y al actual gobierno? Macri podrá lucir ahora más que nunca sus dotes de moderación y prudencia, en contraste con nuestro principal socio y vecino. Pero ¿y si el ejemplo brasileño inspirara a la derecha local que considera al líder de PRO demasiado tibio, demasiado laico, apenas un "populista con buenos modales"? Ni aún en caso de mayores dificultades económicas esa hipótesis tiene muchas chances de prosperar. Hay que tener en cuenta que el extremismo es lo nuevo en la política brasileña, pero es social y culturalmente lo más normal del mundo allá. Tan normal como las 68 000 muertes violentas por año, que proporcionalmente quintuplican las que nosotros consideramos un drama insoportable. Mientras que en la Argentina sucede exactamente lo contrario en la relación entre las elites y la sociedad: aquellas estuvieron jugueteando con la radicalización populista por mucho tiempo y hasta hace muy poco, hasta cansar a una sociedad que en buena parte recela de cualquier receta e idea demasiado extrema.

Por eso a Macri, y también al país, les conviene que a Brasil le vaya todo lo bien que se pueda en lo económico, pero no que prosperen sus inclinaciones radicalizadas en lo político e institucional. Esa posibilidad hará ahora las veces de fantasma aleccionador como Venezuela pero al revés: ¡¡menos mal que esto acá no pasa!!, ¡¡cuidémonos de que siga siendo así!!. Ayudar a domesticar a Bolsonaro en estos aspectos mientras busca la forma de cooperar con él en materia de comercio, inversiones, acuerdos extrarregionales y demás va a ser un gran desafío. Pero nuestro gobierno tiene en eso más para ganar que para perder.