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Claves para una elección decisiva

*Por Enrique Zuleta Puceiro. Las escasas seis semanas que median hasta la primera vuelta electoral en la Ciudad de Buenos Aires serán el escenario central del año electoral que culmina en las elecciones presidenciales de octubre próximo.

Ningún otro distrito la supera hoy en importancia política. Durante años de espaldas del país, la ciudad es hoy un laboratorio de experiencias sociales, en el que la política es sólo uno -y no el más importante- de los diversos andariveles por los que transita una vasta revolución de expectativas sociales que busca expresarse a través de una política en muchos sentidos diferente a la del resto del país.

Escéptico, hiperactivo, hiperinformado y exigente, el elector porteño abandonó hace ya mas de veinte años los alineamientos, liderazgos y lugares comunes de la política tradicional. Poco afecto a los exámenes de conciencia, las reconstrucciones históricas y las polarizaciones, concibe a la política más como un inventario de proyectos y expectativas de futuro que de frustraciones y necesidades básicas desatendidas. Satisfecho con su balance personal de la crisis, ve con interés todo aquello que sume y supere el balance colectivo. Vota hacia la izquierda pero reclama y exige desde la derecha. Demanda a sus dirigentes apertura pluralismo y consensos superadores pero, al mismo tiempo, recela y castiga despiadadamente todo lo que huela a hipocresía, contubernios y acuerdos de circunstancias.
Fruto de este racimo de subculturas políticas heterogéneas y dinámicas es el cuadro de tendencias electorales que se esboza hacia las próximas elecciones. Buenos Aires está ante la campaña electoral más corta en la historia electoral del distrito. Su estilo y ritmo serán, además, vertiginosos, sin margen alguno para los procesos de instalación de temas y candidatos propios de las campañas tradicionales.

Todo lo que suele decirse ya ha sido a dicho. Desde todo punto de vista, la campaña entró ya en su fase de definiciones finales.

Otro dato central es que, en la percepción media de los votantes, el 10 y 30 de julio se votará gobierno y no oposición. Lo cual implica polarización, poco espacio para el voto negativo o para la expresión ideológica o testimonial y prioridad decisiva a los títulos de gestión. Apenas parecería haber espacio para terceras fuerzas -hoy apenas aspira a ese papel un descendente Pino Solanas, con un 14,9, en tanto que una docena de candidatos disputan un 12 % aunque sin llegar ninguno a la barrera del 3%. Un 14% de indecisos promete poco a las campañas-.
La polarización, todavía incipiente, muestra a un gobierno local con buena conexión con un tercio de los votantes, aunque desgastado y con poco para exhibir, al cabo de una gestión con casi toda su propuesta originaria básicamente incumplida. Aun así, Mauricio Macri parte con el respaldo actual de un piso de un 35,5% -su piso tradicional-. Enfrente, un conglomerado de fuerzas heterogéneas, orientado desde el gobierno nacional más exitoso desde que guardan memoria la mayoría de los votantes, con un 25,2% que fuerza desde ya a una segunda vuelta electoral el 30 de julio. Los escenarios de segunda vuelta pronostican ventajas mínimas, por ahora, para el actual ejecutivo de la Ciudad.

Las campañas serán, por ello, racionales, cuidadosas y muy profesionales. Los sistemas de ballotage obligan a la moderación. Fuerzan a competir de un modo centrípeto, hacia el centro, buscando el equilibrio y la mesura. Nadie puede darse el lujo de intemperancias y posturas confrontativas, que no puedan deshacerse a horas de la primera vuela, a la hora de convocar a esa mitad del electorado que no habrá votado a los dos más votados.

Por sobre todo, se competirá en pos del apoyo de un electorado independiente. Ocho de cada diez porteños se declaran políticamente independientes y durante los últimos años han cambiado ya varias veces su voto. Configuran un electorado flotante -soft o “blando” en las tipologías de los consultores-. Daniel Filmus enfatizará seguramente la importancia de ese 20% del electorado defraudado por la gestión de Macri y éste buscara, a su vez, a ese 20% que, apoyando la gestión nacional de Cristina Kirchner, piensa sin embargo, que hay que poner límites a las pretensiones políticas del kirchnerismo. Ambos buscarán también llegar a ese 20% que cavila ante el riesgo cierto de desperdiciar su voto en opciones testimoniales.

Nadie puede tampoco ignorar el clima de optimismo que embarga al país. Nunca se votó en condiciones como las actuales. Por sobre debates acerca de la sustentabilidad de los logros nacionales, el electorado no avizora riesgos significativos sobre la estabilidad económica y política del país. La suspicacia ante los estilos políticos del oficialismo se ve compensada por el resentimiento ante la inconsecuencia e incapacidad de articulación política de la oposición. El contexto promueve la cooperación y castiga las antinomias. Pone límites a las campañas negativas y a la política de adversarios. Obliga a todos a hacerse cargo de sus responsabilidades y la calidad de sus propuestas. El voto puede ser, hoy más que nunca, una herramienta formidable de transformación.