DOLAR
OFICIAL $816.08
COMPRA
$875.65
VENTA
BLUE $1.18
COMPRA
$1.20
VENTA

Charlas de quincho

Se despidió el viernes Cristina de Kirchner atenta a los efectos del caso Candela, un crimen ominoso en un entorno familiar, que ella intentó contener en una entrevista que mantuvo con la madre de la pequeña asesinada, de la cual, prudente, no permitió fotografías.

La Presidente pasó el fin de semana conectada desde Río Gallegos por teléfono con funcionarios del Ministerio de Seguridad y con Daniel Scioli -otro funcionario que también recibió a la familia, a solas el viernes, durante más de cuatro horas-. Los dos mandatarios reclamaron para hoy mismo algún resultado de la investigación que le permita al Gobierno mostrar otro frente en esto que es muy parecido a una crisis de inseguridad, aunque no lo es en el fondo, lo menos oportuno en medio de una campaña electoral que el oficialismo ha encarado con más que tranquilidad sobre el resultado final.

También siguió la Presidente las andanzas de una misión de contrafrente, la que mandó la Argentina a Chile el fin de semana para participar de la reunión de la OEA para recordar los diez años de la sanción en ese organismo de la llamada «carta democrática». Esa cláusula es la que condena a los países que se aparten del sistema democrático y la festejaron los representantes de los países de la OEA sin mucha paz. En la reunión que se hizo en el palacio del Congreso de Valparaíso, hubo enviados de algunos países, Honduras entre ellos, que pidieron alguna forma de revisión del rigor de ese mandato. Sorprendió a la mayoría esta solicitud para tirarse una canita al aire en materia democrática, y la delegación argentina reaccionó con fuerza con el lema «Lo que hay que hacer con la carta democrática es cumplirla». Esta instrucción que recibió la delegación directamente de la Presidente desbarató el debate y nadie se animó a seguirlo. ¿Cómo se va a flexibilizar esa carta?, se extrañó la mayoría de los cancilleres presentes, que habían elegido este fin de semana con todo cuidado como fecha para recordar esa sanción, que ocurrió un 11 de septiembre de 2001, el mismo día del ataque a las Torres Gemelas y la misma fecha, pero de 1973, del golpe militar de Pinochet que terminó con la democracia chilena durante casi dos décadas.

Gallarda, la misión argentina sostuvo la bandera, aunque la hubiera defendido hace diez años el canciller de otro partido, Adalberto Rodríguez Giavarini, ministro de Fernando de la Rúa. Pero el festejo venía en falsa escuadra, porque el viernes se produjo esa tragedia aérea con 21 muertos -entre ellos, el animador más popular de la TV chilena, Felipe Camiroaga, en la isla de Robinson Crusoe- que paralizó a Chile. Sebastián Piñera había invitado a los cancilleres a una comida, pero faltó y en la única aparición que hizo en Valparaíso, pidió un minuto de silencio por las víctimas. Con su país anfitrión desentendido de la celebración por esta desgracia, los cancilleres quedaron librados a su suerte; los representantes argentinos terminaron la misión haciendo lo mejor que se puede hacer en esos lugares, ir a almorzar al Café Turri, el mejor restorán de Valparaíso que mira, desde el cerro Concepción, sobre la maravilla azul del Pacífico. Así terminaron el festejo de la cláusula democrática el canciller Héctor Timerman y el embajador Ginés González García.

Con Cristina distante de este escenario -el sur tiende un marco de seguridad y es también un mirador en perspectiva de las tribulaciones cotidianas-, Daniel Scioli también amortiguó la intensidad de sus apariciones, afectado por los efectos que pueden tener estos hechos en el escenario que sostiene su Gobierno para transmitir que la seguridad en su distrito está bajo control. Se encerró el viernes cuatro horas con una decena de policías y otros funcionarios y también con la madre de Candela, para escuchar hasta el último detalle de los hechos. Todo gobernante en esa circunstancia teme que no le llegue la totalidad de los pormenores, acostumbrados como están muchos funcionarios a transmitir hacia la cúpula sólo las buenas noticias. «Necesito meterme en los hechos a fondo», explicaba el gobernador el sábado en el quincho de su residencia de Benavídez, La Ñata, cuando le preguntaron por esa intensidad en las reuniones. Es el método, explicó en la mesa un acompañante permanente del gobernador; dice que lo necesita para después resolver, aunque como en este caso deba enfrentar críticas de la oposición, esperables -la guerra por los votos está desatada- por la no resolución del caso.

Circunspecto, tampoco hubo imágenes de esos encuentros del gobernador con policías y familiares del viernes, y tampoco del fútbol del sábado al mediodía. No era el mensaje más oportuno mostrar a los funcionarios en esas ocupaciones ociosas, por más que el equipo de Los Piqueteros de Villa La Ñata debió esforzarse para enfrentar con aire ganador al equipo que le acercó el matarife Alberto Samid, un hincha jurado del equipo naranja de Scioli, pero al que quiere importunar sábado a sábado llevándole equipos más que competitivos que el gobernador sospecha no son aficionados y que los recluta en una línea menos conocida de profesionales del conurbano. Tampoco acepta Samid que el asado que se sirve en ese quincho es uno de los mejores del planeta político, merced a secretos de parrilla que los cocineros de La Ñata juran que nunca revelarán ni aun cuando Samid aporte los insumos para esos asados legendarios.

Con esta prisa y cercado por las tribulaciones del caso Candela, Scioli faltó al quincho más resonante del fin de semana, que fue un modelo de fiesta intercultural. El ministro sciolista Baldomero Álvarez, uno de los «Cachos» más populares de la política, cumplió 55 años y montó una carpa en su casa de Sarandí, adonde llevó a un seleccionado del gabinete provincial, de los intendentes del conurbano, de algunas provincias y hasta se atrevió a animar el condumio (choripanes, lomitos, empanadas) con un conjunto de música correntina, también con connotaciones políticas, porque su conductor es candidato a senador en su provincia. Bajo esa carpa se mezclaron los ministros Alberto Pérez (jefe de Gabinete), Martín Ferré, Javier Mouriño, los intendentes de Avellaneda, Jorge Ferraresi, y de La Matanza, Fernando Espinosa; la diputada Teresa García, los senadores provinciales Roberto Ravale y Marta Helguero, los subsecretarios Isidoro Laso, Julio Pángaro y Mora de Lucía y un malón de amigos y familiares entre quienes estaba el ministro de Gobierno de Misiones, el radical Jorge Franco. Todos devoraron el servicio, pero no todos se animaron a bailar chamamé; «Cacho», como hombre del Litoral, lo hizo con tanta técnica y entusiasmo que amilanó a varios que intentaron emularlo y se retiraron. Álvarez es hombre de Misiones y eso explica algunas presencias, y aunque ha vivido toda la vida en el conurbano, cuando quiere entretenerse llama a los acordeones del chamamé. Esta vez logró llamar a un conjunto de lujo, el de Mario Boffil, un correntino de los más famosos en su género, autor de centenares de piezas que cantan todos sus colegas, y que en estas elecciones se dejó convencer de ser candidato a senador en su provincia. Como ésta era una fiesta que cayó en plena campaña, para estar suspendió una actuación en Corrientes y se sumó a los varios candidatos que había esa noche, el principal, el cumpleañero, que es postulante a una senaduría provincial el 23 de octubre.

Esto de que funcionarios sean candidatos crea en este tipo de reuniones un clima especial, porque los miran como políticos a plazo fijo, que abandonarán sus ministerios si ganan sus bancas, dejando oportunidad a los relevos, que son para los políticos la sal de la vida; crearán vacantes; en una de ésas pueden designar al sucesor. Por eso, mejor estar cerca del funcionario-candidato, pero no tanto, porque en una de ésas pierde poder y tampoco conviene. Aunque la alegría de la noche blindaba a los invitados de las especulaciones canallas de toda transición, los temas de la agenda invadieron los corrillos que se formaron en el quincho de la casa de Sarandí, que es donde se repartieron los mejores cigarros, un símbolo de poder que ningún político rechaza cuando se los ofrecen, por más que les provoque toses y carraspeos; hablar con alguien con cigarro sin tener uno para responder las señales de humo es una capitis diminutio intolerable. Claro, que como en otros salones del poder, el caso Candela y sus efectos políticos inundaron todas las conversaciones, que se centraron en interrogantes como éste: ¿por qué el Gobierno -nacional y provincial- se ha enredado con él, teme efectos políticos y de imagen negativos y trata de salir de la crisis mostrando sobreactuaciones fuera de lugar y a pura pérdida, cuando no es un caso de inseguridad convencional?

Para algunos, el affaire no es un hecho de orden público, que son sobre los cuales les corren responsabilidades administrativas y políticas al Estado y al Gobierno porque su deber es prevenirlos. Desde esta óptica, se trata de un crimen por venganza entre particulares. Equivale a que un socio mande a matar a otro porque lo estafó o que el marido envenene a la mujer. El Estado no puede prevenirlo, ni hay mecanismos de orden público para evitarlo, salvo en sus precursores -amenazas previas, disposición de elementos prohibidos para cometerlo-. Esto sí lo puede prevenir el Estado, pero no su comisión. Si esto fuera así, sería simple, porque sobre los hechos, argumentaban en esos corrillos desde otro ángulo, se imponen siempre los estereotipos. Cometido el delito, tanto el Gobierno como sus contradictores lo abordan como si fuera un hecho de inseguridad. Presidente y gobernador se muestran con las víctimas, van a la escena del crimen, etcétera. La oposición clama por más seguridad y ataca al Gobierno como si tuviera responsabilidad en este caso. Las dos partes se compran el contexto estándar de un crimen -la inseguridad y sus estereotipos en la Argentina de hoy- y disputan entre sí, prologando sin examen el debate dentro del planeta de la inseguridad. De estas charlas se enteró rápido el gobernador, con quien mantenían los ministros que festejaban en Sarandí contacto minuto a minuto por teléfono.

¿Tan desentendidos están los opositores de las campañas locales -que creen un trámite en vano frente al exitismo oficial después de la megaencuesta que fueron las primarias- que tienen más atención para lo de afuera que a lo de adentro? Podría alimentar esa especulación el número de dirigentes que logró juntar el viernes en el comedor del Club Americano de la calle Viamonte, el senador chileno Hernán Larraín, uno de los políticos de su país con mejor agenda argentina -ha sido anfitrión, en otros tiempos, de Daniel Scioli y de Mauricio Macri, entre otros-. Vino invitado por la fundación RAP (Red de Acción Política), un pergeño criollo que busca subirle la vara de exigencias a los políticos en materia de transparencia pero que tiene más predicamento entre opositores que entre oficialistas. Una de sus estrellas es el salteño Juan Manuel Urtubey. Aunque lo mejor de la parrilla del Americano es el bife de chorizo, el menú se limitó a un pollo con papas sobre el que se abalanzaron el invitado y un grupo que integraban, entre otros, Gabriela Michetti, Paula Bertol, Juan Carlos Morán, Graciela Ocaña, Eduardo Amadeo, Natalia Gambaro y Silvana Giudice.

El visitante vino a exponerles un proyecto que dice ya camina en Chile para frenar la corrupción entre los políticos. La idea, contó, nació entre parlamentarios de su país para sumar fuerzas por la transparencia en la gestión pública. Se constituyeron en un grupo que se dio normas de autorregulación en temas vinculados con la información pública y comportamientos éticos. Además crearon por ley un organismo nacional que da seguimiento a estas cuestiones y sanciona sí o sí a quienes «cruzaron la raya». Tan entusiasmado se mostró Larraín con esta idea, que propuso que los argentinos se sumen a un lanzamiento continental de esa cruzada ética desde un congreso que los chilenos están organizando para enero próximo. Michetti y Ocaña ofrecieron una reunión local para organizar el capítulo argentino de esa movida que busca agudizar el control de la virtud ajena entre los políticos, una pulsión que suele atraer a los dirigentes sin medir qué rédito tiene en votos. Esa movida -elogiable- como única línea política ha cifrado el ocaso de políticos como Gustavo Béliz o Elisa Carrió, no por la verdad de sus señalamientos sino por la indiferencia del público en responder con votos a los gestos de estos «savonarolas» criollos.

Siempre en la cuerda de la política global, la semana había comenzado agitada por la presencia en Buenos Aires de Bill Richardson, (miembro del consejo de administración de una empresa de casinos, exdiputado, secretario de Energía y embajador en la ONU de Bill Clinton) y Jorge Castañeda, excanciller de México. Al mediodía hubo una recepción en el Hotel Alvear, ofrecida por la empresaria Beatrice Rangel y los embajadores de México y Colombia, Francisco del Río López y Álvaro García. El lote que se acercó, aunque los contratos con casinos los maneja el oficialismo incluyó a opositores como Felipe Solá, Gabriela Michetti, Eduardo Amadeo, «Pepe» Scioli y los empresarios Juan Pablo Maglier y Gonzalo Verdomar Weiss.

En la noche de ese mismo lunes, algunos repitieron en el restorán central de La Rural, para participar de una de las galas benéficas más tradicionales como es la de ALPI. Concurrencia de todos los colores: actores, banqueros, empresas colmaron las más de 50 mesas habilitadas. A diferencia de las convocatorias clásicas de beneficencia, en esta oportunidad, una representación parcial del musical «La Novicia Rebelde» amenizó la velada. Violeta Rivas, la Julie Andrews de la primera representación en Buenos Aires de esa obra en 1969, fue la que condujo junto a Mariana Arias un inédito concurso de karaoke entre las diferentes mesas. Así es que se vio en La Rural a Sergio Renán, Magdalena Ruiz Guiñazú, Leonor Benedetto, Marta Bianchi junto a representantes de otras castas como el diputado Federico Pinedo, Luis Ribaya (Banco Galicia), Oscar Correa (Santander Río), Ezequiel Barrenechea (Corporación América), el petrolero y cineasta Jorge Estrada Mora, Alfredo Odorisio y Teresa González Fernández.

Este público de las tenidas benéficas mira a la política con «El retablo de las maravillas» de Cervantes -un espectáculo fabricado con palabras más que hechos- pero a veces tiene más información que los dirigentes. Nos enteramos allí, por ejemplo, de la larga charla que mantuvo Cristina de Kirchner con el ministro de Educación macrista Esteban Bullrich hace algunos días, telefonazo que algunos anotan entre los gestos de buena voluntad entre el Gobierno nacional y el de la Ciudad después de las primarias del 14 de agosto como antesala de una cohabitación amistosa y en beneficio de dos mandatarios que, hasta ahora, no tienen reelección. El funcionario macrista había publicado una nota en la cual echaba una mirada comprensiva sobre el resultado de esa primaria con críticas a la oposición rabiosa por verse incomprendida por el 50% que apoyó a la Presidente en esos comicios amistosos.

Cristina le pidió el llamado a Oscar Parrilli, quien hizo la conexión y le pasó el tubo -el celular, se entiende- a la primera mandataria quien le reconoció el gesto a Bullrich. Para los ansiosos allí quedó abierta la puerta para conversaciones que habrá entre las dos administraciones después del 23 de octubre. Bullrich le contó inmediatamente sobre esa conversación a Macri, quien anotó todo lo hablado, que por cierto mantendrán los protagonistas del diálogo en secreto. A eso siguió la cena entre Gabriela Michetti y Daniel Filmus a solas y también con permiso de sus jefes. Como para que nadie se sorprenda el día de la foto Cristina-Macri.

Cerramos esta charla, como lo pide el lector, con una pincelada de arte del más refinado. España, como otros países europeos, confía en el arte para sostener la atracción de viajeros. Con sus finanzas en baja, intenta aumentar esa cuota. La directora del poderoso Museo Thyssen de Madrid, Elena Benarroch Vila, viajó a Buenos Aires con un objetivo preciso: seducir a los argentinos que visitan España, que no son pocos (300.000 el año pasado). Así lo aseguró en nuestro Museo de Bellas Artes el consejero de Turismo de la Embajada de España en la Argentina, Julio Moreno Ventas. Al parecer pocos los 800.000 visitantes que recibe el Thyssen al año, el anfitrión del encuentro, el director de nuestro Museo mayor, Guillermo Alonso, contó que convoca 1,2 millón. «Claro -agregó, desafiante, su par del Thyssen- aquí la entrada es gratuita y nosotros cobramos 8 euros».

Lo cierto es que cuando los españoles decidieron dejar de ser los parientes pobres de Europa, en los tiempos de Felipe González, la estrategia fue ganar el prestigio imbatible que otorgan los tesoros artísticos (para demostrarlo está El Louvre con su Mona Lisa). Auténticas fortunas se destinaron entonces a comprar arte de todos los tiempos, a recuperar algunos de los cuadros que Picasso o Miró habían pintado en París, y a las arquitecturas deslumbrantes de los museos.

Benarroch Vila describió -ante las glamorosas imágenes del palacio de Villahermosa- sus sofisticados programas para conquistar el patrocinio privado y atraer nuevos públicos; habló de las visitas y comidas privadísimas frente a las pinturas más bellas de la colección, o de los jóvenes que salen de noche y encuentran el Museo abierto. En suma, el consejero Ventas resumió la cuestión respondiendo sus propias preguntas: ¿Qué buscan los españoles que vienen a la Argentina? Pues, el paisaje, las cataratas. Y... ¿qué buscan los argentinos en España? Pues, un 50% busca historia, cultura, patrimonio. Y su discurso se cerró con otro interrogante: ¿Cómo no vamos a estar en la presentación del Triángulo de las Bermudas culturales? Se refería obviamente al triángulo conformado por el Museo del Prado, el Reina Sofía y el Thyssen. El encuentro terminó con unas deliciosas tapas y unos vinos de pura cepa argentina. Estaba el consejero de Cultura, Manuel Durán, y su par Jesús Manuel Gracia, Eduardo Grüneisen (El Ateneo), Diana Saiegh, Miguel Shapire, Cristina Carlisle (Christies), Arturo Carvajal y la gente del Museo de Bellas Artes.

No lejos de ahí, en el nuevo escenario de La Rural, se abría la Feria de Arte Expotrastiendas que cierra sus puertas esta noche. Imperdible la escena de los entendidos, a medida que avanzaban por la Feria y observaban las obras expuestas en los stands, que exageraban los suspiros para manifestar admiración ante los demás, una forma de calificar lo que veían como si fuera un «bailando». Luego de una tormenta que por poco no acaba en naufragio y que se llevó con ella a varios galeristas, la Asociación Argentina de Galerías de Arte que capitanea Álvaro Castagnino, reflotó esta Feria y convocó a más 2.000 personas gratamente sorprendidas con el cambio. Las 45 galerías exhiben un total aproximado de 400 artistas con un variado espectro de tendencias y estilos, debutantes y consagrados, jóvenes y grandes maestros, que integran un mix donde los conocedores buscan como sabuesos con el olfato aguzado, alguna nueva figura, quizás, hasta un genio del mañana.

Se mezclaban allí artistas como Rogelio Polessello, Marta Minujín y Juan Melé; coleccionistas como Jacobo Fiterman y Cristina Guzmán; diplomáticos como Gloria Bender, Ricardo Calderón, Elsa Kelly y los embajadores de Italia; gente del ambiente como Maria Constantini, Mercedes Casanegra, Camilla Makeson, Roberto Villambrosa, Rosa Faccaro, Martín Berg, Nora Iniesta, en su nuevo papel de directora del Museo del Grabado, y el infaltable Cristiano Rattazzi. Las galeristas Norma Quarrato, Teresa Anchorena, Marina Pellegrini y Estela Totah, competían con sus obras pero también con sus atuendos.

Vamos a terminar con un chiste escuchado en la cena de la UIA en Tecnópolis. Un empresario terminó de trabajar, y se va a un «after office» de los que han proliferado en el centro porteño. Se sienta a la barra, pide una cerveza y ve entrar a una colega con la que había tenido un cruce poco antes. La mujer, bellísima y elegante, mira alrededor y comprueba que el único lugar disponible es junto a su rival. Se sienta, y el empresario decide tratar de hacer las paces. Pero en cuanto ensaya un saludo, la mujer grita a todo pulmón:

-¡¿Pero por quién me tomaste, pedazo de pervertido!?

Sorprendido por la reacción, el hombre -que además percibe que todo el bar se dio vuelta para mirar qué pasa- baja la cabeza y se concentra en el que -piensa- será el último trago de su vida en ese local. Después de un rato, la mujer se le acerca y le dice:

-Disculpame, hagamos las paces; estuve mal...

Y el empresario responde a todo pulmón:

-¡¿Una luca por toda la noche!? ¿Te volviste loca?