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Charlas de Quincho

El verano y las vacaciones, como budistas, imponen una calma que disimula las tempestades internas. Con este paisaje iniciamos los quinchos de hoy con el gobernador bonaerense haciendo veloces raids entre Mar del Plata y San Luis...

Nota extraída del diario Ámbito Financiero

... Siempre con el deporte como estrategia. De allí nos vamos a Caracas, en una choripaneada con el embajador argentino en la que se comentaron datos inquietantes, como algunos pedidos desesperados de ayuda que hizo el vicepresidente Maduro a Cristina de Kirchner. Seguimo.

Curiosa la contradicción que imponen los hábitos veraniegos de los políticos entre el clima de pelea que domina -es tiempo de construcción de futuros electorales, y todos se miran mostrando los dientes o señalándose las carencias mutuas- y la afabilidad que exhiben en sus apariciones públicas y sus encuentros privados. La playa es de todos, hay exceso de miradas indiscretas, pero la serenidad que transmiten las actividades de vacaciones los muestran en gestos de amistad en encuentros que parecen imposibles, pero a los que se entregan todos para mimetizarse con esa convivencia de carpa a carpa en los balnearios que practican, por lo menos por una quincena, los turistas de a pie, quienes también suspenden la tensión del trabajo del año y se entregan a la amistad y a la convivencia con los seres queridos con una paciencia que no tienen el resto del año. Maestro en esas convivencias, Daniel Scioli -gurú de la política zen- apareció anoche en San Luis para acompañar a los «cascos naranja» que integran el equipo de ciclismo que patrocina desde la gobernación de Buenos Aires en la largada de una competencia internacional.

Se rió Scioli de las prevenciones que podrían hacerle sus aliados del kirchnerismo y festejó, literalmente, «estar en la tierra de Adolfo Rodríguez Saá, quien me dio la gran oportunidad de ser ministro de Turismo y estar además con el gobernador Claudio Poggi, quien en aquella época fue mi compañero de gabinete». Mitigó el alarde que Adolfo, con aviso, mandó a decir, cuidadoso, que no iba a estar en la provincia. Celebrar la presencia en esas tierras en donde dominan los contradictores mayores del Gobierno nacional -más que Mauricio Macri, quien al final siempre termina con entendimientos legislativos con la gestión K- le pareció una minucia al gobernador, que venía de una algarada bailantera el sábado y de estar en la noche de ese día en el estadio en donde jugaron River-Boca, planeando proezas deportivas para 2015 que le parecen más importantes que el compromiso como candidato presidencial que ya tiene planteado para ese año. Ante Julio Grondona alardeó de que está entrenando para que su equipo de La Ñata sea campeón mundial de futsal en la copa que se juega ese año. Esa casaca jugará este año en la categoría de primera B, aspira a ascender en 2014 -fecha de internas- y estar en esa copa mundial en el año electoral. Todos estos gestos, se sabe, constituyen un método en el que la política se va leyendo como una metáfora de la competencia deportiva, y no al revés, como creen quienes presumen de ser los hermeneutas de su despliegue. Igual, acompaña sus apariciones con reuniones a puertas cerradas en las que, como hizo el miércoles con la cúpula del grupo brasileño Ode-brecht, intenta montar sistemas de gestión que cree pueden destrabar obras congeladas por la escasez de fondos. Scioli habla ahora de la «parceria público-privados» como fórmula para pagar obras -rutas, especialmente- para las que tiene necesidad, pero no fondos, que pondrán los privados en el marco de proyectos públicos. En un país en donde la política parece secuestrada por el marketing, las palabras, lemas y rótulos ganan poder y dan aire para mostrar que se puede construir futuro, algo que en definitiva es la misión de todo político. De estas reuniones surgió la idea de un viaje de Scioli a Brasil en febrero, después del regreso de una minivacación fuera del país que emprenderá el fin de semana que viene, una especie de descanso después de la intensa temporada alta de proselitismo en la costa.

Esos desvelos de la gestión acompañaron a Cristina de Kirchner en el largo viaje que termina hoy en Vietnam, gira desde la cual ordenó el miércoles el desplazamiento de dos ministros hacia Caracas. Cuando se vio en La Habana con el vicepresidente Nicolás Maduro, éste le presentó un panorama dramático en Venezuela por la crisis alimentaria. Ese país importa casi todo lo que come y la crisis por la transición chavista, en palabras de Maduro, desató la amenaza del desabastecimiento y, obvio en toda economía cerrada y controlada, la especulación. «Necesito que me ayuden a juntar un stock de alimentos para tres meses, mandame a alguien ya mismo», le pidió. Para allá partieron Julio De Vido y el agroministro Norberto Yauhar, quienes ese mismo miércoles fueron recibidos por el nuevo canciller Elías Jaua, a quien sus adversarios suponen flojo de papeles porque no creen en la legitimidad de la firma de Hugo Chávez en el decreto de designación. Con él y las autoridades de Pedevesa firmaron el compromiso para una venta de combustibles a la Argentina de u$s 180 millones que van al fideicomiso que usa Venezuela para comprar alimentos al país y asegurar ese stock con el cual Caracas quiere mostrar que tiene a un gigante alimentario como aliado principal.

Esa noche, en la choripaneada que ofreció el embajador Carlos Cheppi, el comentario dominante era que en otros tiempos Néstor Kirchner toleraba la presencia de Chávez en actos de la Argentina para mostrar que tenía el apoyo como prestamista y proveedor de combustible de un gigante petrolero. Ahora se devuelve el favor -se decía en los corros de empresarios que devoraban el menú de lomitos y chorizos empanados que ofreció Cheppi, entre quienes estaban Roberto Diomenech, presidente de la cámara de los polleros de la Argentina, y el gerente de SanCor, Nicolás Arnaudo- y se le piden a Buenos Aires estos gestos de amistad para aplacar el revuelo interno. Lo probó Maduro al día siguiente, cuando invitó a la delegación argentina a una entrevista en el Banco de Venezuela -funciona en la sede de lo que fue el Santander antes de la expropiación- y al terminar le pidió a De Vido que lo acompañase a un acto. Como hacía Kirchner con Chávez cuando visitaba Buenos Aires, lo sentó a su lado frente a la televisión y además lo hizo hablar. De esa charla los funcionarios argentinos no recogieron más datos sobre la salud de Chávez de los que se llevó Cristina de La Habana. Los venezolanos en este punto están obligados al hermetismo y, cuando más, a simular optimismo porque saben que cualquier desliz les complicará una crisis de la cual nadie conoce el desenlace ni sus consecuencias.

En esa recepción hubo tiempo para historias viejas, en especial sobre el nuevo canciller Jaua, a quien había propuesto Venezuela en 2002 como embajador en la Argentina. Gobernaba Eduardo Duhalde, quien le había ofrecido a la recíproca la embajada en Venezuela al radical José María García Arecha, a quien la caída de Fernando de la Rúa le frustró -ya con el acuerdo del Senado concedido- una embajada en el Uruguay. Arecha aceptó la oferta de Duhalde, pero el trámite empezó a complicarse porque el bonaerense rechazó el plácet de Jaua por un motivo que hoy parece insólito. Chávez, en aquel momento, tenía entre sus mejores amigos argentinos a grupos de carapintadas y prefectos de la línea Albatros vinculados al nacionalismo de derecha, y Jaua había dicho que iba a abrir 35 locales chavistas a lo largo del país. Eso le costó el rechazo del plácet y la demora, sumada a alguna complicación familiar, terminó también con la embajada del «Pepe» radical que en algún momento de su biografía espera una tercera oportunidad de ser diplomático.

En materia de convivencias vacacionales que allanan las diferencias, nada mejor que sobrevolar en el fin de semana la estancia Santa Isabel, en donde su dueño, el empresario (petróleo, cine, vinos, etc.) Jorge Estrada Mora, suele invitar todos los veranos a sus amigos, que son de todas las procedencias. El sábado sentó a comer un asado a un trío que fue un encuentro de titanes de ayer y de siempre: Fernando de la Rúa, Domingo Cavallo y Horacio Massaccesi. No era fácil el encuentro porque han vivido peleándose. Massaccesi, cuando era gobernador, incautó fondos del tesoro del Banco Central de Río Negro cuando Cavallo era ministro y desató una de las peleas más duras y entretenidas de la década de los 90. El exsenador, además, fue uno de los principales contradictores internos de De la Rúa cuando era presidente. Pero como es verano y se podían amparar bajo el techo del quincho de un amigo común, convivieron varias horas hablando de ayer, de hoy y de mañana. El quincho de Santa Isabel está en el casco de uno de los campos más bellos de la provincia de Buenos Aires; perteneció a los Martínez de Hoz y fue el centro de una heredad que tuvo en su momento miles de hectáreas. Está a pocos kilómetros de Chapadmalal, y Estrada Mora ensaya allí, con éxito hasta ahora, un proyecto de producción de vinos. Les interesó a los invitados el cuento de uno de los enólogos que explicó cómo se produce la vid junto al mar, y él hace cortes de vinos blancos que ya cosechan premios internacionales. ¿En dónde hacen este vino?, preguntó De la Rúa, y el enólogo respondió que había comenzado en el garaje de su casa, un alarde de ingenio que tiene antecedentes por aquello de la tecnología informática que nació hace 50 años en el Silicon Valley de los Estados Unidos en empresas llamadas «de garaje» porque se desarrollaban en esos espacios en casas particulares.

Ese quincho tiene solera porque fue en donde tuvo su primera reunión de campaña en 1998 De la Rúa con el asesor americano que contribuyó a su victoria del año siguiente, Dick Morris, que venía de ungir a Bill Clinton como presidente de los Estados Unidos. También fue escenario de otros encuentros, como que allí residió la esposa de George W. Bush cuando se hizo la Cumbre de las Américas de Mar del Plata. También protagonizó momentos de distensión Elisa Carrió cuando bailó, en un casamiento de la hija del anfitrión, el mítico «Bombón Asesino», y que se contó en su momento en estos Quinchos (se puede googlear). Massaccesi dominó buena parte de la charla exponiendo su proyecto de volver al Senado de la Nación el año que viene como candidato de la UCR provincial, por la que fue dos veces gobernador. En ese proyecto está incluida una pelea por la intendencia de Viedma a la que sería candidato si la UCR se une detrás de él; si no, irá por la senaduría. También contó detalles de la crisis en Bariloche que terminó con la suspensión del intendente Omar Goye, víctima de sus andanzas, pero con los dedos apretados por la pelea entre los sectores Pichetto y Soria en el PJ local. Esa pelea sigue abierta y la noticia es ahora que el gobernador frentegrandista Alberto Edgardo Weretilneck puede terminar apoyando para reemplazarlo al exmontonero Fernando Vaca Narvaja, que vive en Bariloche desde hace tres años después de administrar un negocio de gomería en el conurbano de Buenos Aires y que llegó allí como parte del proyecto inmobiliario de Sergio Schoklender.

Le pidieron a Cavallo un diagnóstico de la economía que lo sacase de su hábito de explicar más el pasado y su acción como ministro de los presidentes. Advirtió que la inflación puede llegar este año al 30% y que los años que le quedan a Cristina de Kirchner como presidente van a ser muy duros en materia económica, y que va a tener que extremar los esfuerzos para evitar estallidos como los que vivieron otros gobiernos. De la Rúa, cauto, habló algo del juicio que le siguen por el presunto pago de sobornos por la ley laboral en el año 2000 y se mostró optimista por el final porque han declarado ya los principales testigos y no se han podido demostrar, desde su percepción, esos pagos. De la Rúa, además, explicó las diferencias entre la crisis de la economía en su Gobierno con las crisis europeas con abundancia de datos y con criterios muy jugosos, algo que suele hacer en conferencias que dicta todo el tiempo invitado por expertos de varios países, una tarea de la que se conoce poco pero que lo tiene muy demandado como conferenciante internacional.

Imposible salir a esta altura del verano de los quinchos de la costa, algunos más privados y otros más públicos. Entre los primeros se destacó el asado que montó Carlos Kunkel en el sindicato de los municipales de Villa Gesell para celebrar el primer año de esa agrupación, que llama «la peña de los intendentes» y que reúne todos los meses a los diputados nacionales kirchneristas con alcaldes de su partido en Buenos Aires. La estrella de esos encuentros suele ser el presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez, a quien el grupo ve como el candidato a gobernador provincial en 2015, algo que reconocen pocos para no quemar la iniciativa. Domínguez se desplazó desde su chalé de San Bernardo y recibió como dueño de casa a José María Díaz Bancalari (herido porque este año Aníbal Fernández no lo invitó a su cumpleaños), Mario Oporto, Héctor Recalde, Andrea García, Adela Segarra, Cristina Fioramonti (es la mujer de Kunkel y ronca fuerte en la Legislatura de La Plata), Patricio García, Gustavo Oliva, Diana Larraburu, Cristina Di Rago y algunos funcionarios de la intendencia local. Además del festejo, la charla derivó a la necesidad de organizarse como agrupación interna dentro del PJ y pelear candidaturas para las legislativas de este año. Eso con elusión de nombres -todos ceden esas decisiones a Olivos- y mucho comentario sobre la conducta de otros. A Scioli lo cuentan adentro y se desvelan por escrutar el oculto sentido de sus movimientos. Tienen más claridad sobre Sergio Massa, quien podría ser cabeza de lista de los diputados nacionales si, como se escuchó esa noche en Gesell, escapa a la tentación a la que lo quiere arrastrar su entorno para que forme un nuevo partido provincial -el Partido Renovador- para competir por afuera. Nadie cree mucho en eso pero es lo que escuchan de los entornistas de Massa. Ese Partido Renovador tiene el prestigio de la marca que usó Antonio Cafiero en los años 80 para escapar al cepo del PJ, pero le ven otro color, porque Antonio era la cara de una renovación de dirigentes mientras que a Massa lo ven más como ambulancia del peronismo disidente o el que en su momento jugó con Francisco de Narváez.

Entre los quinchos públicos registramos el partido entre equipos que tuvieron la audacia de ponerse las camisetas de Boca y River que organizaron en Punta Mogotes los macristas Daniel Angelici y Diego Santilli. Fue en el balneario 12 de la Punta y el boquense Angelici paró a un seleccionado de veteranos, entre quienes estaban Hugo Ibarra, Alfredo Graciani, «Pichi» Escudero, Claudio Benetti y Richard Tavares. El riverplatense Santilli juntó a otras glorias de antaño como Jorge Esteche, Paceri, «Juanjo» Borrelli y «Pipa» Gancedo. Angelici se quedó en la tribuna mirando el partido que ganaron los de la banda roja; otro de los presentes pero que se animó a pisar la cancha fue el intendente de San Isidro, Gustavo Posse, que está en plena campaña por la costa y que venía de un almuerzo en Pinamar nada menos que con Moria Casán y Carmen Barbieri cuyos detalles de lo conversado guarda en la intimidad y se niega a revelar. Dirigió el árbitro de las estrellas Guillermo Marconi y terminó todo en una picada batida por el viento que dominó en el fin de semana en las playas. Esta presentación casi proselitista, y que hay que anotar en la estrategia que inventó Scioli, enfrentó a dos dirigentes del macrismo que aportan radicales (Angelici) y peronistas (Santilli) y que expresan métodos distintos y hasta contradictorios y para cuyo control tiene que esforzarse mucho Mauricio Macri. Pero es tiempo de juntar cabezas, y todo suma, hasta que estalle todo.

No abandonamos en este raid quinchero a Punta del Este, en donde la temporada declina en cantidad de turistas pero que bendice con un clima que asegura playa todos los días. La ausencia del malón de todos los años preocupa a los comerciantes, pero los visitantes festejan que se consigue reserva en todos los restoranes y se puede gozar como nunca de lo que ofrece el balneario. Estuvimos en una tarde soleada de tenis en la segunda edición del Torneo Pro-AM sobre césped con profesionales y amateurs. Para los aficionados es una superficie divertida, porque la idea es que la pelota no pique sobre el césped dado que es difícil levantarla si el brazo no tiene la fuerza del de un profesional. Organizó Eduardo Costantini hijo, auspiciante del torneo a través de su proyecto inmobiliario Las Cárcavas, y estuvieron Susana Giménez, Teté Coustarot, Sofía Neiman, Eduardo F. Costantini y Clarice Oliveira Tavares, Pablo Roemmers, Cristiano Rattazzi, Manuel Antelo e Inés Peralta Ramos, Gloria César, Diego de Alzaga, Alejandra Forlan, Cora Reutemann y Teresa Costantini, entre otros. Las estrellas de la raqueta fueron Gastón Gaudio y el actual subcapitán del equipo de la Copa Davis Mariano Zabaleta. Los tenistas son amigos inseparables y Gaudio es la contracara de Juan Martín del Potro: ha llegado a jugar la Davis con un desgarro en la pierna. Los comentarios sobre los robos en el Este fueron una pequeña parte de las conversaciones. El otro tema es la preocupación por el convenio que permite a la AFIP pedir datos de los argentinos que tienen depósitos en el Uruguay. Pronto terció uno de ellos hablando maravillas de Panamá como refugio financiero y comentando que cada vez son más los argentinos que abren cuentas allá. «Es un trámite de cuarenta y ocho horas», explicó uno de los asistentes. Alguien preguntó si las autoridades panameñas cuando vinieron a Buenos Aires en noviembre pasado no acordaron firmar un tratado similar al de Uruguay. El hecho fue negado por uno de los asistentes. «Los panameños rechazaron la propuesta de la AFIP y negaron que sean un paraíso fiscal». «Panamá lo único que quiere es asegurarse un convenio para evitar la doble imposición de impuestos y no quiere ninguna reunión para hablar del tema de la información bancaria», agregó. Los panameños se anotaron en el Foro Global de Transparencia y están tratando de pasar la revisión para demostrar transparencia fiscal. El otro comentario dominante estuvo en boca de argentinos que tiene emprendimientos turísticos de temporada, que se quejan de la voracidad de la autoridad fiscal uruguaya que hace inspecciones, dicen, durísimas que nunca existieron y que no contribuyen nada a superar la crisis de la caída de turistas y desalienta las inversiones en ese negocio tan volátil del que dependen también muchos uruguayos.

Vamos a terminar con un chiste de la línea fuerte. Un hombre que trabajaba en una fábrica de encurtidos le confiesa un día a su esposa que sufría una obsesión: colocar su miembro viril dentro de la rebanadora de pepinos. Horrorizada, la mujer le dice que consulte a un psicoanalista. El hombre regresa de la consulta y le dice que el profesional le dijo que se dejara llevar por el impulso e hiciera lo que tenía ganas. La mujer, doblemente espantada y maldiciendo a Freud, le pide por favor que no lo haga, que piense en ella, en los chicos, etc. Al día siguiente, sin embargo, el marido regresa de la fábrica visiblemente abatido. La esposa le pregunta qué le pasó.

-Nada. Finalmente cedí a la tentación y metí el pene dentro de la rebanadora de pepinos.

-¡¿Y qué pasó!?

-Que me vio el capataz, y me despidieron...

-¿Y la rebanadora de pepinos te lastimó, te hizo algo?

-No; a ella también la despidieron...