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Causas de la delincuencia

*Por Arnaldo Pérez Wat. Tradicionalmente se discute si la delincuencia viene por herencia o se hace culturalmente. Hoy corresponde agregar otra causa: la drogadicción en gran escala, que parece que ha llegado para quedarse.

El psiquiatra italiano Cesare Lombroso, en su libro L’uomo delinquente, 1876, sostuvo que el delincuente es un tipo antropológico determinado por anomalías físicas tales como orejas grandes y salientes, rebordes superciliares pronunciados, voluminosos arcos óseos, barba escasa, mentón cuadrado y saliente, labio superior débil y aspecto feroz.

En 1938, el doctor Houton, profesor de la Universidad de Harvard, estudió 13.973 penados en cárceles estadounidenses y 3.023 no criminales. Volvió a vincular la criminalidad con la inferioridad biológica.

Culturalmente, se ha observado a mediados del siglo pasado que la delincuencia tiene sus comienzos en los años escolares, pero es difícil localizar las causas psíquicas de sus actos delictivos. Es probable que todo niño de 6 ó 7 años robe alguna vez dinero a sus padres. Hay pequeñas pandillas que cometen travesuras como romper vidrios y molestar a los vecinos. Si alguno llega a la comisaría, se hace famoso entre sus compañeritos. Esto es normal.

En cambio, en las villas de emergencia, a veces el niño crece dentro de una cultura delincuente ya establecida en su sociedad. No es aún un delincuente, pero el ambiente puede resultar terreno de cultivo para que lo sea. En su accionar inocente, se siente culpable más por una infracción a las leyes de la pandilla que por haber violado las de la sociedad.

Por lo demás, en todas las clases sociales se da la delincuencia neurótica. El pequeño se aísla y comete todo tipo de travesuras. Pero su delito es simbólico. Lo que está diciendo, en realidad, es: "¡Quiéranme un poco!". Roba el amor que los padres le niegan. No es anormal, pero puede quedar motivado contra el mundo en general por la hostilidad.

En cambio, de los niños psicópatas sale la mayoría de la población delincuente adulta. Para algunos autores, esto es congénito. Si no fuera así, se produce en los cinco primeros años de la vida, donde somos los adultos los que generamos la mayoría de los delincuentes y luego los aislamos donde son incapaces de abrigar genuinos sentimientos hacia los demás.

En 1903, un niño llamado Eliot (o Eliott) Ness, paseaba por las calles de Chicago con su padre y éste le advirtió: "Esta ciudad, hijo mío, tiene tres millones de habitantes y medio millón de autos, y absolutamente todo está en manos de pandilleros". El niño dedicó su vida a luchar contra las mafias. Éstas son otra clase de delincuencia, que trafica con drogas, secuestros y trata de blancas. En sus principios (por ejemplo la Cosa Nostra) las mafias estaban formadas por familias que tenían cierta armonía en su interior, salvo uno o dos miembros que cambiaban su moral al actuar fuera del hogar. Hoy el crimen organizado ha afianzado su poder hasta límites insospechados. ¿Qué hacer? Todos debemos luchar. Las instituciones especializadas, neurólogos, psiquiatras, psicólogos, la familia y maestros religiosos y espirituales. Con esta ayuda, el adicto, no sin esfuerzo, vencerá sus dificultades. Tendrá que crear hábitos nuevos y un buen día se encontrará con una personalidad reconstruida. Quedará el recuerdo de lo que ha sido y su triunfo lo hará sentirse bien.

Se ha dicho que cuando se abre una escuela, se cierra una cárcel. Sucede que en esa quietud, tras las rejas, se niega la vida. El aislamiento es la muerte del amor.

En esa incomunicación están los seres arrancados del tibio calor del hogar; aquellos que precisamente cuando más necesitaron del cariño, no lo tuvieron.