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Carlos Reymundo Roberts: "¡A los botes, Daniel, que naufragamos!"

Columna de opinión publicada por el diario La Nación del 15 de agosto.

Extraído de diario La Nación

Por: Carlos Reymundo Roberts

Semana rara ésta, ¿no? Deberíamos haber estado de festejo en festejo por el gran triunfo de Scioli el domingo, que lo deja a las puertas de una presidencia con la que sueña desde que juró lealtad eterna a Menem, a Duhalde, a Rodríguez Saá, a Néstor y a Cristina (perdón si me olvido de alguno), y sin embargo terminamos con un gusto feo en la boca. Cristina se sumió en un largo e inexplicable silencio, como que le comieron la lengua los ratones, y Daniel llegó a Roma, en el hotel se enteró por la CNN de la gravedad de la inundación en su provincia y pegó la vuelta. No se perdona el error que cometió, pero aprendió la lección: jura que no va a volver a subirse a un avión sin antes preguntarles a sus colaboradores si hay alguna novedad.

Me van a decir que soy un oportunista, que me quiero subir al tren de la victoria (hablando de trenes, ¿no extrañan las inauguraciones que teníamos todos los días cuando Randazzo era candidato?), pero yo lo entiendo a Daniel. Terminó la campaña exhausto. Imagínense: días y días teniendo que dar discursos, cuando lo de él es apenas sonreír y decir que tiene "mucha fe y esperanza"; días y días teniendo que verlo a Zannini, que le habla de cosas que él no entiende y no le interesan, como la revolución permanente o la plusvalía; días enteros fuera de su casa preguntando dónde estaba el tupper con la pastaflora, postre que nunca deja de comer y jamás convida; días y noches lejos de Karina, que también estaba de campaña, porque si algo funciona bien en la pareja es la división del trabajo. El pobre no daba más y decidió tomarse unas vacaciones. Primero pensó en el balneario de Quilmes, después en la laguna de Chascomús y finalmente se decidió por Italia.

Italia tiene para él un enorme atractivo. Ciertamente va para los periódicos tratamientos en el brazo, pero sus amigos sospechamos que no es lo único que lo lleva allí. Son sólo sospechas, porque él no cuenta nada. Calladito, le hacen una pequeña valija y se va. Adónde va exactamente tampoco lo sé. Dani es re discreto. No le gusta alardear de sus excursiones. Ha viajado muchas veces sin que lo supieran más de dos o tres personas. A mí siempre me divirtió eso: el gobernador de Buenos Aires fuera del país y nadie se entera. De última, si pasa algo -por ejemplo, si media provincia está bajo el agua, con muertos, miles de evacuados y una catástrofe de dimensiones bíblicas-, se toma el primer avión y vuelve, con su mensaje de fe y esperanza.

Esta vez se complicó porque aunque el viaje no fue informado oficialmente, enseguida trascendió. Y cuando los periodistas empezaron a preguntar, los voceros del gobernador, tan agotados como él por la campaña, no se ponían de acuerdo: que su brazo, que una reunión con inversores, que un encuentro con el primer ministro Renzi... Pequeño detalle: Renzi estaba de vacaciones. Es decir, no estaba en Roma. Decidí intervenir y lo llamé a Daniel. Tenés que volver urgente, le dije. Sí, me enteré por la televisión y estoy en eso. ¿Pero es tan grave? Cuando salimos, en Ezeiza caían tres gotas. Tres mil millones de gotas, Daniel. Es un desastre, el país no habla de otra cosa. Macri y Massa se están haciendo un festín con tu ausencia. OK, ya estamos yendo para Fiumicino. Che, qué puedo decir cuando llegue. Que fuiste a rezar con el Papa por los inundados. ¿Me van a creer? No sé si te creen, pero te quieren. Perfecto. Pero vayan pensando en una buena movida con la inundación, cosa de ganar la tapa de los diarios. Yo ya pensé en algo. No uses el helicóptero: subite a la Gran Argentina. Es la primera vez que vas a poder recorrer la provincia en lancha.

Lo bueno de Daniel es su sensibilidad. Es cierto que tardó un par de días en reaccionar frente al drama que estaban viviendo millones de personas, pero pensemos que en Buenos Aires no hizo una muy buena elección: quiero decir, muchas de esas personas el domingo no lo habían votado. El tipo tiene su orgullo y no le resulta fácil solidarizarse con gente que acaba de darle la espalda. Como que le gustaría decir: ¿Por qué no le piden ayuda a la Vidal, eh? Sin embargo, superó el resentimiento y se puso manos a la obra. No hablo de obras hídricas. Ya es tarde para eso.

Recorrió las zonas afectadas con su equipo de comunicación -unas 300 personas- para que no faltaran fotos ni videos. Es increíble, está en todos los detalles: desde el avión que lo traía de Roma había ordenado que le prepararan botas, jeans mojados hasta las rodillas y un peine de esos que despeinan.

En cuanto al prolongado y misterioso silencio de la Presidenta, actitud tan contraria a un temperamento naturalmente expansivo, tampoco es cuestión de darle demasiadas vueltas. No es que le costara felicitar públicamente a Daniel, recibirlo en la quinta de Olivos (como hizo el lunes con Aníbal Fernández) o dedicarle un discurso en cadena o un par de tuits. Ese silencio se explica precisamente por las inundaciones. Como le pasó con Cromagnon y con Once, el dolor humano la enmudece y paraliza. Le cuesta asimilarlo. En eso, con Daniel son dos gotas de agua. De hecho, mi explicación psicológica es que Daniel huyó del drama yéndose a Italia, y Cristina, encerrándose en Olivos.

Los inundados tienen que estar tranquilos: la Presidenta y el gobernador seguramente han estado rezando mucho por ellos.