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Asignaturas pendientes

*Por Rafael Velasco. El aumento de días de clase es un paso adelante, en medio de otro sinnúmero que aún debemos dar para que, de verdad, la educación sea una prioridad.

Hace ya unos días, el ministro de Educación de la Nación anunció la voluntad de aumentar los días de clase a 190. De inmediato se levantaron diversas voces expresándose. Algunas a favor y otras en contra. Escuchando algunos de los argumentos... y de los silencios, me pregunto: ¿consideramos de verdad prioritaria la educación?

Sobre el tema de los días de clase, algunos argumentan con el remanido latiguillo de que "no se trata de cantidad sino de calidad". ¿Será así? Me parece, más bien, una frase hecha, que en este caso esconde una falacia o al menos una oposición que no es tal. ¿Por qué no mayor cantidad y mejor calidad juntas? ¿Por qué contraponerlas?

Es verdad que si durante esos días de más se pierde el tiempo o no hay contenidos significativos, no hay avances reales. También son necesarias más horas de clase. Salvo en los casos de jornada extendida que se han puesto en marcha aquí en la provincia, la escuela pública tiene cuatro horas de clase; eso prácticamente desde la sanción de la ley 1.420 (de 1880). ¿No será tiempo de avanzar?

Es verdad, sólo más días y más horas tampoco alcanzan, si no hay mejor preparación de los maestros y profesores; si no hay mejores salarios y una mejor formación docente; si no hay una escuela que se preocupe realmente del alumno, no sólo de contenerlo sino también de que aprenda y mucho; si, además, no se dota de autoridad a las autoridades... y una larga lista de etcéteras. Sin embargo, más días y más horas son un paso.

Mayor sinceramiento. Si vamos más a fondo, son varias más las condiciones a sincerar: por ejemplo, que los gremios piensen primero en la misión educadora antes que en privilegiar sus conquistas gremiales; o que los padres dejen de aporrear –de manera simbólica y literal, en algunos casos– a los maestros y directivos y acepten que, en realidad, los maestros no son sus enemigos sino sus principales aliados en la extremadamente compleja tarea de educar a sus hijos.

Podríamos seguir: mejorar implicará también que los que tienen responsabilidad sobre las escuelas de gestión privada –y aquí los católicos tenemos una gran responsabilidad– se preocupen por algo más que por mantener los subsidios del Estado y se comprometan de verdad en el debate de fondo, para que haya educación de calidad y con equidad para todos; que se comprometan no sólo por mantener la libertad de enseñanza sino por el presente y el futuro de la educación pública (que es de todos, católicos y no católicos, creyentes y no creyentes).

Las universidades tenemos también nuestra parte en la calidad de la formación docente y en la importancia que damos a este proceso y los aportes significativos que hagamos en ese sentido.
A nivel simbólico, por ejemplo, sería provechoso si los feriados que recuerdan a próceres nacionales o acontecimientos significativos se pensaran no para ver cómo se saca más plata con el turismo de fin de semana largo, sino para recordar realmente a los próceres (demostrando que nos importan ellos más que la cantidad de fines de semana largos para el turismo).

Porque, si no, el mensaje es clarísimo para los educandos y para todos: nos importa más el dinero del turismo que los próceres y lo que significan como nación. Así, billetera mata memoria.

Finalmente –o en primer lugar– como sociedad deberíamos dejar de lado el discurso hipócrita que declama que la educación es prioridad, pero a la hora de la verdad deja que eduquen a los chicos los programas que terminan rebajando a las personas a una excusa para el espectáculo; programas –por ejemplo– que con la coartada de un sueño bastardean lo solidario, poniéndolo al servicio de escándalos que cosifican a las personas; programas en los que las relaciones humanas están subordinadas al rating y las supuestas "peleas" o "escándalos" van en función de tener más anunciantes.

Cuestión de valores. Si como sociedad seguimos privilegiando el éxito a cualquier precio, la avivada, el golpe de suerte, el dinero por cualquier medio, la cosa no va a mejorar.
Mientras sea más significativo bailar por un sueño que trabajar y estudiar por un sueño, estamos en serios problemas, porque es la sociedad la que educa con los modelos que elige, las opciones que hace, la ejemplaridad que premia.

Todo aporta, para bien o para mal. Ni el manejo del control remoto de la TV es inocente a la hora de educar.

Al menos se podría empezar por reconocer las asignaturas pendientes y las responsabilidades que cada uno tiene, para no endilgar cómodamente las culpas a otros. Hacernos cargo. Comenzar por decirnos la verdad es un primer paso para empezar a valorar los otros que se puedan dar.

El aumento de días de clase es un paso adelante, en medio de otro sinnúmero que aún debemos dar para que, de verdad, la educación sea una prioridad no sólo a la hora de las políticas públicas, sino a nivel de opciones ciudadanas; para que empecemos a levantar las varias asignaturas pendientes que aún tenemos como sociedad.