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Argentina se resiste al cambio

Por Manuel Tagle* Argentina mantiene su obstinada actitud de menospreciar la contundencia de la iniciativa privada en la generación de riqueza y el desprecio por el rol de los mercados.

Ollanta Humala, flamante presidente de Perú, generaba una gran prevención y desconfianza antes de los últimos comicios. No obstante, demostró cierta sensibilidad política y estratégica. Se alejó hábilmente de las influencias de su par venezolano, Hugo Chávez, convencido de la necesidad de erradicar en su electorado la presunción de consentir para Perú las aventuras desacertadas del líder bolivariano.

A la hora de conformar su gabinete, al igual que la mayoría de los políticos con raíces socialistas, convocó a colaboradores liberales y pro mercado, seguramente preocupado por la enorme responsabilidad de gobernar. Al hacerlo, buscó el progreso y bienestar de sus conciudadanos y, por añadidura, cuidó su prestigio y destino político.

A pesar de sus conocidos antecedentes ideológicos, tanto Lula da Silva y Dilma Rousseff en Brasil, como Ricardo Lagos y Michelle Bachelet en Chile y hasta José Mujica en Uruguay fueron precursores de esa tendencia, reflejo y demostración de su elevada autocrítica. En la faz económica, adoptaron un capitalismo liberal, asegurándose la generación de crecimiento y desarrollo sustentable para sus conciudadanos. De modo complementario, con carácter transitorio y en función de las necesidades, pudieron desplegar un humanitario y amplio plan de asistencia social.

El reverso de la moneda. En contraposición, la Argentina se encuentra en el reverso de la moneda y, al igual que un minúsculo grupo de países, continúa desafiando las leyes que rigen la economía. Mantiene su obstinada actitud de menospreciar la contundencia de la iniciativa privada en el proceso de generación de riqueza, como también el desprecio por el eficiente rol de los mercados en la distribución de los recursos productivos. La perturbación que ocasionan esas actitudes políticas en la economía viene siendo asombrosamente subestimada por el Gobierno. Desde hace años, las inversiones son esquivas e insuficientes. Nadie repara en el enorme daño que ello significa, al dejar que nuestro potencial sea desperdiciado, sin resolver los problemas de la población, sometida a múltiples falencias.

Insuficiente gas para nuestras industrias; barrios marginales que soportan los gélidos días del invierno sin gas y sin calefacción. Barcos extranjeros inyectan a nuestros gasoductos gas importado de alto costo, que –por insuficiencia de inversiones– no extraemos de nuestro suelo. Problemas en la provisión de naftas y gasoil. Elevados precios de la carne y el pan.

Incomprensible desocupación y marginalidad. Falencias preocupantes en obras de infraestructura como autopistas, trenes urbanos de larga distancia, aeropuertos, hospitales, escuelas, cloacas y calles asfaltadas. Una alta inflación, que además de corroer los ingresos de los sectores más indefensos, impide a bancos, empresas y consumidores contar con créditos a largo plazo, herramienta formidable y adicional para proporcionar un sólido crecimiento. Para muchos, el empleo digno y la vivienda propia son una utopía.

El encandilamiento que genera el crecimiento de los últimos años no debería confundirnos y mucho menos conformarnos, ya que esa percepción de auge la vienen proporcionando los ingresos de nuestro eficiente sector agropecuario, así como los elevados precios de las materias primas desde hace años.

Los recientes resultados electorales en Capital Federal y Santa Fe podrían ser una señal esperanzadora; posiblemente la sociedad ha comenzado a mirar el futuro con mayor racionalidad y sentido común, cualidades que vienen siendo esquivas a sus gobiernos.