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Al ritmo del rap y con los pies sobre el barro narran la realidad de la 31

Los raperos del barrio. Ozu-mas y Joshep tienen 25 y 23 años. Dan talleres en el asentamiento para reducir la violencia y transmitirles a los jóvenes la esperanza de un mundo mejor

Entre pasillos, casas a medio terminar y calles de tierra que se empantanan con la lluvia, rapean al ritmo de la Villa 31. Recitan la realidad dentro del asentamiento que está frente a la estación de Retiro para “sacar a los “pibes de la gilada”. Las bicicletas, los murales, los chicos que vuelven del colegio con sus mochilas, los perros y las amoladoras también forman parte del paisaje. 

El hip hop como arma. Danilo Ozuna y José Barrios, conocidos en el mundo del rap como Ozu-mas y Joseph, cruzaron sus destinos en el año 2016 cuando todos los jóvenes, que rapeaban por separado, se autoconvocaron para armar un taller. Reemplazaron los enfrentamientos a tiros entre bandas por batallas de Freestyle (improvisación). Al escucharse, entendieron que hablaban un mismo lenguaje. Con ritmo y poesía, forjaron una estrecha amistad que los llevó a crear el grupo “Primera Street” bajo el eslogan “Nuestra calle está primero. Se la conoce haciendo arte”.

“Está todo tranquilo en mi barrio querido. Se escucha el sonido de los pueblos unidos”, reza una de sus letras para contar que el barrio tiene su propia identidad. La vida en la 31 está atravesada por diferentes circunstancias y realidades. “Crecimos viendo cómo los pibes se arruinaban la vida”, enfatiza Joseph para explicar la necesidad de provocar un cambio en el destino de las generaciones actuales y venideras. Dejar huellas para que los demás caminen siguiendo el ejemplo. “Alguien tiene que golpearte la cabeza para decirte no seas gil, hay muchas cosas por las que vivir. Hoy, los chicos están creciendo con los valores que les ofrecen los artistas”, subraya Ozu-mas.

Cuando Danilo tenía 11 años, su familia se instaló en una pieza alquilada dentro del barrio 31. Habían emigrado desde Paraguay por problemas económicos. El motivo principal fue la enfermedad que afectaba a su hermano: le dolían las piernas y le costaba caminar. Nadie sabía qué tenía, hasta que visitaron a un curandero que lo sanó de las malas vibras, bajo el nombre del gauchito gil.

 

“Vi a amigos "perderse" en la droga o en la delincuencia”, recuerda.  En Colegio Padre Mugica, había problemas de territorialidad por pertenecer a otro barrio. Abandonó sus estudios porque un amigo le avisó que a la salida de la escuela le iban a hacer una emboscada. Fue entonces, cuando comenzó a trabajar con changas en talleres textiles para comprarse su propia vestimenta. Pero, una vez más, lo amenazaron por “hacerse el fachero”. Cuando retomó sus estudios, descubrió la magia de la música en el Bachillerato popular Casa Abierta. Sucedió cuando su maestra le dio la tarea de buscar poemas que hablaran del barrio. En el aula nació el rapero.

 

“Somos villeros, pero también podemos ser artistas. No sé si con la música vamos a erradicar la violencia del barrio, pero podemos transmitir cosas buenas para alejarla”, reflexiona Joseph. Con padres de nacionalidad paraguaya, también se mudó a la 31 cuando tenía 11 años. En su caso, se fue de Quilmes porque la situación económica de su familia se complicó. En aquel entonces, el asentamiento no estaba urbanizado, pero construyeron una casita con ladrillos y chapas que se inundaba cuando llovía fuerte. Terminó sus estudios secundarios en el Colegio Padre Mugica cuando el barrio era más peligroso. “Era común salir de tu casa y encontrar tirados en los pasillos a personas con quienes ayer habías compartido una cerveza”, rememora.  De hecho, lo marcó a fuego la pérdida de un amigo.

 

El rap cambió las reglas de juego. Ya es parte de la cultura de la Villa. Surgido en el Bronx neoyorquino de los sesenta, comenzó expresando el sentimiento de marginación del universo afroamericano. Pero trascendió fronteras, rompió barreras, hasta convertirse en una forma de expresión y denuncia hacia la estigmatización y precariedad que les toca vivir a las personas de los barrios humildes.

Cada quince días y contratado por el municipio, Danilo viaja a una ciudad llamada Daireaux, a 400 kilómetros de su casa, para enseñarles rap a los lugartenientes. José hace lo mismo cada martes, de 18.30 a 20, en la Casa de la Cultura. Se trata de talleres gratuitos que ofrecen un lugar de contención, pertenencia y esparcimiento para transformar en positivo todo lo malo que les viene a los chicos desde la cuna. “Te dicen que si vivís en un barrio vas a ser un drogadicto y no tenés derecho a un futuro”, subraya Joseph. Por eso, la letra del rap que suelen entonar decreta: “Pensás en robar porque estás en crisis. Yo también pasé por eso, cuando estaba mal. Y la policía nos paraba, diciéndonos ahora para mí vas a trabajar”.

“Encontramos nuestros valores haciendo música. El arte contagia esperanza”, sostiene Ozu-mas. Se ilusionan con sacar un disco y llegar a grandes cosas. “No tenemos pensado salir del barrio para ser estrellas de rap”, bromea Joseph y explica: “Nos estamos profesionalizando en el negocio musical para tener más visibilidad y así, poder aportar soluciones que atiendan las necesidades del barrio”.

Caminante, no hay camino; se hace camino al andar. Lo poetizó Machado, lo cantó Serrat, Primera Street lo tomó como aprendizaje de vida. Aprendió a cantarlo con el corazón abierto de par en par.

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