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Al borde del precipicio

*Por Mario Diament . Si la perspectiva no fuera catastrófica, si la posibilidad de un default de parte de Estados Unidos no prometiera más tiempos calamitosos por venir, sería fascinante observar cómo su Congreso camina ciegamente hacia el precipicio.

No es por falta de recursos que la mayor economía del mundo proclamaría su incapacidad de cumplir con sus obligaciones, sino porque el 2 de agosto el gobierno federal alcanzará el límite autorizado de su deuda por el Congreso, que actualmente está fijado en 14,3 billones de dólares.

Como estas cifras eluden toda comprensión, vale la pena aclarar que un billón de dólares (los norteamericanos lo denominan trillón) es un 1 seguido de doce ceros o, es decir una cifra que se alcanzaría si se gastase un dólar por segundo durante 32.000 años.

Según la Constitución de los Estados Unidos, el poder de tomar dinero en préstamo reside exclusivamente en el Legislativo. Con anterioridad a 1917, el Congreso debía dar su autorización cada vez que el Departamento del Tesoro salía a tomar dinero. Pero durante la Primera Guerra Mundial se decidió establecer un “techo” a la deuda, de manera que el gobierno tuviera más flexibilidad para manejarse, sin necesidad de ir cada vez al Congreso por un permiso. Desde entonces, el acto de ampliar el techo de la deuda no fue más que un procedimiento mecánico. Ronald Reagan solicitó y obtuvo esta extensión 18 veces y George W. Bush, siete.

Los gobiernos toman dinero para pagar por diversas cosas. En el caso de EE.UU., comprenden los salarios de la administración pública, el seguro de salud y beneficios como la seguridad social o las pensiones de los veteranos. Incluyen, además, el servicio de la deuda con China, Japón, el Reino Unido, los gobiernos estatales y locales, los fondos de pensión y el dinero de inversores de su país y el resto del mundo.

Un default en cualquiera de estos rubros (o en varios de ellos) causaría, por lo pronto, una degradación de la calificación crediticia de Estados Unidos, por primera vez en la historia, y como consecuencia, un aumento general de los intereses que no solo afectará a la economía norteamericana, sino a la del resto del mundo.

Es difícil escapar a la evidencia de que el enfrentamiento en el Congreso norteamericano acerca del techo de la deuda es más una pulseada política que un debate económico. Con los dos grandes partidos afilando sus lanzas para las elecciones presidenciales de 2012, más que reducir el déficit, los republicanos parecen empeñados en reducir a Obama quien, a su turno, trata de colocarse en una posición donde le sea posible recuperar a los votantes independientes sin perder su base natural.

La novedad de este Congreso surgido de las últimas elecciones parlamentarias es la presencia en la Cámara de Representantes del bloque del Movimiento Tea Party, un conglomerado de fanáticos ultraconservadores convencidos de que la salvación de la nación norteamericana y la destrucción de Barack Obama son prácticamente la misma cosa.
Poco importa el hecho de que Bill Clinton dejó el gobierno con superávit y George W. Bush terminó el suyo con una deuda de un billón de dólares, la economía al borde del colapso, el desempleo a niveles históricos y, encima, dos guerras inmanejables. Los legisladores del Tea Party se excusan diciendo que no estaban ahí cuando todo eso ocurría y se comportan como si la historia hubiese comenzado el día de la asunción de Obama.

Su intransigencia le está pesando al ala moderada del partido republicano tanto como a los demócratas, uno de cuyos portavoces definió la situación, diciendo: ‘Los demócratas quieren rendirse pero no hay nadie ante quien hacerlo.‘

El martes, el presidente de la Cámara de Representantes, John A. Boehner tuvo que postergar la votación sobre el plan que lleva su nombre, porque los sectores ultras consideraban que sus recortes presupuestarios no eran suficientes.

El punto central de disidencia es la oposición republicana a que se aumenten los impuestos al sector más opulento de la población, algo que Obama considera fundamental. La otra diferencia entre el Plan Boehner y el del senador demócrata Harry Reid, líder de la mayoría en el Senado, es que el primero plantea extender el techo de la deuda hasta comienzos del año próximo, lo que promete una nueva pulseada entre el Congreso y el Presidente en un año electoral.

Algunos de los más empecinados representantes del Tea Party, como Michele Bachmann, de Minnesota, una de las postuladas a la Presidencia y Joe Walsh, de Illinois, han comenzado a hacer circular la noción de que la amenaza de default es un artilugio inventado por Obama para forzar al Congreso a otorgarle lo que pide. Argumentan que existen fondos secretos que alcanzarán para cubrir las obligaciones. El New York Times los acusó el miércoles, en un editorial, de “negar la realidad” y de “construir una realidad paralela”.

Cuando falta menos de una semana para la fecha límite, las partes no parecen estar más cerca de una solución de lo que estaban un mes atrás. Miles de personas respondieron al llamado de Obama de contactar a sus representantes y exigirles una solución, inundando las comunicaciones del Congreso.

Pero la naturaleza de los fanáticos es que nada existe fuera de sus convicciones, ni siquiera el precipicio.