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Adventistas: ida y vuelta

Con algunos ahogos previos y distintas solidaridades, allí estaba rumbo a centro de salud que tienen los adventistas en Entre Ríos, donde después de siete días de internación dejaría de fumar.

Por Cristina Wargon

@CWargon

El ómnibus salía a las 12 de la noche desde Retiro. Me llevaba Daniel, mi taxista mormón, o sea que desde el punto religioso estaba bien cubierta. Si yo hubiese hecho el aporte de creer en algo, la misión quizás hubiese sido un éxito.

A las once y treinta de la noche, en un gesto teatral, le di el resto de mi atado a Daniel y me subí al ómnibus con la mejor de las intenciones.

De la llegada y otros revoleos

Llegué a las cinco de la mañana y me estaban esperando con una traffic. Del mismo ómnibus bajamos varios hacia el mismo destino, todos teníamos un aspecto entre serio y deprimidito. Algunos con un algo de murciélagos, sorprendidos en pleno vuelo.

La "casa de la salud" está muy cerca de la parada, y brillaba por las flores que marcaban el camino. Adentro se armó un revuelo de valijas y de manos atentas para ayudar. Y cada cual fue acompañado a su dormitorio, con la indicación de bajar para comenzar los análisis.

Cuarto confortable con toques modernos, todo amplio, limpio, bien iluminado aderezado con esa desconcertante amabilidad adventista que tanta curiosidad me dio (todo el personal trataba por su nombre de pila a cada uno de nosotros).

Ya estaba en el amanecer del domingo, hubo un chequeo médico a fondo, y las primeras actividades. Pasé por el comedor, conocí a las dos amiguitas que me hice. Salí a caminar, me interné en hidroterapia, me metí en la pileta cubierta, y al atardecer ya me sentía como en mi casa, pero un poco mejor. Ni siquiera había tenido tiempo de pensar en el pucho. Me dormí con la certeza de que el lunes comenzaba mi nueva vida pero...

Si quieres ver reír a Dios, cuéntale tus planes

Reconozco que padezco de una soberbia extraña, tengo en general una salud a prueba de balas y solo perforada por el pucho. Así como hay mujeres que se enorgullecen de sus traseros, o sus lolas, yo me siento orgullosa de tener una salud de noble yegua polaca capaz de arrastrar a través del Rin congelado, cien troncos y otros tantos rusos borrachos (la geografía se me confundió algo pero espero poder haber expresado la idea). Tengo por ende una mala opinión de las enfermedades que en mí, considero siempre como claudicaciones histéricas ante tilinguearías que no puedo resolver.

Sirva todo lo anterior para explicar por qué, sintiéndome tan mal el lunes al abrir los ojos, demoré una eternidad en avisar que " algo" me pasaba. Tal cual me lo temía, los adventistas que son tan responsables, me tomaron en serio, me sentaron en una silla de ruedas, y tomografía va, análisis viene, terminé boca arriba con un suero en vena...

Obvio, tampoco fumé, porque es difícil hacer las dos cosas al mismo tiempo.

Hablé con mis hijos, mi hijo a su vez habló con el especialista. Nada indicaba que me iba a morir, pero la regla es clara: a ese centro se va a hacer vida sana y dejar adicciones de cualquier tipo. Si te enfermás, te van a atender cual primorosas madres, pero en cuanto calculen que te podes poner de pie por vos misma, amorosamente te despachan para la ciudad, con un voucher para repetir el intento cuando estés sana.

Así hicieron conmigo, mas aun, me alcanzo a la civilización el mismísimo pastor Picasso (debo nota sobre ese delicioso viaje).

Y volví mucho antes de lo previsto, sin el curso hecho, pero así todo con la cabeza dada vuelta por tantas emociones.

Escucho la pregunta desubicada ¿Pero, dejaste el pucho?- Respondo: no, ni siquiera pude intentarlo y remato con una frase del pastor: "Siempre, el fracaso es una forma de aprendizaje". Volveré con mi voucher, y ahí sí me entregaré a la salud hasta morir.

¡Ampliaremos!